Las cosas como son

Fines de la consulta

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“¿Qué es lo que te gustaría que se resolviera en tu vida, que fuera diferente o que cambiara?” es la pregunta esencial a la hora de emprender una consulta. Y en ella se condensan de inmediato un tipo de mirada y la proyección de un movimiento. La mirada se enfoca entonces no en el problema o la dificultad, el cual se deja hasta cierto punto de lado, y se lanza uno en pos de una consecución, busca la posibilidad. Es decir, resulta valioso en nuestro caso no consentir la situación difícil sino mirar un paso adelante, procurar la solución, lo posible.

De modo general, al señalar este hecho, se muestra que otras consultas quieren adentrarse en el problema, conocerlo en sus pormenores, con lo cual en muchos sentidos instalan al consultante en lo adverso, en lo complicado, con lujo de detalle, para posteriormente emprender camino desde allí. Uno a su vez está habituado a referir en toda su magnitud lo que le pasa, lo abstruso, a veces sin freno ni contención, como intentando hallar afuera algo que facilite arreglar lo de adentro. El resultado apunta a que se alienta por este camino la debilidad, la falta de fuerza, la entrega, la rendición de la plaza.

En contraste, este trabajo ocupa la voluntad activa de quien consulta, requiere su energía en movimiento hacia un objetivo, se alía con las fuerzas familiares y ancestrales que la propia persona trae consigo. Por eso es que invariablemente aparece la relación con los padres, sea cual sea el asunto en consulta: es un recurso útil a todas luces, bienhechor, necesario hasta lo indispensable. El propósito es que sea agente de su propia transformación, agente de sus propias fuerzas y posibilidades, las cuales tiene más cerca de sí que su propia yugular.

El propósito es que la persona reúna esas cualidades, ese potencial, lo condense, y consiga emplearlo para “recolocarse”, para emprender una colocación nueva en el mundo con respecto a sí misma, a sus padres, a su familia, a la vida en el sentido más amplio.

Como se aprecia, desde esta perspectiva adquiere pertinencia preguntar a la persona al comienzo de una sesión sobre lo que le gustaría resolver en su vida, que fuera diferente o que cambiara. Por ende, la consulta no es como un taller donde se repara algo, ni es como un juzgado donde se toma partido por alguien y se enjuicia a un ausente, ni es un recetario: tan sólo es un espacio donde la persona tiene la oportunidad de mirar desde otra perspectiva su situación, donde se facilita la comprensión de lo ocurrido con base en el amor y la circunstancia de cada uno de los que participan en el asunto, donde puede tomar decisiones a partir de la fuerza de su amor, de su sentido de pertenencia, de su anhelo de mantenerse incluido entre los suyos, incluso si hace las cosas de diferente forma.

Pero es un paso que ocurre dentro de la persona, el cual, cuando se consuma, se vive espontáneamente desde allí hacia afuera. Es que tan sólo habrá ocurrido en este supuesto un acomodo de los elementos ya existentes, un ordenamiento de lo que ya estaba allí. Y claro que este es un gran asunto, una cuestión muy mayor. Por eso sigue siendo pertinente preguntar por lo que podría ser mejor, o cambiar o resolverse en la vida de una persona: porque ella es la sabia, porque ella tiene ya en sí los elementos para modificar un orden por demás conocido, porque ella ha acumulado una buena experiencia en el manejo de esas situaciones.

Así entonces adquiere significación el que se denomine “facilitar una consulta” al trabajo que de este modo se desempeña. Solamente se ofrece una ayuda, con toda la determinación posible, para relanzar un impulso, para adquirir una visión nueva sobre un asunto añoso, para darse cuenta de lo inmenso y de lo valioso de los propios recursos, de la contribución que han realizado en nuestro favor las personas de nuestro derredor, aun las que parecen ir a contracorriente nuestra. Todas, cada una en su medida, nos ayudan a cumplir nuestro destino, uno que no nos imaginábamos, o uno que postulamos un día y después retiramos de nuestra vista.

Esta última confianza, esta última certidumbre, suele traer consigo mucha paz, la posibilidad de cerrar una etapa, y por supuesto la oportunidad de iniciar con los ojos abiertos un nuevo capítulo de nuestra historia, que se espera sea de mayor plenitud. ¿Puede haber algo mejor para una persona que enriquecerse con la comprensión de lo sucedido, que restaurar vínculos, que recuperar la sensación de sí y su visión de lo que sigue?