Un verdadero hombre de Estado lleva en sí mismo el país.
André Maurois
Panistas como el regiomontano Luis Santos de la Garza han pedido en este proceso de revisión interna de Acción Nacional —que algunos de sus militantes sí se han tomado muy en serio— voltear los ojos a los comités municipales y estatales y hacer una evaluación muy profunda y crítica de lo que en ellos ha venido ocurriendo en los últimos años.
Varios de estos comités —o el partido en algunos estados, según se le quiera ver— han quedado en manos de grupos o grupúsculos que, como bien lo explica don Luis Santos, son grupos de interés manejados por personas que se olvidaron del bien común para ver solo por el bien propio.
Algunos de estos, afirma en uno de estos documentos de circulación interna entre los grupos de militantes que quieren aplicar un tratamiento de choque para limpiar las taponadas arterias del panismo, “increíblemente han sido apoyados por las más altas autoridades del partido”.
Se menciona el caso específico de Nuevo León y de su capital, Monterrey, donde las referencias de Santos de la Garza admiten que hubiera sido mejor que no se ganaran consecutivamente varias elecciones municipales, porque la actuación de los abanderados de partido acabó desprestigiándolo ante la sociedad regiomontana.
Nuevo León es uno, pero seguramente no es el único caso. Y en Guanajuato, donde el yunquismo hizo de las suyas y donde se asilaron cuestionables prácticas del viejo PRI, bien podrían poner sus barbas a remojar.
Estas mismas altas autoridades que avalaron a personajes tan polémicos como el ex alcalde regiomontano Fernando Larrazábal, en las postrimerías de la derrota presidencial de julio salían a la palestra a anunciar por todo lo alto un intenso proceso de reestructuración, y formaron inclusive una comisión especial con el propósito de atender propuestas y formular una serie de directrices para los siguientes pasos que definirán el rumbo del partido.
Dicen una cosa, pero hacen otra.
Mientras esto sucede (o no), voces como las de don Luis Santos de la Garza sugieren llevan las expectativas del ejercicio interno a los más altos estándares. Por ejemplo, limitando el número de militantes que ocupen puestos públicos y otorgando al Comité Ejecutivo Nacional facultades para llamar a cuentas a los funcionarios públicos —incluyendo al presidente de la república—, para comparecer sobre asuntos relacionados con el ejercicio de sus cargos.
Nada menos.
Pero ¿qué se puede esperar de una dirigencia como la actual, que ni siquiera es capaz de reconocer que la raquítica ratificación de militantes es otro síntoma, quizá el más visible, de la debacle? Comunicados van y vienen para sostener lo insostenible: que en el PAN “no hay desbandada”.
Seguramente hay más de un panista que desea ver, por ejemplo, al gobernador Miguel Márquez compareciendo para hablar ante los órganos de dirigencia del partido sobre la asignación directa del proyecto Escudo y sus 2 800 millones de pesos. Y no en encerronas privadas, ni reuniones secretas.
De eso ya tenemos suficiente los ciudadanos sin partido.