Me gustaría referirme a una cuestión que no se trata mucho pero que tiene notables repercusiones en este quehacer. Muy especialmente se trata de la actitud de quien facilita la consulta para otro. De esa persona que tiene innumerables nombres y rostros, porque igual son los enfoques de su materia. Doctor, terapeuta, facilitador, asesor, orientador, coach, son algunas de sus designaciones, que aluden como es natural a su formación y a la forma en que desarrolla su práctica.
Así el doctor se corresponde con el paciente, el terapeuta con quien requiere terapia, el orientador con la persona en algún sentido extraviada, el facilitador con quien solo requiere una pequeña ayuda para liberar su potencial, y el coach con quien acompaña. Sin embargo sea cual sea su consideración de sí mismo y de su trabajo, esa persona está comprometida con una acción muy específica: dejar en paz a quien lo consulta.
Y este dejar en paz significa, en principio, lo que la frase señala: no fastidiar al consultante, llegue a donde llegue, decida lo que decida. Desde antes de que entra y luego en el instante en que se va, y siempre, uno dice para sus adentros “Yo te dejo en paz”.
Una connotación inmediata tiene que ver con la pacificación. Pero apaciguar el alma de quien consulta no quiere decir darle a éste por su lado, sino hacer todo el esfuerzo que se requiere, como se hace en un trabajo, para colocarlo justo donde es más fuerte, donde puede encontrar opciones, donde comienza un camino, donde esa alma se encuentra a gusto aunque su razón retobe. En consecuencia, habiendo hecho lo mejor que se sabe y es posible, uno dice para sus adentros “Yo te dejo en paz” mientras se va haciendo chiquita en la pupila, mientras se aleja de uno, la persona que consulta.
Aun cabe otra connotación, más amplia ésta, y que abarca todo lo circundante, pues pone su mirada en lo más grande. Por aquí el significado apunta a que sean como sean la vida y el mundo, uno los deja en paz. A los hombres y mujeres del mundo, Hoy los dejo en paz. A los pordioseros y miserables que viven en la calle, Hoy los dejo en paz. A los enfermos y a los que ayunan, Hoy los dejo en paz. A los negligentes y los enojados, A los ricos y a los avaros, Hoy los dejo en paz. A los políticos y a los policías, Hoy los dejo en paz. A los delincuentes, a quienes se drogan, a los canallas, Hoy los dejo en paz. A quienes fallan y muchas veces no pueden, Hoy los dejo en paz. A los malos estudiantes y a los malos profesores, Hoy los dejo en paz. A los que andan por las calles con el alma distraída, Hoy los dejo en paz. A los que detestan el arte y a quienes lo miran para salvarse, Hoy los dejo en paz. A quienes militan tras de una idea que consideran esencial, Hoy los dejo en paz. A los empresarios y a quienes negocian, Hoy los dejo en paz, A quienes temen y a quienes se determinan, Hoy los dejo en paz. A quienes callan y a quienes con los codos hablan, Hoy los dejo en paz. A quienes triunfan y sonríen, Hoy los dejo en paz.
Según mi experiencia, este es el respeto más difícil de lograr, porque de entrada no siempre está concorde con lo que uno es y quiere, porque tiene muchas facetas que parecen injustas, porque también acorrala. Sin embargo es el que proporciona el gran contexto, donde la vida y el devenir del mundo tienen lugar precisamente. ¿Y quién puede mirar tan alto y hondo, tan ampliamente, como para dominar lo específico y lo general y pretender que la suya es la mejor para los asuntos más grandes? ¿Quién podría?
Según parece, nadie hasta la fecha, menos aún aquel que ofrece sus servicios profesionales de consulta. Éste también tiene sus asuntos, de los cuales ocuparse y a los cuales dar atención. Esta persona también, esto es seguro, a veces prefiere, le es necesario, esencial, quedarse sólo con la sonrisa de su niño, de su hijo, el que grita con alegría que es campeón porque ganó a su contrincante dos juegos consecutivos de serpientes y escaleras.
El que ofrece consulta es una persona como las otras, sujeto a lo mismo que sus congéneres, si bien ha encontrado un haz de luz que ahora comparte, una luz que acaso alumbre habitaciones en penumbra o permita mirar lo que allí estaba y no sobresalía. En este tenor, del modo que sea, yo digo también, y con todo mi ser: Hoy los dejo en paz.