Un Cronopio

La música como expresión de la voluntad y como sentimiento dionisíaco

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Arthur Schopenhauer (Foto: Especial)

El arte como necesidad del hombre para el desarrollo de la cultura o de la vida misma, se presenta a lo largo de la historia en múltiples formas;  ya sea como artes plásticas, poesía o música. El hombre artístico ha buscado la expresión máxima del espíritu, siendo también un punto de reflexión para el desarrollo de la ciencia estética. Y ¿qué hace al hombre interesarse en la creación de la obra de arte o simplemente en la contemplación de la misma, para comprender o acaso sólo intuir otro mundo de posibilidades? ¿Será el arte el único sentido real del existir, en el que podemos ser libres realmente? Un hombre ya lo había planteado de esta forma, para Schopenhauer la vida misma estaba impregnada por una fatalidad, y la única vía que hacía más soportable la existencia era el arte.

Empecemos pues por hacer una diferenciación fundamental en la filosofía shopenhaueriana, entre los conceptos de representación y voluntad. El mundo real, el que acaso creemos conocer, es el mundo de la representación; en el que percibimos las cosas como sombras, imágenes borrosas, es decir el mundo de la ciencia, ejercido por un principio de razón. La necesidad del hombre por el conocimiento oscila en el mundo de la representación, donde hacemos palpable la finitud de nuestra existencia. Los objetos y los fenómenos pertenecen a este principio lógico en el que intentamos ordenar el mundo. Y aún las ideas se mantienen dentro del mismo rubro, pero con una clara diferenciación;  pues la idea es la objetivación de la voluntad, pues parten de la objetividad y no de la individualidad del sujeto, ni de su mera relación de conocimiento con el objeto, sino que expresan la voluntad  del mundo fragmentada a nuestros ojos a través de ideas.

Y ¿qué es voluntad? Digamos primeramente que la voluntad podría ser una fuerza, quizá no en un sentido físico, sino ontológico, la voluntad lo es todo, inmersa en todo tiempo y espacio mantiene activo al mundo y al hombre.  Sin embargo éste no puede comprender la voluntad, ni conocerla, aunque si puede percibirla o tal vez intuirla a través del arte. En un sentido amplio digamos que el hombre no puede ser libre realmente, pues es presa de la voluntad, que en varias ocasiones lo engaña fácilmente, siendo causa y fin en sí misma ya que la voluntad no es creada, es la cosa en sí.

El arte logra que el hombre se olvide de su condición individual y lo arrastra a la objetividad máxima, donde no percibe ya los objetos, sino la fuerza de la voluntad misma. Aunque hay grados en los que percibimos esta fuerza, la pintura no expresa la voluntad sino que se representa la idea de la objetivación de ésta. Así pues existe una genialidad que logra captar esta idea y la plasma en una obra de arte, la figura de genio es para Schopenhauer un punto primordial, pues es la genialidad del sujeto que lo orilla a la contemplación, donde se olvida a sí mismo y se hace uno con el todo, y es aquí donde intuye la fuerza inmensa de la voluntad, para expresar a través de un cuadro o una escultura lo que está más allá del conocimiento.

Sin embargo, las artes plásticas siguen perteneciendo al orden de la representación, al igual que la arquitectura o la poesía, pero ¿qué pasa con la música? Arte que por cierto Schopenhauer analiza de forma separada, ya que para él merece ser referida en otra clase, pues no encaja dentro de ninguna clasificación.

La música es por esencia el mayor de las artes, pues no juega en el mundo de la representación, sino que es la voluntad en su máxima expresión, y es la única manera en que podemos dar cuenta de ella. Además la música se convierte en un lenguaje universal, que traspasa las barreras de los conceptos en el lenguaje hablado, y es de esta forma que la objetivación se presenta en su punto más alto, pues el hombre no es un sujeto individual que conoce por sí y para sí, es la ruptura con su yo individual lo que lo sitúa en la contemplación de la música, de la voluntad misma.

