El Laberinto

¿Hacia dónde vamos?

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(Foto: Especial)

Últimamente,  a pesar de mi corta edad, comparto con mi abuela el vértigo ante los avances de la tecnología y la idea de que todo lo que consideramos familiar o vigente cae en la obsolescencia más rápido de lo que lo podemos asimilar. Por este agobio conjunto nos hemos preguntado muchas veces: ¿Hacia dónde vamos?

Avanzar  es cambiar de forma progresiva  y constante; actualmente  el cambio es la prioridad de todos, solo basta con recordar la  mayor promesa política “vota por el cambio”, el mejor gancho comercial “cambia de auto ahora mismo” y el motivo por el que todo es desechable “llevo un año con el mismo celular”.

 La estática Edad Media está en los libros de historia para recordarnos que la  noción de cambio como algo necesario e inevitable llegó a la mente de la humanidad hace relativamente poco tiempo, en el siglo XIX, a través del pensamiento de cuatro hombres: Jean Baptiste Lamarck, cuya teoría evolutiva basada en la superación, el uso y desuso de órganos  y la herencia está descartada para los animales pero que aplica muy bien para nuestras herramientas; Charles Darwin, que descubrió que el verdadero motor de la evolución es la selección natural, es decir la presión que ejerce sobre las especies el ambiente y la supervivencia y reproducción de los más fuertes; Herbert Spencer quien aplicó estos mismos principios a la evolución social y finalmente Augusto Comte, quien dotando a estos cambios de una carga positiva los llamo progreso. Aquí comienza nuestra desbocada marcha hacia adelante.

Inspirados por estas ideas de evolución y ante la eminente industrialización y colonización del mundo  que amenazaba a las culturas menos desarrolladas, los primeros antropólogos buscaban “modestamente” escribir la historia de la humanidad estableciendo periodizaciones o estadios que,  como escalones, representaban distintos tipos de familia, religión, Estado, organización social y tecnología a cada momento histórico, poniendo en la cúspide al hombre moderno occidental. Así para conocer la historia propia solo hacía falta voltear a ver a nuestros contemporáneos menos afortunados. Llega hasta nosotros, ordenando los cambios en un sentido lineal y volviendo la acción civilizatoria una carrera, la idea de atraso. Nunca se toma en cuenta que los que consideramos atrasados son nuestros contemporáneos y que tienen su propia historia y su manera particular de adaptarse a su ambiente.

En el cuento de La autopista del sur (1966) Julio Cortázar nos narra la historia de un embotellamiento increíblemente largo, provocado quizás porque todos se dirigían a un mismo lugar en un mismo tipo de transporte y al mismo tiempo (me suena conocido)  donde todos los afectados tienen que encontrar la manera de articularse con el resto para sobrevivir para posteriormente perderse de nuevo avanzando ciegamente hacia al frente olvidándose de los demás y sin saber qué les espera. Yo solo espero que no vayamos como estos conductores, camino al atasco, a la muerte o a ningún lugar.