Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Matar la cultura

Compartir
Hotel Hilton, Los Cabos (Foto: Especial)

Establecer nuevos paradigmas culturales supone acciones coordinadas y casi siempre intencionales. Cuando en Norteamérica se decidió dar prioridad al trabajador de la fábrica, por sobre el granjero o el agricultor, caricaturas como la del pato Donald favorecieron el modelo de alguien cuyos progenitores no existen, con una novia eterna que vive en otra casa, tres sobrinos latosos, riendo, jugando y haciendo travesuras pero sin implicar compromiso ni de tiempo ni de dinero para el disciplinado empleado, que además venera a su país y su bandera.

Imbuir en la población —tanto del imperio estadounidense, como en otros países del mundo— modelos orgullosos y favorecedores del consumismo, se logró creando superhéroes —desde Superman, quien por cierto trabaja en un medio de comunicación, hasta los Jedi— y todos los grabados en la mente de varias generaciones que aprendieron a admirarles por su valor en las guerras —segunda y subsecuentes— y científicos, casi siempre militares, capaces de lanzarse al centro de la Tierra o al espacio para salvar el planeta. Los modelos de líderes indeseables fueron protagonizados primero por Pedro el Malo, los gorilas sudamericanos y luego los guerrilleros latinoamericanos, hasta llegar a guerreros musulmanes capaces de asesinar multitudes en el nombre de un dios que no es aceptado por los modernos cuáqueros de occidente.

Más allá de averiguar quiénes son los autores de este plan que considera al mundo como una “aldea común”, lo cierto es que concepciones como el “american way life” dominan a grado tal que ya no es necesario visitar NY o San Francisco para constatar los modelos culturales impuestos en el archipiélago hawaiano, la riviera maya o las playas de sud África. Un buen ejemplo de “identidad cultural” lo tenemos en cualquiera de los más de 230 hoteles de la cadena Hilton International Co. Planear una convención de negocios o una semana de vacaciones, será sencillo si contacta con cualquier “Villa Hilton”, las cuales combinan sistema de hoteles, con renta o venta de condominios y cadenas de tiendas que permiten al viajero gastar 90 dólares en un restaurante japonés e italiano, o adquirir comida preparada en los refrigerados de pequeños supermercados. Si hay una torre “arco iris”, esculturas plásticas de dragones chinos mezcladas con tótems supuestamente de la región o personajes de leyenda de ese país, seguramente Usted arribó a un complejo del negocio fundado por Conrad Hilton a inicios del siglo XX.

A los descendientes de este hijo de inmigrares —su padre sueco y la madre de ascendencia alemana— no les importa convertir en privada la playa frente a sus hoteles, ni mucho menos cancelar la vista del cielo o el entorno que en otros tiempos era la atracción del lugar[1] con torres superiores a los 20 pisos. Las cadenas asociadas para dar servicios al viajero —que de hecho han establecido estándares aun en otras cadenas hoteleras, según lo diseñado hace varias décadas por los Hilton— le venden paseos para “descubrir la riqueza natural del lugar” —en botes, submarinos y camioncitos abiertos— o relajarse con un espectáculo que le enseñe “la cultura autóctona”. Por supuesto cualquier paseante encontrará similitudes entre las coreografías del centro cultural polinesio y las de Xcaret de noche, ambas con un exitoso concepto mercadotécnico que incluye la venta de música, fotografías reproducciones de “piezas arqueológicas” etc. Similar concepción se ha impuesto en zonas como Teotihuacan o en el Cairo[2] y no puede excluirse de la culturización, a los supuestos espacios de conservación ambiental, como serían los campos de orquídeas en Veracruz o Quintana Roo, los de piña en Oahu o los de África del sur, en donde el hotel de Durban, de la misma cadena que en el mundo difunde este tipo de “saber” sin importar que se cultiven carpas —porque su color es atractivo las usan en riachuelos artificiales— o vegetación —los eucaliptos en México— no nativa a zonas donde están produciendo graves efectos negativos en los ecosistemas.

Esta imposición cultural parece irreversible, lo empiezan a sospechar los habitantes de barrios como Xoco en la ciudad de México, donde una villa con todas estas características, avanza sin escuchar las voces que defienden su entorno y su historia. ¿Que la iglesia se está cayendo? ¡No importa, en todas las ciudades “modernas” de este tipo, se incluyen instalaciones religiosas! ínter-denominacionales o multiculturales, porque las bodas y bautizos son también un negocio. Si bien les va, a lo mejor los conforman con una réplica —con materiales modernos y sustituibles según avance la moda— de su “viejo” templo.

Así son las cosas cuando la fatalidad del turismo nos ha alcanzado. Y poco queda por hacer si quienes gobiernan y supuestamente representan al pueblo, están más interesados en participar de los negocios que en defender su propia cultura. Seguramente nuestros nietos conocerán leyendas de Quetzalcoatl, La Malinche, Cortés y Cuauhtémoc muy distintas a lo que aprendimos hace 60 años. Así como los guías de turistas en Arizona difunden que los ingleses héroes de la colonización fueron los primeros en establecerse en esas inhóspitas tierras —borrando de un plumazo la presencia de aborígenes y de españoles en esa mitad del territorio que tramposamente nos “robaron”—, muy pronto escucharemos nombres de los paladines sajones que vinieron a darle realce a este valle de Anáhuac.

Serán ellos quienes den oportunidades de empleo a “gerentes jóvenes”, que trabajarán por turnos, sin hacer antigüedad, sin prestaciones sociales y con un profundo agradecimiento irracional por ser parte de una cadena mundial de negocios que se ha ocupado de difundir —dentro de sus propios hoteles, condominios y líneas de diversión— la cultura del mundo.

*
[1] En Honolulu, no es posible ver las montañas, ni escuchar el oleaje. Los sonidos de la naturaleza se pierde entre los producidos por excavadoras, picos, camiones de gran tonelaje que construyen dos torres más, justo al lado de las que habitan cientos de vacacionistas que pagaron un promedio de 300 dólares la noche y desayunos de 23 dólares por persona.

[2] El hotel Ramses Hilton tiene su base mercadotécnica, en la proximidad al museo de la ciudad