Si hace seis años el ánimo preponderante era el enojo, hoy la sociedad mexicana se siente desencantada. Ni siquiera los ganadores en la elección —de todos los colores— lucen felices por “los triunfos” de sus favoritos. Hay desánimo, ni tirios ni troyanos se ven satisfechos. ¿Por qué se desconfía de un órgano independiente, cuya construcción ha sido resultado de luchas ideológicas y políticas profundas? ¿Le queda claro a los detractores del IFE que eso implica un duro juicio en contra de los propios ciudadanos? Cuestionar la elección es descalificar a los pares, a vecinos, amigos y familiares que se levantaron temprano para ser parte, observador o representante en las casillas. Los tramposos que se prestaron a manejos no claros ¿están consientes que el daño causado va más allá de algunos cientos de votos sesgados a favor o contra de alguien? ¿Cómo es que llegamos a este punto casi de guerra fratricida?
Quizá algunos ejemplos nos ayuden a comprender. Todo el sistema de gobierno apoyado con publicistas y medios electrónicos nos ha manipulado para desconfiar de los maestros. Tampoco esperamos algo excelente de los alumnos; en ambos casos se multiplican los exámenes de toda índole. Sin importar las calificaciones de asignaturas previas, estas pruebas nos dejan abrumados pues “ni nuestros hijos saben ni los maestros tampoco” ¿A quién conviene convencernos de que todos somos unos ignorantes? ¿Solo los privilegiados de “bécalos” o los incluidos en los programas sociales de Ebrad son los de un IQ razonable? ¿Será esta estratagema el paso previo para sustituir un modelo educativo, laico y gratuito y favorecer así los negocios de la materia?
El ciudadano no confía en las oficinas recaudadoras, por la actitud de los empleados de ventanilla y sobre todo por ser testigo de las guerras a muerte a la hora de la asignación de recursos billonarios; que nunca ven reflejados en cosas tan próximas, como un servicio de luz o de agua, ya no digamos de clase mundial siquiera medianamente razonable. Menos aun tiene esperanza para imaginar que no le están robando, si mes con mes y año con año, sin decir agua va, le aumentan tarifas, le envían citatorios para cobrar algo que no se justifica o en muchos casos que ya se ha cubierto.
Pero el desprecio al contribuyente, no viene solo de las instancias públicas. Telmex, por señalar al más común de los servicios de este tipo, le da decenas de opciones para pagar. Si Usted liquida antes, nadie lo reconoce, ni le dan puntos, ni le tratan como cliente cumplido; ¡ah! pero si paga el exacto día del vencimiento, y “el sistema de las tiendas afiliadas” —Sears, Sanborns, etc. — no funciona, al otro día en automático le cortan el servicio. Claro puede reclamar y si tiene suerte, alguna operadora consciente —o cual es verdaderamente una excepción— escucha su explicación, confía y “pasa el reporte» para que le reinstalen el servicio. Como las máquinas no están provistas de “confianza”, es muy probable que de todos modos se quede cuando menos dos días sin servicio —que por supuesto no se lo descuentan de la siguiente renta— y aun restablecido, la máquina sigue interrumpiendo su sueño, su baño, su comida, para machacarle un mensaje grabado por el supuesto pago pendiente. Dicho en una frase: no confían en sus clientes. ¿Por qué entonces Usted debe confiar en que por pagar gustoso las exorbitantes tarifas de CFE, ésta le dará un mejor servicio, sin cortes ni variables de voltaje, ni malos tratos en el call-center del 071?
Los muy mediocres servicios que aumentan el desaliento de la ciudadanía en materia de salud, no son algo exclusivo del IMSS, el ISSSTE o varios institutos que lucen verdaderamente subutilizados y en donde los negocios por subrogación de servicios son un verdadero cinismo. En la iniciativa privada también se cuecen habas. Varios laboratorios de análisis clínicos[1] le engañan con ofertas de paquetes, calidad en el servicio, horarios o puntualidad, que a la hora de la verdad no son tales; sin descontar el trato descortés de las recepcionistas, la falta de comunicación entre los corporativos y sus sucursales, la exigencia del pago por adelantado, y tantas otras actitudes ofensivas y poco profesionales, respecto de las cuales casi nadie acude a la Procuraduría del Consumidor ¡para qué!, si solo es pérdida de tiempo, nunca están a favor del cliente, siempre tienen mesas para evitar perjudicar a las empresas. Estas instancias, al igual que el ministerio público o la patrulla solicitada para una emergencia, no le dan al ciudadano certeza alguna. Y qué decir de las estratosféricas comisiones de una banca deshumanizada, poco considerada con quien deposita ahí el producto de su esfuerzo y en más de una ocasión hasta abusiva y casi en el límite de robo.
El caso es que, salvo las muy honrosas excepciones de estas lamentables generalidades, la esencia básica de la desconfianza popular radica en la gran proclividad a la mentira, la impresionante inclinación a la transa y la muy lamentable impunidad, de quienes —particulares y autoridades— violan pertinazmente las más elementales normas de convivencia, aun las convertidas en Ley.
Fox mintió cuando dijo “sacaré a los neoliberales”. Calderón ofertó empleo, disminución de impuestos y muchas otras cosas que al no cumplirse, por muy insistentes que sean los spots, dejan en el pueblo una sensación de recelo, que más temprano que tarde alimenta la desconfianza
En las etapas de promoción se nos venden imágenes de prohombres y mujeres casi superiores; pero a la hora de la verdad, el tratamiento de los problemas es malo, pues el diagnóstico también fue incorrecto y la mediocridad —inclusive emocional— no da lugar a la rectificación, ni mucho menos a la inclusión de quienes sin tener el puesto, saben más de cómo abordar los problemas.
Si en vez de acudir al “peloteo” para evadir responsabilidades[2] se asumiera el valor del trabajo en equipo —lo cual no significa “negociar” en el mal sentido del término— y se escuchara ciudadanos que esperan se busque y garantice su bienestar; quizá la confianza surgiría de manera más natural, que una costosa elección que en el caso del DF, ya había predeterminado un ganador con más de 70% de simpatías. ¿Para qué entonces gastar en elecciones? ¿Se puede esperar algo bueno de un gobierno que los últimos días de la campaña vistió a la ciudad con frases publicitando los logros de sus programas sociales, pero con el logotipo del partido que ya tenía el triunfo en la bolsa?
Pero el daño mayor viene cuando los ciudadanos se mimetizan con la mediocridad, la mentira, la ambición y el cinismo. “ustedes reciban lo que les den, pero voten por nosotros”, ¡qué esperamos para reaccionar! Habemos muchos que nos negamos a ser limosneros ni robots. Nos oponemos a sustituir la capacidad de aprendizaje y superación, por la viveza ocurrente, la audacia momentánea o la ambición holgazana. ¡Rescatemos la dignidad, sembremos la confianza que merecen nuestros hijos!
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[1] Polanco o Quest Diagnostics, por dar ejemplos.
[2] Como sentenció Pedro Infante: “yo te aseguro que yo no fui”.