Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Simulaciones

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(Foto: Archivo)

Sin duda lo que más irrita a las personas es saberse víctima de impostores. La humanidad tiene molestia cuando confirma el engaño del discurso “libertario y democrático” de quien usa su poder para invadir los ámbitos privados de los ciudadanos o los restringidos por ley en las empresas y entidades colectivas. La mentira se convierte en trapacería si el legislador redacta leyes a modo, aun sabiendo que éstas van en contra del bien común, por ejemplo cuando la asamblea del DF aprueba un código financiero que en esencia legitima acciones confiscatorias en materia de impuesto predial o servicios diversos como es el caso del agua. En la gestión del ex jefe de gobierno, que ahora pretende erigirse como líder de una izquierda inexistente y de la cual él se deslindó cuando decidió ser tránsfuga del PRI, se aprobaron una serie de normas –de obras públicas, de negocios mercantiles diversos etc.– las cuales en esencia han impedido a los cuidadanos hacer valer su legítimo derecho a vivir en armonía, disfrutando de lo que ha sido su entorno barrial y su propiedad privada, pagada en la mayoría de las veces con el producto de años de trabajo. Hacen trampa sistemas judiciales que buscan recovecos de la imperfección humana, para intentar castigar al “espía arrepentido” de ser parte de un sistema de intrusión ilegítima. Ignorar las consecuencias de sentencias pronunciadas por jueces –por muy acreditados que sean– al liberar al homicida de un adolescente afro-americano; dejar impunes a funcionarios irresponsables –-proclives a derrochar los fondos del erario [1] y en grados extremos a usarlos para su provecho– o cerrar un caso sin haber determinado a quien pertenecía la maleta internacional de drogas o por qué se escogió a una joven espiritual para imputarle su propiedad, produce una percepción generalizada de la facilidad con la cual los detentadores  del poder fingen para seguir contando con la buena percepción de quienes sustentan su mandato. Aun cuando no me afecte de manera directa, el ser testigos de cómo unos pocos saltan de trampa en trampa para enriquecerse violentando los derechos –humanos, civiles o de garantías individuales– de otros, genera la sensación de pérdida que inunda primero al individuo y consecuentemente a toda la colectividad. ¿Qué está haciendo la humanidad para llenar este vacío de certeza, esperanza y horizonte futuro? ¿Cómo responden los millones de llamados a salvarse de infiernos de mediocridad, intrascendencia, falsas ilusiones, y hasta complicidad en la destrucción de un entorno creado –por Dios, la naturaleza, las fuerzas del universo– y usado imprudentemente solo para ganar dinero? ¿Tiene el ciudadano común garantía alguna en comisiones de derechos humanos celosas de proteger a presuntos culpables –-estos casi siempre cuentan con legiones de abogados prestos a iniciar amparos, apelaciones constitucionales, habeas corpus etc.– que en el peor de los casos se “arreglan” vendiendo información no necesariamente veraz? Las víctimas del llamado crimen organizado –-nunca he sabido si el calificativo es por su entendimiento con las instancias que deberían erradicarlos por el castigo, la rehabilitación o la prevención– viven confundidas como resultado de las simulaciones. Se les vende como único camino para salvarse la educación; pero esta cuesta, no es accesible a todos; las escuelas públicas son deficientes, las bibliotecas son templos del saber ocupados solo por extraños bichos que sin despreciar lo electrónico disfrutan el valor de la página y la tinta ¿Están conscientes los chicos becarios de educación privada del grillete puesto por sus “benefactores” para el futuro de su existencia? ¿Qué si no los emplean? ¿Qué si las ofertas mejores vienen de quienes destruyen la naturaleza -–empresas cuyo sustento es la madera, el agua, los productos transgénicos, la pesca indiscriminada– promueven negocios millonarios basados en la necesidad humana de religarse con el creador o están impostados de la vanidad de sentirse dioses, atreviéndose a patentar “descubrimientos” –-como el genoma– que son de todos y resulta criminal reservarlos solo para negociar con sustancias químicas o naturales? ¡Por supuesto que hay furia! de una humanidad, engañada, perdida,  montada en la ciencia y algunos recuerdos históricos –-nunca como en estas últimas cuatro décadas, han proliferado las prácticas de chamanes, brujos, maestros de budismo, islamismo, sincretismo etc.– para negar a Dios, enaltecer el egocentrismo reforzado por la propaganda mediática al servicio de los explotadores de la ignorancia, y la búsqueda de paz, y armonía. La ciencia  crematística, alejada de principios éticos y morales, ha sido capaz de prolongar la existencia humana, decidir al margen de la naturaleza las formas de procreación y de cura para enfermedades pandémicas; pero no puede evitar la muerte de sed e inanición de amplias poblaciones en tanto que otras fallecen por inundaciones, deslaves y fuerzas naturales que al final del día buscan su curso por encima del concreto, los puentes y hasta las viviendas construidas [2] sin más afán que el lucro. Cuando las metas del milenio establecen como prioridad la erradicación del hambre, se convierte en rating –generador de dinero– la muerte de niños que en la India ingirieron desayunos contaminados con pesticidas. ¿Por qué infantes y mujeres chinas quedan atrapados en paredes y colgados de ventanas con barrotes? ¿Cómo afectó su desarrollo este cambio brusco de contacto desde la naturaleza, el uso de la bicicleta y el cuidado de su entorno, hacia vías rápidas de pavimento, millones de automóviles contaminando el aire y enloqueciendo a todos por el ruido de la modernidad? Después de un maoísmo ateo ¿de qué clavo ardiente se toman estos millones de seres humanos orientales? Al descubrir la mercadotecnia de la filantropía, los eternos dueños del recurso: invitan a “ejercer la responsabilidad social empresarial”; formar grupos voluntarios, concursar con proyectos que serán premiados para propiciar su avance; pero ¿cuánto cuesta ser parte de la burocracia altruista? ¿Sabía usted que al menos diez de las fundaciones más importantes en Estados Unidos gastan 90% de sus ingresos en la procuración de fondos y en cuestiones administrativas y mediáticas para obtenerlos? ¿Sabe cuántas organizaciones en México han cerrado porque instancias públicas descentralizadas, desconcentradas o ciudadanizadas, que supuestamente las coordinan y apoyan, les han robado sus bienes? Paz y armonía, o guerra y simulaciones es lo que significa en buen español el “To be or not to be”.

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[1] CONACULTA y otros varios ejemplos de la administración pasada, son algunas de las causa de la ira ciudadana en México.

[2] La gente se resigna a vivir en laderas o riveras de ríos a veces invadiendo zonas de reserva, otras creyendo en la promesa de vendedores criminales. Los culpables son, además de ellos, los desarrolladores de conjuntos habitacionales y autoridades cómplices que le permiten, expulsar a los habitantes originales, o edificar jaulas de “interés” social” alejados del lugar de empleo, sin espacios verdes y altos costos bancarios.