Un Cronopio

La Pasión trágica Unamuniana

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Pero así como un conocimiento científico tiene su finalidad en los demás conocimientos, la filosofía que uno haya de abrazar tiene otra finalidad extrínseca, y se refiere a nuestro destino todo, a nuestra actitud ante la vida y el universo. Y el más trágico problema de la filosofía es el de conciliar las necesidades intelectuales con las necesidades afectivas y con las volitivas. (El sentimiento trágico de la vida, Miguel de Unamuno, Losada, Buenos aires, 2003, p. 19)

Quizá la pregunta más urgente por la existencia se presenta en esos momentos en los que la soledad se hace presente en nuestras vidas, pregunta sin respuesta, que desborda muchas veces en la melancolía, en angustia o en tragedia. ¿Cuál es el sentido de la vida? Y aunque, como lo dijera Albert Camus, es en ese preciso instante cuando podemos ignorar este dilema, echarnos hacia atrás y continuar con nuestras vidas normales; el hombre que opta por seguir habrá escogido, sin quererlo, su propia ruina.

El hombre del cual hablaré brevemente está rodeado de este halo trágico, desde su pensamiento hasta su vida misma. Figura solitaria e intelectual, Miguel de Unamuno nace en Bilbao a mediados del siglo XIX, y desde el comienzo de su infancia estará impregnado por el catolicismo español de la época. Hijo de una familia burguesa, lo cual le permite salir de su ciudad natal a continuar sus estudios superiores en Salamanca. Aunque en realidad su auge como figura intelectual, siendo rector de la Universidad de Salamanca y obteniendo los más grandes honores en tal lugar, poco le han de importar en su vida. En un primer momento Unamuno se revelará contra la religión impuesta en el seno familiar, aunque después será ésta el tema central de su pensamiento filosófico.

Ahora intentaré hablar poco o casi nada del pensamiento Unamuniano revelado en la obra Del sentimiento trágico de la vida.

Cuando el hombre asume su papel como actor de la vida, toma conciencia del mundo que le rodea y es su propio yo el que lo lleva por los caminos del drama y la agonía. Pues el hombre hace una profunda introspección, mira hacia dentro, hacia lo más recóndito del espíritu. El conocimiento se asume de esta manera personalista, la ciencia poco induce al hombre en estos caminos, pues lo sitúa en un mundo abstracto e impersonal, lleno de conceptos universales, donde se pierde el sujeto, garantizando sólo un aquí y ahora. Esta forma de filosofía existencial brota de las entrañas de uno mismo, de la urgencia por el existir día con día, por ello la pregunta de qué hay más allá de la vida se vuelve inminente, pues nos conocemos como seres finitos.

El rechazo por los universales y por el progreso de la ciencia, no es más que el refugio del mundo moderno que ha desviado el rumbo del espíritu, por ello la postura del sujeto en asumir su existencia como tal, le permite al mismo tiempo crear su propio microcosmos.

No se trata de la humanidad, también como alguna vez lo pensara Nietzsche, sino del hombre concreto, y es él quien crea y destruye, quien vive y muere, siempre consciente de su destino.

Con esta mirada hacia el interior el hombre, Unamuno se topa con la religiosidad, con su búsqueda personal de Dios, con ello deviene la angustia. Ya varios pensadores habían hecho del cristianismo su forma de pensamiento y vida, una de las influencias mayores en la filosofía de Unamuno fue Kierkegaard. “La verdadera fe hay que buscarla, no aquí sino en Dinamarca”, con esta frase entabla su verdadera conexión con la obra kierkegerana, en la que descubre al ser angustiado frente a la paradoja de la fe. Para el filósofo danés la existencia se asume por la angustia y la búsqueda de Dios es por la fe, no una fe universal que predica la Iglesia, sino la fe conocida por la experiencia individual del sujeto. Así pues Miguel de Unamuno se siente identificado con el existencialismo cristiano de Kierkegaard.

La existencia para Unamuno no requiere ser pensada, pues es una categoría esencial, así pues asumirnos como seres dramatizados de la vida, va ser el punto de partida del autor. Y esta conciencia del existir se adquiere mediante el puro dolor, cuando el cuerpo duele la conciencia nos presenta este dolor como un fenómeno, por ello la conciencia duele con el cuerpo. Y esta conciencia agónica se representa en el plano de lo finito, está a la espera de la muerte. El refugio de Unamuno en el cristianismo es en parte, a su terrible miedo hacia la nada. ¿Qué es la nada? ¿Y qué se esconde tras esta negación? La angustia de Unamuno se hace palpable al descubrir que siendo seres creados, no podemos encaminarnos a la nada, pues éste sería un absurdo. Debe de existir algo que trascienda más allá de nuestros límites de comprensión, algo que nos encierre en esa inmensa totalidad, y ese algo es Dios.

“A la distancia aparécensenos los hombres tales como son, bailando y agitándose sin sentido; pataleando sobre esta pobre tierra” (“Soledad”, Ensayos I, Aguilar, Madrid, 1945 p. 688).

El intento por responder el problema que esto representa para el hombre, el estar creados de la nada y encaminarse a ella, es la creencia firme en la inmortalidad del alma. Y es sentir al mismo tiempo cierta gratitud por la existencia, porque aunque Unamuno es un alma dramática, su tragedia se vuelca justo en el momento de apasionarse por la vida, por esa esperanza de que el alma trascienda, esa comunicación y encuentro con Dios.

Las contrariedades que esta postura trae consigo se miden siempre en el plano razonal, y desde aquí podemos interpretar la filosofía de Unamuno como un escape a su realidad, porque hay un contexto histórico que lo sitúa en una España caótica, en la que es menester que hombres intelectuales se ocupen de reorganizarla. Sin embargo al filósofo existencial, casi nada le importa este despliegue político. Y ¿debemos juzgar esta postura? Si nos sentamos a pensar silenciosamente en lo que nos ha convertido el mundo, ese lejano mundo que alguna vez inicio con la manipulación de la naturaleza, con esa sed de progreso, podremos notar que se ha abierto un vacío, tan terrible como el miedo de Unamuno a la nada.

Y cuestionamos con los ojos cerrados esta realidad que se cierne misteriosa y ajena, y tenemos miedo de mirar hacia dentro, nos espanta la idea de la soledad, porque no queremos dialogar con nuestro yo interno.

Aún no sabemos cuál es en realidad el sentido de nuestra existencia, y ¿si lo supiéramos? ¿Se resolvería algo? Somos seres de acción, así que podemos decidir existir conscientemente en el mundo o dejar que las masas nos guíen, nos cuestionen y resuelvan nuestra existencia en el “sin sentido”.

O mejor aún podemos aceptar los sufrimientos que conllevan el autoconocimiento, porque conocerse a uno mismo duele, desgarrar esa realidad que aparentemente parece tranquila.

La pasión por la vida, el ser un romántico trágico apasionado, a la manera unamuniana, kierkegerana, nietzscheana, es un peligro para el otro, ¿cómo obligamos a los demás a entender algo semejante? En realidad no podemos, nuestra percepción del mundo muchas veces egoísta, es nuestra. ¿Puede esto caer en un subjetivismo sin control? Tal vez si o no, siempre se pueden encontrar ambas respuestas, pero el ser dueño y creador de nuestra propia vida, a decir de Unamuno, nos sitúa en un nivel espiritual más alto, en donde podemos entablar un diálogo con lo divino.