Las cosas como son

Como pareja, mirar a los padres

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Con una puntualidad muy certera, en el caso de personas que intentan que sea diferente su situación personal relacionada con las dificultades de su vida de pareja, la solución apunta a mirar a los padres. Aunque esa mirada se dirige a los dos progenitores, es a uno especialmente a quien se ve de entrada. Pero no hay en este sentido una regla que señale categórica cómo tiene que ser. Luego se dirigirá la mirada al otro o a la otra.

Desde este punto de vista, casos similares en su planteamiento, como es natural, tienen que ver en el fondo con asuntos diferentes. Varias mujeres, por ejemplo, que formulen como asunto a resolver sus dificultades para tener una pareja, nos muestran las posibilidades tan amplias del género humano para enlazar asuntos. Una de ellas quizá tenga su corazón ocupado en atender al padre, quien falleció cuando la mujer tenía apenas meses de nacida. La otra puede ser que esté liada con varias mujeres de su linaje familiar.

En el primer caso, el resultado visible apunta hacia la seguridad de que los hombres no se quedan con las mujeres, que se mueren, específicamente, o se van, de modo general, y que la vida tiene que hacerse en solitario. De ello resulta que se acumulan relaciones amorosas fallidas, con hombres que sienten el impulso de irse. Es obvio que una relación así, con esas dos fuerzas en el mismo sitio, no prosperará.

En el segundo caso, el corazón de la más pequeña, que ahora es una mujer a la conquista de su realización, se observa que está atenta desde su interior a la suerte infortunada de las mujeres que la antecedieron. A mamá, porque se las vio con una madre con su corazón de niña y ausente, debido a que su propia mamá quedó huérfana en al alumbramiento, en cuyo caso se mira también la indefensión de la pequeña y el infortunio de la bisabuela. Varias mujeres que lo pasaron mal, y a quienes su relación de pareja al parecer les causó daño. Con ellas, la más pequeña se solidariza y sin saber cómo toma de cada una algo de lo difícil, que se resuelve en incertidumbre, miedo, enojo, frustración, en emociones y sentimientos autodebilitantes, sin saber de dónde proceden ni cómo se originaron.

Así va por la vida el corazón, buscando cada vez algo que no sabe qué forma tiene ni de qué manera podría sentirse que se está cerca de su consecución. Se lleva a cabo, pues, una búsqueda por tanteo con mucho margen de error.

Por otro lado, en los hombres, por compensación, puede pasar exactamente de modo parecido. Mirar que los padres lo pasaron mal o sentir que padecieron la orfandad puede sembrar en los corazones infantiles la seguridad de la imposible plenitud, del imposible vivir emparejado, ya que el propio papá no pudo tener su lugar con mamá, o se sabe de hombres en el linaje masculino que no hicieron sino trabajar y trabajar, o procrear y ausentarse, con lo cual se definió un modo de vivir el hombre como pareja y como ser en el mundo.

Cuando estas circunstancias se presentan, uno como persona no puede sino sentirse impulsado a hacer las cosas en cierta dirección, sin poder variar el rumbo, a veces aunque enfile hacia ese propósito toda su voluntad. Es entonces que la presencia de los padres, del padre o de la madre, recuperadas en una amplitud que no se conocía, ofrece posibilidades. La más destacada de todas en este sentido es reconocer que haya sido como haya sido la vida de papá o de mamá o de los dos, la vida se materializó en uno, es decir, la vida no se detuvo ni se perdió: lo alcanzó a uno y ya está en el mundo.

Lo siguiente es reconocer las cosas como son, dentro de lo cual cabe mirarse como el más pequeño entre los que nos antecedieron, y que en esa condición uno está imposibilitado de ayudar. Solo queda honrar lo vivido por cada uno de ellos, a quienes se reverencia, y tomar su ejemplo de entereza, de deber cumplido, de voluntad encaminada. Es decir, hace falta reconocerse como igual a los antecesores en cuanto que se los tiene internalizados, y la vida del hijo solo es resultado de la suma de sus padres, en cuanto que se es objeto de un destino que suele ser más grande que el deseo individual.

Cuando una persona, mujer u hombre, se mira y se siente igual que las mujeres y los hombres anteriores de su familia, gana algo que no tenía, una fortaleza nueva, una certidumbre muy valiosa que parece señalar: “como cada uno antes que tú vivió lo suyo, tú vive lo que te corresponde sin miramientos”. Y entonces comienza un movimiento hermoso que lleva al florecimiento de lo mejor de un hombre, de una mujer, en la búsqueda necesaria y también hermosa de su lugar en el mundo, de su ser pareja, de su vivir la paternidad. ¿Qué mejor regalo podría emanar de solo mirar a los padres? En verdad, vale la pena.