Ahora bien, cuando vemos fracturado este principio de individuación, que no es sino la manera en la que aprehendemos el mundo real, o sea la representación, el mundo aparente, en el que las ciencias juegan su papel; hemos de olvidar esta realidad casi onírica en la que las formas parecen confusas y adentrarnos con temor, al mundo de la voluntad que con su fuerza inmensa nos aterroriza momentáneamente.

como sobre el mar embravecido, que, ilimitado por todos lados, levanta y abate rugiendo montañas de olas, un navegante está en una barca, confiado en la débil embarcación; así está tranquilo, en medio de un mundo de tormentos, el hombre individual, apoyado y confiado en el principium individuationis. (Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, Porrúa, p. 416).

Friedrich Nietzche (Foto: Especial)

Este mismo párrafo es citado por Nietzsche en su primera obra dedicada al estudio de la estética: El nacimiento de la tragedia. Claramente influenciado por la obra de Schopenhauer, Nietzsche toma prestado el concepto de voluntad schopenhaueriano, para desarrollar su postura acerca del arte. Además de ser la música también el arte por excelencia a la par de la tragedia griega, pues ambas nos muestran el mundo terrible de la voluntad, la primera de manera sublime, la segunda en un destino fatídico.

Debemos mencionar que para Nietzsche existe en el mundo una dualidad que se encuentra en lucha constante desde siempre; lo apolíneo y lo dionisíaco. Términos por excelencia de la cultura griega, pues ambas divinidades representaban su contrario en la vida diaria. Por una parte, lo que es atribuido como apolíneo, tiene su origen en el sueño, en el mundo onírico donde las formas que percibimos son aparentes, mientras que lo dionisíaco se encuentra en la naturaleza misma, en la embriaguez del espíritu. Así, siendo dos fuerzas que se encuentran en el mundo, también son recreadas por el hombre en el arte. Entonces el arte de las formas, como la pintura, escultura, arquitectura, hará patente la presencia de Apolo, pues representa lo perfectamente ordenado, lo mesurado, el orden. Digamos que de manera análoga es el mundo de la representación, donde sólo logramos percibir las formas mediante la razón. Y éste es un concepto clave en el pensamiento nietzscheano: la razón, que no es más que la decadencia de occidente bajo sus formas aparentes de vida, pues desde el pensamiento socrático se antepuso la racionalidad a lo instintivo, ocultando esta parte como vergonzosa o perversa en el hombre. Así pues, es justo  aquí donde lo dionisíaco se apodera del hombre, no es ya el sujeto que habla y crea conceptos, el que racionaliza el mundo, sino el que vuela y baila con la naturaleza, el que rompe el principio de individuación.

De forma paralela a la voluntad, lo dionisíaco no se puede aprender, pues no es algo que se explique por conceptos lógicos, ni racionales, pero si se puede intuir mediante la música que es la máxima expresión de Dionisio en el mundo. A través de los bailes y la fiesta en la que lo instintivo del hombre se hace uno con la naturaleza tal y como la conocemos, sin máscaras, el sujeto se olvida de sí, y entra a este mundo universal donde se es uno con el todo.

Ya sea en la manera contemplativa de la voluntad o en el sentimiento dionisíaco de la embriaguez, la música se presenta como el arte que por excelencia nos aísla de este mundo aparente. Pues nos vuelca al éxtasis, a salir fuera de nuestra conciencia, a presenciar nuestro olvido con el todo, y arrojarnos a los brazos de la vida misma, convertida en la voluntad del mundo.

Hemos visto que dos caminos se cruzaron, que las mentes de dos grandes genios coincidieron en que el arte hace más soportable la existencia, y que debemos entregarnos sin temor alguno a la embriaguez de la vida, a lo sublime de la voluntad, porque el resto del mundo es borroso y confuso, sólo apariencia.

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Adriana Ugalde Delgado estudia la licenciatura en Filosofía, es además una lectora ferviente de obras poéticas, literarias y filosóficas; en algunas ocasiones cuando encuentra la inspiración, gusta de escribir poesía, ensayos y/o artículos de opinión. Le apasiona el arte en todas sus representaciones, en especial la música y la pintura. Actualmente se desempeña como reportera en un periódico de difusión nacional.

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La columna “Un cronopio” porque tiene como referente a la obra literaria de Cortázar, quien explicó que el nombre cronopio se le había ocurrido por primera vez en el teatro,  como resultado de una visión fantástica de pequeños globos verdes flotando alrededor en el semi-vacío teatro. Finalmente los cronopios terminan siendo poemas sin rimas, dibujos fuera de cuadro, personajes de cuentos de la obra de Cortázar.