Las cosas como son

Niños y padres en la escuela

Compartir

Dentro de poco va a comenzar el nuevo ciclo escolar, y con ello pasarán al foco de atención las circunstancias de los niños, sus dificultades en el día a día, en todo tipo de órdenes, conductuales, intelectivos, de relación. Cada familia sabe, por obvias razones, qué privilegia o qué le gustaría fuese mejor en el desarrollo de sus hijos. Hay quienes prefieren la excelencia académica, mientras otros ponen su atención en las habilidades, cuando unos más querrían incrementar el bienestar emocional sino es que algunos otros miran el desempeño físico y deportivo.

¿Quién tiene la razón? Sin ningún género de duda se puede contestar que todos los papás la tienen, dado que se empeñan en procurar para sus hijos lo mejor, claro, desde su propio punto de vista, desde la experiencia acumulada de sus familias, desde las necesidades, requerimientos y posibilidades que para otras personas pueden no tener el peso expresado. En consecuencia, todos, absolutamente todos, son respetables.

A partir del hecho de elegir un determinado tipo de escuela, ya comienza a trazarse el camino de las personas en formación, más aún si se discierne si es particular o privada, si queda cerca o lejos de la casa, si tendrá clases complementarias o solo las normativas. En esta elección se refleja un tipo de relación con la vida, una forma de relacionarse con los iguales, un modo de reconocer la autoridad y una proyección de lo que será el hombre y la mujer.

Esto se desprende del hecho de que cada familia elige a cuáles desafíos expondrá a su descendiente, con cuáles oportunidades se le formará, en qué círculo social se le integrará, y por consiguiente de qué filosofía de vida participará. Es cierto que siempre hay posibilidades de virar un derrotero, y que en todo sitio, hasta en el más improbable, puede ocurrir un desaguisado; sin embargo se busca enmarcar la vida del hijo o de la hija dentro de un cuadro concorde con el de la familia, bien sea por semejanza bien sea por contraste, para continuar creciendo dentro de lo que se conoce, para esforzarse en conquistar un lugar en un ámbito diferente.

En este empeño, exactamente, es donde emergen o se presentan o germinan: los conflictos, las dificultades, lo adverso, lo desfavorable, como parte de una evolución consentida. La escuela es para los niños el mejor sitio donde conocerán lo nuevo, es cierto, pero también donde podrán hacer manifiesto lo que ya hay en su corazón, por ejemplo, tal vez harán visibles sus rasgos como hijo nacido por cesárea o naturalmente, como hijo que padeció alguna enfermedad cuando recién nacido o que experimentó la lejanía del padre o de la madre por la razón que fuera. Los compañeros de clase, la escuela misma, los maestros o las maestras, el propio currículo, representan en cada caso oportunidades específicas para probar quiénes son y qué pueden alcanzar, representa igualmente la ocasión de hacer válido su apartamiento o de promover su integración, el punto crucial para vivir sus afectos o sus rechazos, incluso para ajustar las cuentas con otros o con otras, que pueden ser el padre o la madre.

En cada caso, los niños vuelven explícito en el contexto de la escuela el universo de su casa familiar, y allí mismo se mantienen leales a sus pactos interiores en consonancia con ese amor infantil que no excluye las soluciones fantasiosas. Por eso es tan importante lo que ocurre en la escuela: no hay otro sitio igual de valioso para que se manifieste la rica personalidad en formación de un niño, de una niña; lo alcanzado en esa trayectoria formativa, la mirada prospectiva que se lanza a lo futuro.

Y claro que representa igualmente la oportunidad para los padres de acercarse a hechos ocurridos en su propia historia, hechos no vistos con atención, no considerados de cuidado, tomados con ligereza, los cuales alzan ahora la mano a través de la vivencia del niño en su papel de alumno. Aquí también adquiere relevancia la figura del maestro, del cuerpo docente y directivo de la escuela, pues ellos constituyen un grupo de adultos a cuyo cuidado dejamos nuestros hijos. Son ellos nuestros aliados, a ellos los elegimos como tales llevándoles nuestra prole, con ellos formamos un conjunto de adultos con la encomienda de formar a los pequeños, de contribuir a su inserción social en los mejores términos.

La escuela es en consecuencia no solo el sitio donde los hijos reciben algún tipo de formación, también representa una buena ocasión para que los padres observen cómo miran el mundo y la vida, a través de las conductas manifiestas de sus niños.