Las cosas como son

Conmemorar hechos de otro tiempo

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Ha pasado el día de los fieles difuntos, se acerca el aniversario de la Revolución, asoma en la distancia la celebración guadalupana, y vendrán en seguida las posadas, la navidad y el cambio de año. Pasarán, como han pasado tras celebraciones, festejos, amores, victorias, descalabros. ¿Uno mientras tanto, qué hace? ¿En dónde posa y descansa la mirada? ¿A qué se acoge el corazón en pos de paz, de la calma imperecedera?

Para nadie es un secreto que el mundo es un amasijo de hechos, una tras otro se suceden, se presentan, dejan algo especial en la vida, toman algo de los asistentes, y pasan. Los hechos son la moneda corriente de nuestro vivir, son la mano experta del alfarero que modela lo que somos, incluso lo que podemos ser y hasta lo que seremos.

Dicen antiguas sabidurías que es valioso acertar a un blanco fijo. Que es más valioso acertar a un blanco en movimiento. Pero que lo más notable consiste en acertar a un blanco en movimiento mientras el tirador está igualmente moviéndose. Ese es precisamente nuestro desafío: armonizar nuestro movimiento con el movimiento de la vida, y acertar en la diana, es decir: consumar un objetivo, conquistar una cima, alcanzar una meta. Los dos indetenibles. Cosa por demás difícil, claro, para la cual hace falta una habilidad cierta, una voluntad segura, un enfoque preciso y, sobre todo, el conocimiento exacto de lo que se es y para qué se empleará lo aprendido.

Es como si montásemos en el caballo de nuestra edad, sobre cuyos lomos cada vez nos sentimos más cómodos, mientras pulsamos el arco de los objetivos, los anhelos, las metas, que son como blancos que escapan de nuestro alcance y a los que nos obligamos a atrapar, a dominar, a conquistar. La suerte del charro que desde su caballo tira la reata y domina a la bestia que corre delante de él. Cuando esto logra realizarse a cabalidad, lo más probable es que entonces sobrevenga la paz, la calma, un descanso profundo. Obviamente, sobre la marcha misma, con la vista puesta en otros objetivos, de tal suerte que apenas queda un breve regusto.

Sin embargo la frecuencia hace la diferencia, pues quien se habitúa a los éxitos, se vuelve hábil, disminuye su tensión para hacer lo que parecía difícil, se prepara gradualmente para empresas más arduas, y sobre todo enriquece su vivir, su confianza en sí y en lo circundante, la certidumbre del cometido esencial. Así pues, este doble movimiento, que deviene múltiple por sus efectos, lleva también a estaciones que otros como uno marcaron indeleblemente y quizá para siempre en la sucesión interminable de los días.

Esa estación es cada una de las celebraciones del calendario, cuando cambia el sentido del hacer en favor de un hecho que acaba siendo de otra índole: sensitiva, poética, religiosa, trascendente. Todo sigue en movimiento, sólo que ahora el objetivo, el anhelo es suave, es afectivo, sentimental, como un hacer que se hace sin hacer, o sea sin el hacer rutinario. Obvio, de ahí se desprende otro tipo de plenitud, una satisfacción ligada a honrar a quienes nos antecedieron pues hacemos lo que ellos, a quienes no conocimos, mostraron que sería bueno hacer y tenían razones para que así sucediese, las cuales nosotros apreciamos por sus efectos.

Hay en esto una enseñanza profunda y una vinculación especial, no consciente, que retomamos quienes ahora vivimos, afanados por supuesto en marcar una huella así de intensa, así de conciliadora en nuestra circunstancia.

En los hechos nos vivimos, en ellos crecemos, en la repetición de lo anterior y de lo ancestral se nos regala una identidad, una reiteración a la pertenencia, con ello contraemos igualmente una deuda, regalos que no tendríamos de ninguna otra forma. A la vez se nos muestra que todas las personas responden a su circunstancia y que participan de lo trascendente con sus hechos, hechos pasajeros, vidas pasajeras, asuntos temporales, cuya importancia sin embargo es inmensa.

Conmemoramos pues hechos de otro tiempo. Anhelamos marcar para los que siguen hechos de esa misma magnitud. Y vivimos lo nuestro de la mejor manera posible, preservando los legados, con mayor y con menor fortuna, apegados a nuestra circunstancia, en consonancia con nuestra situación, en movimiento perpetuo, o lo que es lo mismo haciendo el tiempo. Darnos cuenta de este modo de actuar, de conducirnos, acaso nos brinde esa calma, esa tranquilidad de no estar apartado, de pertenecer, de ser único pero a la vez común, de ser un ser humano, moldeado por lo específico de su raza, de su sociedad, de su país, de su continente, de las almas circundantes.