Las cosas como son

Sobre lo antiguo y lo nuevo en el decir

Compartir

¿A qué santo nos acogemos cuando decimos que sin problemas la vida sería muy aburrida?  Seguramente esa frase la hemos escuchado todos, y casi con seguridad creemos a pies juntillas en lo que refiere. Es un modo cotidiano de justificar por ejemplo la desventura, el fracaso, la infinidad de asuntos qué atender, los excesos laborales o de ausencia, el cansancio crónico debido al trabajo, alguna enfermedad, la soledad, y todo cuanto se quiera.

Algo parecido sucede cuando señalamos que más vale malo por conocido que bueno por conocer. Es una manera de cerrarle el paso a lo nuevo, que puede ser mejor o más intenso o abridor de caminos, e instalar de planta lo antiguo, que no por conocido es mejor, sólo se le conoce más, lo cual no garantiza beneficios ni la ampliación de miras.

¿Y qué tal cuando llegamos a señalar que nuestros afanes de cambio ya los dejamos atrás porque al fin y al cabo ya se terminó con los cometidos de la vida? Puede decirlo alguien ya jubilado, con hijos, nietos y bisnietos, una pensión y una casita donde pasar las horas.  Aunque también llegan a decirlo personas de menor edad quienes así muestran cómo pasan el tiempo esperando el fin, la muerte, el término de lo vivo.

Las tres expresiones referidas y otras que circulan por las anchas avenidas del lenguaje y los encuentros interpersonales lo que hacen es conducir los hilos del pensamiento, de las sensaciones, de los sentimientos y las emociones por los caminos más arduos del vivir. Consecuentemente, los actos, las conductas, lo que se puede conquistar se modelan bajo ese mismo calor, con más y con menos límites, de tal suerte que ratifican la validez de los dichos. “Pues este hombre me tocó”, “Si no tenía opción, ¿qué más podía hacer?”, “Algo estaré pagando para que me pase esto”, “Así es nuestra suerte”, incluso el muy afamado “Aquí nos tocó vivir”, son manifestaciones concordes con esos pensamientos, engranajes de una maquinaria que no dejará de producir los mismos frutos, la misma intensidad baja, el mismo ciclo de anhelos inclumplidos y disminución de la estima, la misma rutina de volver casi definitivo lo que solo es pasajero.

Muchos de nosotros, en la infancia, fuimos sometidos a una pregunta grave en los tiempos de la doctrina. Algunos chicos más aventajados decían: “¿Si hubiera un camino lleno de espinas y un camino lleno de rosas, por cuál te irías?”. Así de desnuda y franca. Uno tenía que contestar que elegía el de espinas, porque es el camino de Jesús, y debía entender que el camino de rosas era un espejismo creado por el diablo para perdernos. Sin poner en duda el rico trasfondo católico, lo que aquí se revela es el poder de muchas frases para darle forma a nuestra vida interior, para dirigir nuestros pasos por sendas incluso indeseadas, pero con una justificación a mano a manera de rasgo generalizado.

También queda a la vista el poderío de un puñado de frases, cuya acción conjunta crea una especie de cercado, de límite con alambre de púas que a veces se vuelve imposible trasponer, aun en pos del beneficio o la mejoría. Las razones de este freno no son difíciles de identificar. Cuéntese entre ellas el amor y credibilidad profesados a los adultos de nuestra familia, el deseo de pertenencia a los nuestros (que incluye familia, amigos, barrio, pueblo, ciudad, estado, nacionalidad, y un largo etcétera), la facilidad de permanecer como se es ante la dificultad o laboriosidad de emprender el camino de la reinvención, y hasta ocupa un lugar el no darnos cuenta de lo que decimos reiteradamente hasta volverlo mandato. En este sentido, hoy la programación neurolingüística ha puesto de relieve cómo lo que se dice y cómo se dice influyen decisivamente en el programa interior de las personas, que se traduce en actos, en forma de vida.

¿Será muy difícil empezar a acumular pensamientos e imágenes en donde nos vemos como los protagonistas de escenas bienhechoras, favorables, gozosas, libres de adversidades y hasta de enfermedad e infortunios? ¿Nos costará mucho trabajo aguantar la culpa de ser felices, de posición desahogada, amorosos con nuestro cónyuge, mirando que los demás a nuestro derredor no lo pasan bien? ¿Con la experiencia de vida acumulada, no queda claro que los almuerzos gratis no existen, que todo tiene un costo, y que para cada efecto hay una causa? ¿Dónde comienza este movimiento? ¿Acaso en el frenar el ingreso de esas frases que jalan hacia lo menos, y en impulsar el ingreso de aquellas que tiran con muchos caballos de fuerza hacia lo más?

Desde esa perspectiva, vale la pena proponerse a partir de hoy buscar a ocasión de comprobar qué tan aburrida puede ser la vida si lo tengo todo resuelto, ¿quién no quisiera experimentarlo? “Quiero conocer qué soy capaz de alcanzar porque ningún límite me cierra el paso, me gustaría tener la ocasión de mirar a Dios yendo por cualquier camino”.