Las cosas como son

Resonantes y esenciales

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Por obra del amor, con más frecuencia de la deseada, con menos claridad a nuestra vista, todas las personas en algún momento de la vida resonamos con otra persona, o con algún hecho familiar, en un intento a destiempo de acompañar, de que no haya uno solo, de que se vuelva a mirar y se le dé un lugar, o de que no vuelva a repetirse. Resuena por ejemplo un niño con su hiperactividad con un familiar que murió y ya nadie recuerda, resuena un estudiante que opta por la carrera de medicina con uno o varios parientes fallecidos a causa de falta de atención médica a la mano, resuena una mujer con otra mujer de su casa cuando elige a un hombre con el que su vida conyugal es infortunada, resuena un estudiante con los integrantes de su linaje sin estudios pero con vidas desahogadas cuando asiente a la desgana o el desinterés, y así sucesivamente.

Prácticamente ninguno de nosotros se haya a salvo de esta resonancia, de este propósito de participar de una fuerza compartida, de un impulso conjunto, vaya: de un destino común. Pero aclaremos que el destino de que hablamos, con ser entendido como un punto de llegada, implica más bien una gama limitada de posibilidades, que pueden ser pocas o muchas, las cuales dan cuenta de nuestra pertenencia a la familia, en el terreno amoroso, laboral, profesional, del éxito, el fracaso, el infortunio y aun la tragedia. Es decir, que podemos hacer cosas diferentes en ciertos ámbitos, pero inexorablemente habrá otros en los que seremos como los de nuestra casa, en los que pondremos a la vista el sello de nuestra familia.

Y es que el amor es así: no puede permitirse cortar con su origen. Ahora bien, si todos llevamos esa indeleble marca, una propensión, el trazo de una ruta, ¿qué podemos hacer si queremos ganar un margen de maniobra, así sea mínimo? Pues de entrada hace falta desprenderse de toda idea que implique ruptura, anulación o neutralización de lo que ya forma parte de uno; lo contrario es lo bienhechor. Es decir, en estos casos el primer paso consiste en decir “sí, estoy de acuerdo” a todo lo que nos constituye, entre lo cual se encuentra la herencia biológica, la conciencia de la familia, la experiencia y memoria de lo vivido por los de nuestra casa, pues aquel que desea haber nacido en otra casa está rechazándose a sí mismo. Por lo tanto, hay que desprenderse de ideas que promuevan el rechazo de lo familiar porque eso trae consigo el rechazo propio.

Lo que se necesita en consecuencia es la afirmación de la persona que se es, con todo lo que la constituye: su biología, su historia, su educación sentimental, su visión del mundo, sus tragedias, desgracias y afanes. Gracias a lo vivido, a cada hecho vivido, es ahora como es. Lo segundo consiste en reconocer que uno actúa guiado solamente por la experiencia que ha acumulado a lo largo de su vivir, no por otra cosa. Las elecciones, los gustos, las furias, corresponden a lo que hemos vivido, y nos conducen a comportarnos de cierta forma. En este sentido, lo consecuente es que si yo lo hago de esta forma, las demás personas lo hacen así también, en el entendido de que soy una persona común, similar a las otras, si bien cada una tiene sus rasgos especiales y sus peculiaridades.

Finalmente, puede intentarse ir un paso delante de esta situación, y procurar encontrar un elemento de otra índole y acaso mayor firmeza. Dice el dicho que uno solamente posee aquello que no puede perder en un naufragio. Partamos de allí: ¿qué es lo que no puedo perder en un naufragio? A mí mismo, mi ser, mi cuerpo. Ahora, entonces, miro piel adentro, donde reconozco el enorme universo que allí está en constante dinamismo. En la oscuridad interior, que siempre está iluminada, concentro la atención, enfoco la mirada, busco aquello que, me quitaran lo que quitaran, no me impediría seguir siendo el que soy. Con brazo o sin pierna, algo sigo siendo, en ello pongo la mirada. Y sigo repasando, sintiendo con más claridad qué soy, qué sigo siendo, si por ejemplo no veo, si no hablo. Algo se hace presente dentro de mí, en mi interior, algo que ha estado desde el comienzo de mis días y aún permanece. Ese es el núcleo esencial. En él me reconozco, él me sostiene, me guía.

Y como yo lo soy, las personas que me rodean lo son igualmente: en su núcleo esencial se reconocen, se sostienen, y los guía. Si consigo desarrollar esta mirada, lo más probable es que deje de considerar lo accesorio, las contingencias, lo incidental, los accidentes, y entonces acaso pueda establecer otro tipo de relaciones, basadas en una afinidad más profunda, en una comunión de mayor calado, igualitaria, compartida, que nos permita caminar más trecho juntos y con menos desavenencias, en pos, dígamoslo de nuevo, a sabiendas de que es diferente, de un destino común.