Las cosas como son

Génesis de los valores

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Cuando se habla de valores hace falta no perder de vista las varias dimensiones que están implicadas en su definición y en su puesta en práctica. Su aprendizaje ocurre siempre dentro de contextos específicos y ligado a experiencias concretas. Hay valores internacionales, otros que se profesan nacionalmente, los hay de orden estatal, existen otros locales y aun existen los familiares. De este modo, aunque parecieran ser los mismos, en realidad se habla de cosas diferentes.

Quien ha vivido en el respeto y lo conoce tiene una percepción distinta de aquel que lo ha aprendido fuera de su contexto familiar. No quiero decir con esto que no se aprenda el respeto, es que hay una vivencia diferente detrás del vocablo, detrás de su ejercicio. Y esa vivencia proviene en primera instancia de los sucesos familiares. Es como si al mismo tiempo que se mama la leche materna se fuese absorbiendo el catálogo de costumbres, de valores, de actitudes que habrán de regir la vida de una persona porque han regido antes la de nuestros ancestros, a cuyo tronco pertenecemos. Tal catálogo viene con la fuerza transgeneracional, es decir con lo que uno sabe que en la familia se vive como enfermedad, amor, éxito y fracaso, valentía, respeto, indiferencia, bienestar, dominio, y todo lo que se quiera añadir.

En consecuencia, sobre esta base se va construyendo el acuerdo social de valores. Véase sino la impresión que nos dan ciertos barrios de una ciudad, algunas ciudades, incluso países: percibimos irracionalmente cómo se viven los valores y optamos por quedarnos, marcharnos, volver o no hablar más del asunto. En este efecto hacen su fuerza asuntos como los valores intergeneracionales y también los intrageneracionales. En cuanto a lo primero hablamos de lo que se transmite de padres a hijos, de maestros a alumnos, de una generación mayor a otra más pequeña, de una generación formada o casi formada a otra en formación. Y también es evidente la influencia de los compañeros de generación, cuyos valores nos inclinamos a profesar dado que somos partícipes de ella.

Ya se podrá uno imaginar entonces la colisión en términos de valores que sobreviene cuando se da el choque de generaciones, cuando se abre la llamada brecha generacional: unos valores han de sucumbir ante la fuerza de otros, cuya emergencia es a veces inevitable, a veces para mejor y a veces para peor. El respeto que se brindan dos adolescentes, por mencionar un ejemplo, es diferente del de dos adultos. El respeto hacia las mujeres hoy es muy diferente del de hace cincuenta años. El respeto hacia el planeta tiene hoy rasgos que ni siquiera se imaginaron nuestros abuelos. Hablamos en los tres casos de respeto, pero en cada caso tiene finalidades distintas y antecedentes variados. Puede tener que ver con la dignidad, con la sobrevivencia, con los sentimientos.

Si son así las cosas, entonces de qué hablamos cuando nos referimos al respeto, o lo que es lo mismo “yo digo lo que digo y tú entiendes lo que entiendes”. Por eso, la asunción de nuevos valores o el hecho de compartir unos que no son míos, implica una labor de calado, que cale en las personas, que incida en su experiencia, que incremente su visión del mundo y de la vida sin oponerse a lo originario. Si se trata de asumir un valor que implique por ejemplo poner en solfa mi valentía, que es un valor apreciado entre los míos, lo más probable es que me resista, aparente lo que no es o me margine. Esta situación puede verse incluso en un matrimonio, donde la prevalencia de los valores de una familia sobre los de la otra puede traer consigo desavenencias conyugales y hasta la separación. Por ende, si eso ocurre entre personas donde hay amor, hijos, vida común, ¿qué puede pensarse de compartir valores entre mundos sociales que no se tocan, y a veces ni se miran? O en una escuela, donde un estudiante puede ser excluido por no participar de los valores del grupo.

Podrá decirse, y con razón, que entonces hacen su aparición otros valores, como la inclusión, la tolerancia, y más. Sin embargo, hay que advertir de nuevo, la presencia del permiso de la familia; un padre, una madre, un contexto familiar dan siempre el permiso o lo niegan (consciente o inconscientemente) para que sus miembros adquieran otros valores. No es que no se pueda hacer, socialmente, es que se requiere activar la palanca exacta, dirigirse hacia los sectores clave para esta modificación, presentarse como alguien confiable. Poco a poco, con persistencia, seguramente, algo va modificándose de una generación a otra, y habremos de ver otros tiempos en términos de valores, porque el mundo sigue cambiando, como las personas.