¿Sucedió?

¡Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos!

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Fue con esta consigna, probablemente entre muchos otros argumentos, que la ciudadanía decidió que el pasado primero de diciembre volviera el PRI  a Los Pinos, de donde los había sacado en PAN, doce años atrás.

Detrás de esta realidad hay un sinnúmero de historias que ilustran fundamentalmente una realidad mayúscula: la falta de liderazgos eficientes, sobre todo en tratándose del presidencial.

Fox llegó al poder con un capital político portentoso, inimaginable hasta entonces para los mexicanos, acostumbrados, como estábamos a que el presidente fuera una especie de imposición sin mucho respaldo popular; pero el caso del “señor de las botas” fue diferente, arribó con un enorme apoyo de la ciudadanía, que el día del triunfo le gritaba, al pie del monumento a la Independencia: -“NO nos falles”, y él replicaba con la V de la victoria y con una sonrisa movía la cabeza de un lado a otro, implicando que no los iba a defraudar.

Pronto se empezó a notar que los del PAN no conocían el oficio de gobernar. Fox empezó a trastabillar, las declaraciones que como candidato le habían ganado un respeto por parte de los electores, ahora se convertían en despropósitos, si no es que en disparates. Por prontas providencias, se vio que no pudo resolver el conflicto con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en “menos de 15 minutos”.

¿Qué pasa? Se preguntaba la gente, ¿por qué si tiene todo nuestro apoyo, no sucede nada? Hay muchas interpretaciones al marasmo, a la inamovilidad que denotó el gobierno. Son muchos los que piensan que su capital político, bien liderado, bien administrado, le hubiera alcanzado para desmontar el aparato corporativista que caracteriza a muchas organizaciones mexicanas, sobre todo a los sindicatos; pero no hizo nada en ese sentido o si lo hizo, fue tan tibio el intento que no se notó. Elba Esther y Deschamps se fortalecieron, igual que todos los líderes charros y a falta de un liderazgo nacional, en el PRI se encumbraron varios líderes regionales, personificados por los gobernadores de ese partido que prevalecieron en la mayoría de las entidades federativas.

En los corrillos se comentaba que así era la alternancia y que la democracia tenía costos que había que pagar, que una gran ventaja era que la figura, el omnímodo poder presidencial, finalmente estaba acotado y que eso ya era un gran avance. Tal vez esto haya sido cierto, lo malo, el problema radicó en que quien lo ejercía, se convirtió en un “estadista” de ocurrencias, en un mandamás sin ideas claras de qué hacer con el poder que había conquistado.

Lino Korrodi, defenestrado ex amigo del presidente, quien había participado en la concepción de la estructura Amigos de Fox y quien la administró desde el punto de vista comunicacional y llevó el manejo de la campaña propagandística del candidato, con cierto desencanto declaraba:

—Ese es Vicente, es todo lo que tiene, no hay nada más, ya dio todo lo que podía, quien esperara más se equivocó.

Es así como nos damos cuenta, una vez más, de que nuestros líderes suelen estar por debajo de las exigencias de su tiempo y lugar, de su momento en la historia y de su posición en el concierto de los actores tanto internos como de la comunidad internacional. La próxima semana veremos cómo después de otro fallido sexenio, los corruptos le quitaron a la fuerza el bastón de mando a los ineptos.