Las cosas como son

De lo personal a lo laboral

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Para tocar con mayor puntualidad a la relación que hay entre lo personal y lo laboral, a la influencia tan decisiva de lo primero sobre lo segundo, hace falta retomar el planteamiento básico: una empresa, una institución, es un sistema, dentro del cual la parte más indivisa es la persona, el trabajador. Es decir, el gerente, por ejemplo, lo es en la estructura laboral, pero tiene una historia propia, tan importante como la que tiene un obrero, otro colega y un superior. Si bien constituyen piezas esenciales en el funcionamiento del sistema al que sirven, al principio y al final de cuentas, la dedicación, la consagración, la disponibilidad, el esfuerzo, la creatividad, y tantos otros aspectos del desempeño provienen en forma directa de lo que hay en el corazón de la persona.

En este orden de ideas, lo primero en sobresalir es la causa, la motivación por la que alguien permanece en un trabajo. Con frecuencia leemos, escuchamos decir, se nos recomienda: amar lo que hacemos a fin de que nos pongamos en la ruta de la plenitud. Sin embargo, uno no está siempre en aptitud de tomar esa decisión, pues algo interior, vivido como obligación o deber o compromiso, suele impulsarnos a elegir esto o aquello.

Tener un enfermo en casa, que requiere atención; ser el pilar de la familia, no solo de la propia, sino de la extendida; mantener el auxilio a algún pariente o familiar; sostenerse como uno que sí ha conseguido llegar a una cima; y aun el demostrarle a quien descreía de nosotros de lo que somos capaces, son algunos, entre muchos, de los factores que determinan el “sí” o el “no” a un trabajo. Por lo mismo, son también factores que favorecen el bienestar o el malestar cada día laboral, las contrahechuras con que solemos sobrellevar las cosas.

Al decir por ejemplo “ya no aguanto este trabajo, pero necesito lo que me pagan”, queda al descubierto un doble movimiento: cuánto me afecta y lo que hago con ello, así como el beneficio de ello derivado, unas veces pingüe, otras veces exiguo. Pasado este tránsito, es posible  que nos encontremos luego con un cierto tipo de compañeros con quienes emplazamos a veces prolongadas batallas. Un jefe de oficina, un colega, un subordinado, alguien de otra oficina o dependencia, un directivo a quien ni siquiera se conoce, llegan a ser ocasión de nuestra fiera mirada, de una iracundia. Cosa que vivimos como irremediable, y no como algo quizá mutable.

En este caso, ¿qué representa tal persona en nuestra historia, en la de nuestra familia? ¿Qué hizo uno como él a alguien de los nuestros? ¿En qué nos parecemos, en qué somos diferentes? Estas preguntas pueden guiarnos para enfocar alguna razón no visible por obra de la cual los dos nos mantenemos en relación constante. Acaso por uno que actuaba así en nuestra red familiar se produjo una desgracia o una pérdida, y por eso de forma inconsciente regulamos su conducta a fin de que no suceda de nuevo. Tal vez nuestro incordio se debe a que miramos, con un movimiento de ojos cerrados, a uno que consiguió lo que nosotros esperábamos adquirir, con el consiguiente sentimiento. Es probable también que haya en la otra persona uno o varios episodios de vida similares a los míos, desconocidos claro, en cuyo caso esa persona hace las veces de espejo de mi conducta, de mis pensamientos, que si se atienden pueden convertirse en indicios para encontrar una solución, una manera diferente de vivir. Incluso se ha dado el caso de que se inician empresas o proyectos que son como esposas sustitutas, madres de relevo, estación a la que se llega con el corazón abierto.

Finalmente, cabe también preguntar por cómo se va uno de su trabajo, de los varios trabajos que ha desempeñado. ¿Se le recuerda a uno con afecto o con alivio? Este movimiento tiene también que ver con nuestra historia familiar. En ocasiones el ser echado trae consigo cierta satisfacción, pues le permite a la persona emparentarse, igualarse, con un familiar que lo pasó mal por esta causa, y era el único. Ahora ya no estará solo. Otras personas esperan completar ciclos enteros para inscribir en la conciencia de su familia esa posibilidad, en especial en los hijos, pensando en alejar así la penuria o la inseguridad.

En verdad, queda claro que no hay casualidades en este ámbito y que muchas de las veces un manto de inocencia encubre nuestras profundas intenciones. Obviamente, descorrer este velo no es fácil, pues qué hará entonces la persona sin su inocencia para actuar como lo hace? Lo interesante estriba en que la responsabilidad alza la mano y tiene que hacerse cargo, pero una responsabilidad de ojos abiertos, mente clara, que mira lo que es.