Literaria

Molière: Rebeldía defendida por la realeza

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El más grande dramaturgo y comediógrafo francés del siglo XVII se llamó Jean-Baptiste Poquelin; fue hijo del tapicero real y una mujer llamada Marie Cressé, actualmente lo conocemos todos por su famoso pseudónimo: Molière.

Por su origen humilde y su permanente contacto con la realeza, Molière estuvo siempre en relación con el teatro, arte que le daría su gloria y lo inmortalizaría. Sin embargo no sería la tragedia, género predilecto de los teóricos y críticos del teatro, lo que lo consagraría, sino la comedia, específicamente hablando: la sátira social.

Desde muy joven, Moliere pudo darse cuenta de la hipocresía con la que su sociedad se movía en todos sus ámbitos, por lo que al autor no le importó que fuera la iglesia, la realeza, la medicina, la burguesía, etc.; él escribía y representaba sus obras empapadas de farsa, sin tomar en cuenta las malas opiniones que pudieran generarse sobre él o su compañía teatral.

Los inicios de Molière en el teatro no fueron nada fáciles, pues su compañía “El Ilustre Teatro” no tuvo muchos seguidores al principio, por lo que el autor debió irse de París a trabajar de actor para poder pagar sus deudas. No fue sino hasta cinco años después que regresó a París convertido en un excelente actor y dramaturgo cuando “El Ilustre Teatro” interpretó dos obras para Luis XIV, una tragedia y una comedia, ésta última fue la que definitivamente le abrió las puertas del palacio real, convirtiéndose poco tiempo después en la compañía de teatro del palacio.

A pesar de los disgustos que sus obras generaban entre los asistentes, el autor poco a poco iba causando más curiosidad entre los espectadores, por lo que a pesar de ser duramente criticado sus obras siempre estaban bastante concurridas justamente por estas personas que más se quejaban, quienes iban al teatro muy seguramente sólo a ver con qué nuevo personaje de Molière se identificaban; posteriormente venían las quejas contra el autor ante el Rey, sin embargo Luis XIV lo tomaba con humor, pues le encantaba la sinceridad y franqueza con la que Molière caracterizaba sus comedias y siempre lo defendió de la agresiva crítica y por esta causa tuvo mucha envidia de los demás pero muy poca censura; salvo con una obra titulada: Tartufo, que arremetía mordazmente contra los principios de la Iglesia católica.

Molière siempre tuvo una gran convicción por sus oficios, aunque en esa época el oficio del actor fuera de los más despreciados por la sociedad.

La última obra de Moliere se titula El enfermo Imaginario que narra la historia de un hombre hipocondriaco y su esposa, quien harta de los problemas de salud de su marido desea que muera lo más pronto posible, en esta obra se evidencia la hipocresía de los matrimonios burgueses así como la falta de vocación de los médicos de la época.

Molière demostró su convicción ante sus profesiones hasta el último día de su vida, pues fue sobre escena, realizando la representación de El enfermo Imaginario, cuando el dramaturgo y actor falleció en el año de 1673.

Molière representa un estilo de escritura agresivo, mordaz y particularmente divertido, que acompañado por una excelente técnica de actuación inclinada hacia la farsa nos hace darnos cuenta de lo que ocurría en la sociedad del autor y cómo es que él percibía y repudiaba estos fenómenos sociales.

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