RANACULTA

Construcción de un concepto: cultura

Compartir

 

Edipo en platón griego (Foto: Especial)

Antes que nada, es preciso señalar que cuando la mayoría de las personas hablan sobre cultura, a lo que se refieren es a la noción de cultura que cada uno tiene sobre este concepto inseparable del hombre a lo largo de la historia de las ideas.

Y si bien estas nociones de entrada nos remiten a ciertas variantes y disciplinas, no dejan de ser aproximaciones que no obstante la mejor buena fe en el mundo, siembran confusiones cuando de lo que se trata es de la construcción de un concepto.

Pocos son aquellos que se precien de no haber tropezado: desde aquellos que se autonombran promotores culturales (ahora gestores culturales), funcionarios de instancias gubernamentales que no son sino administradores de bienes y servicios culturales, políticos que requieren de cierto estatus intelectual, hasta creadores y artistas que se dedican a la cultura como ámbito de desarrollo social.

Esto sin importar que la idea de cultura cuente con un amplio campo de estudio y, en consecuencia, una amplia bibliografía teórica. Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, en su por demás discutido ensayo —en el mejor sentido del término, porque uno no lee un ensayo para estar de acuerdo o no con la argumentación que esgrime el ensayista en turno, sino para generar la propia reflexión— La civilización del espectáculo (2012), hace mención de que muy probablemente nunca en la historia se hayan escrito tantos tratados, ensayos, teorías y análisis sobre la cultura como en nuestro tiempo.

Al parecer, lo anterior se presta porque en la investigación de todos los campos del saber, la cultura es presa fácil de la manipulación sin ningún rigor de por medio. De este modo, hemos llegado al extremo de pensar de qué cosa es cultura y responder que todo lo es, o por el contrario y como lo señala el propio escritor peruano, ya nada lo es.

Es posible que la cultura ya no sea posible en nuestra época, pero no será por las razones que argumenta Vargas Llosa, la sola idea de que cultura no significó nunca cantidad de conocimientos, sino calidad y sensibilidad. Por el contrario, la cultura es algo más que objetos patrimoniales o manifestaciones culturales, sino de capacidad de simbolización.

De otra manera, ya lo dijo Ray Bradbury en Fahrenheit 451, cuando nos advierte del peligro de quemar libros sin necesidad de prender un fósforo ni fuego: cuando el mundo empiece a llenarse de gente que no lee debido a que el bombardeo mediático las ha transformado en seres apáticos e indiferentes.

Algo parecido sucede con las interpretaciones sobre la cultura contemporánea. De regreso con Vargas Llosa, éste hace mención de que “la frivolidad consiste en tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el desplante —la representación— hacen las veces de sentimientos e ideas.”

Pensar en cultura no se refiere a que existan culturas más “cultas” o “incultas” que otras. Hablar de cultura no es a partir de un enfoque de equivalencia, pero sí de coexistencia y diversidad. Las culturas no son iguales, ni lo es todo, sino todo aquello que consolida la plataforma de desarrollo simbólico. Las culturas se renuevan, no progresan. No aniquilan su pasado, construyen sobre él, se alimentan de él y a la vez lo alimentan. En otras palabras la cultura otorga sentido al conocimiento y, por consiguiente, a la vida.

Pero no podremos ahondar en la construcción de un concepto como el de cultura si no estamos plenamente conscientes que la definición de cultura ha presentado sin remedio una evolución histórica. Ya en 1952, Kroeber y Kluck Hohn publicaron un libro (Culture. A critical review of concepts and definitions) en el que registraron nada menos que 164 definiciones de cultura, y clasifican esas acepciones en seis grandes grupos de la antropología social: descriptivas, aquellas definiciones que aceptan a la cultura como “ese todo complejo que incluye conocimientos, creencias, arte, moral, ley, costumbres y todas otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto perteneciente a un sociedad determinada (Edward B. Taylor); históricas, cuyo acento recae en la herencia cultural; normativas, la cultura como orientadora de conductas; psicológicas, como manifestación de comportamientos; estructurales, la cultura vista como significante universal; hasta llegar a los tiempos actuales con nuevas interpretaciones y definiciones de cultura como recurso (George Yúdice), reserva disponible o como catalizador del desarrollo humano. En otras palabras, la cultura como prácticas (Léase Lectura y democracia, 2011).

¿Cuál, entonces, es el concepto al que nos referimos cuando hablamos de cultura en nuestro barrio, en la comunidad en la que vivimos? ¿Es la misma que leemos en el periódico, la que apreciamos en las paredes del museo durante la última exposición o escuchamos en los discursos oficiales? ¿Cuál es el tipo política cultural es la que nos tocó vivir? ¿Qué tipo de cultura es la que recibimos en calidad de bienes y servicios? ¿Se parece a la que nace de mis propias manos?