Las cosas como son

Para iniciar 2013

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Ahora que ha cambiado la cifra del año, es decir que estamos estrenando año, conviene darle un vistazo a las posibilidades de lo nuevo. Porque de eso se trata en enero: de incursionar en lo nuevo, después de los rituales de diciembre. Por una parte, la alabanza al Niño Dios con motivo de su Natividad nos lanza a la seguridad de que hay un comienzo, un bebé recién nacido cuyo cometido es crecer. Por otra parte, el envejecimiento del año, su desaparición para siempre, representado por el mes de diciembre, vagón de cola del año viejo, cerrojo, puerta a lo futuro que se hace presente.

Dos sucesos importantes en nuestra cultura donde se plasma claramente la posibilidad de renovación, los dos al sumarse otorgan impulso y motivación. ¿Cómo podría ser de otra manera si por un lado se nos ofrece mirar lo realizado, el grano cosechado en la parcela de los días, la experiencia, y por otro lado se nos pide entregarnos a la sensación de que lo nuevo comienza, de que semillas recientes o de otra naturaleza están siendo echadas a la tierra interior? Este sucederse de los días podría ser mera bulla fiestera, sin embargo, aun si nuestra razón no tiene tan claras las cosas, podría ser también una buena oportunidad para retirar el polvo del espejo donde nos miramos a diario, para  consumar en experiencia todo lo vivido, en un recuento puntual si bien no pormenorizado, y para tener la fuerza de dar un paso más, con una firmeza más rotunda y a la vez suave.

Quiero decir con esto, porque todo alrededor está confabulado para hacerlo, que la ocasión es buena para mirar cómo lo vivido se convierte en pasado, y cómo lo futuro se hace presente; para dejar en el pretérito lo que en efecto ya pasó, desde enero hasta diciembre, y para abrirle los brazos a lo que empieza a ocurrir, desde este enero y hasta el próximo diciembre; para darle rienda suelta al agradecimiento, principalmente porque uno se mantiene en pie y con posibilidades, así como al optimismo y la esperanza, en la confianza de algo promisorio y bienhechor se cierne. Es diciembre, el invierno, la Noche Vieja. Es La Noche Nueva, el invierno rumbo a la primavera, Enero.

El solsticio cambia la estación en diciembre, pero también cambia los tiempos del corazón; todo a su tiempo, parsimonioso viaje a través de los días que acabará dejándonos en las playas de la luz plena y el calor. O lo que es lo mismo: en el núcleo del invierno yace la promesa de la primavera, como en diciembre, el final, aguarda la promesa de enero, del comienzo. Lección mayúscula para todas las vidas, exaltación del fin y del principio, de la sensación de que lo pretérito está acabado y de que un nuevo sentimiento de orgullo y valía emerge, unión en un nivel no racional de nuestra vida con los ciclos más grandes, a los que pertenece, donde la naturaleza desempeña un gran papel orientador.

Tiempo propicio para reconocer lo circundante y agradecer profundamente todo lo que se tiene y se es, asimismo para decir “soy una persona nueva y viva en este mundo”. ¿Cómo perderse esta oportunidad? Oportunidad única porque no hay a lo largo del año un periodo tan fértil en símbolos, en rituales, en hechos amorosos, que favorezcan esta conversión.

Es cierto que todos los días son propicios para lo que se quiera, pero los de diciembre-enero se hallan especialmente dotados con una provisión de materia sensible que en ellos todo podría ocurrir, y ocurre: el ensueño, el reencuentro, lo mágico. Por eso creo que vale la pena correr el riesgo de aprovecharlos, y de percibir, incluso tenuemente, lo que en ese tránsito nos corresponde.

Para decirlo en palabras de Bert Hellinger: “La felicidad inunda nuestro cuerpo y nuestra alma con una sensación agradable y relajada. Es una sensación luminosa, ya que nuestros ojos comienzan a brillar de felicidad. La felicdad brota desde adentro hacia afuera. Se desborda desde nosotros hacia otros. Se ponen felices con nosotros. A la inversa, la felicidad de otras personas también nos contagia a nosotros. Nos hace felices junto con ellos