Candil de la Calle

El poderoso Arzobispo

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Dios no habría alcanzado nunca el gran público,

sin ayuda del diablo.

Jean Cocteau

Monseñor José Guadalupe Martín Rábago (Foto: Especial)

José Guadalupe Martín Rábago  fue despedido por todo lo alto por —usemos el cliché— “prominentes miembros de la clase política y social” guanajuatense, particularmente la de León, donde la diócesis que encabezó durante los últimos 18 años tiene su sede central.

Ya con la calidad de Obispo emérito, Martín Rábago dejará su lugar a partir del 20 de marzo a Alfonso Cortés Contreras, hasta ahora obispo de Cuernavaca.

Originario de San Miguel el Alto, Jalisco, ingresó al seminario a los 13 años; terminó las licenciaturas en Filosofía y Teología y se ordenó como sacerdote en 1962, tras lo cual regresó a Roma para continuar sus estudios.

Al regresar fue nombrado rector del Seminario de Guadalajara. Fue obispo auxiliar del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, y se quedó como administrador de la diócesis cuando éste fue asesinado, en 1993.

Fue nombrado obispo de León en agosto de 1995.

Es hasta la fecha uno de los 17 arzobispos del territorio mexicano —en la división que la jerarquía católica mantiene para administrarse en el país—, cabeza de la Provincia eclesiástica del Bajío, que reúne a las diócesis de León, Irapuato, Celaya y Querétaro.

Nada menos.

En sus primeros años al frente de su diócesis, la de León, Martín Rábago fue presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (entre 2003 y 2006), el organismo de los obispos mexicanos para ejercer sus funciones pastorales.

“Lo vamos a extrañar”, dijo el gobernador Miguel Márquez Márquez, tras asistir a la misa que ofició José Guadalupe Martín Rábago, la última, en la catedral leonesa.

Ahí estaban otros integrantes de su gabinete, senadores, diputados, empresarios… Y Elías Villegas Torres, mecenas del ultraconservadurismo incrustado en el poder, benefactor y amigo de la diócesis y del arzobispo, el mismo que viste y calza.

En un mensaje que se puede confundir fácilmente con una confesión de parte, se dijo complementario con el gobierno civil para ciudadanos y feligreses.

Nada más apegado a la realidad. El periodo de José Guadalupe Martín Rábago al frente de la jerarquía católica guanajuatense coincidió con los mandatos gubernamentales en manos del Partido Acción Nacional, y particularmente en los últimos dos sexenios, identificados más con las doctrinas del conservadurismo ideológico identificado como “Yunque” que con cualquier estatuto partidario.

Coincidió en tiempo, en formas, en modos y circunstancias. Se acompañaron ambos, se influenciaron mutuamente, hubo silencios convenientes y regaños públicos, sobre todo desde el púlpito hasta el palacio de la autoridad civil, cuando surgieron controversias por asuntos como el combate a la pobreza, o la inseguridad, o los contenidos educativos, en los cuales el susurro de la autoridad eclesiástica no sólo fue consejera, sino actuante.

En lo personal, el parteaguas lo marcó la denuncia documentada de la madre de un joven víctima de pederastia por parte de un sacerdote leonés, detenido después de la publicación periodística en Proceso y que, por la benevolencia del gobernante en turno y la petición expresa desde la casa diocesana, cumplió sólo una parte de la sentencia a que fue condenado.

A esa mujer, que antes que a la autoridad ministerial civil recurrió al entonces Obispo para pedir ayuda y consuelo, Martín Rábago le ofreció pagarle la terapia psicológica para el menor agredido y le ordenó callar.

Martín Rábago nunca aceptó entrevistarse conmigo para hablar de este caso, uno de los miles que han manchado al ejercicio sacerdotal.

Claroscuros de uno de los personajes más influyentes en la política estatal de las últimas décadas.