Candil de la Calle

Cerro de los Leones II

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Muy pronto la televisión, para ejercer su influencia soberana, recorrerá en todos los sentidos toda la maquinaria y todo el bullicio de las relaciones humanas.

Martin Heidegger

En el Cerro de los Leones, las cosas van de mal en peor.

Con camiones de mudanza, los ladrones saquean las casas de sus propios vecinos.

Antes, era ley no escrita irse a otros rumbos de la ciudad y respetar el barrio propio. Pero ya no.

Y cada vez con mayor frecuencia, venden las cosas entre otros vecinos, que las adquieren por temor o por desvergüenza.

Hace dos semanas, una vivienda en el Callejón de la Bolita fue literalmente vaciada con este modus operandi.

Luego, los responsables comenzaron a ofertar los muebles y avituallamiento entre la comunidad. Alguien —dicen que un propietario de una tortillería del rumbo— adquirió algunos de los artículos ajenos, conseguidos a fuerza del delito.

Los pandilleros del rumbo —no aquéllos que pueden reunirse para jugar o hacer bravuconadas a los que pasan, sino aquéllos que se asocian para cometer ilícitos, para afectar el patrimonio, la vida y la tranquilidad de otros— se han reforzado bajo la sombra de Guillén (“Faros”) y de su principal cómplice, “El Pablillo”.

Se les ve subir y bajar por los callejones del Cerro de los Leones a la Presa o a Pastita cargando computadoras u otros enseres, y luego pasan a las tiendas del rumbo para ofrecerlas, a pleno día, de lunes a viernes.

Se atraviesan al paso de los taxistas y les piden la cooperación —el derecho de paso, no de piso— o amenazan con dar el siguiente paso: irse contra los pasajeros.

“¿Ve por qué ya no queremos venir para acá, doñita? Pero también entendemos que la gente pues qué hace”, cuenta el taxista con quien se hace un recorrido a pleno mediodía, nada más para cerciorarnos de que las historias urbanas que corren de voz en voz tienen un fondo de verdad.

Algunos se arriesgan y sortean al hombre que se para enfrente, logran torearlo y continuar el camino. Pero saben que tarde o temprano tendrán que regresar… o que el grupo que se aposta a un lado de la Panorámica la emprenderá con el siguiente taxista que suba.

Es cosa de suerte. Puede ser cosa de vida o muerte.

Hay miedo de denunciar. Porque viven al lado. Porque se conocen desde siempre, saben de las familias, de los hábitos, de los horarios.

Y en ese agujero negro, la autoridad sucumbe a la dejadez.

Que se las arreglen como puedan.

Como ha pasado hasta ahora.

Ya estuvo bueno, ¿no?

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