Si los pobres empiezan a razonar, todo está perdido.
Voltaire
Y tú que te creías… integrante de la llamada “clase media” mexicana. Con la novedad de que quizá estés ya algo lejecitos de entrar en los parámetros de esta clasificación.
Claro, a menos que se forme parte del segmento poblacional que ocupa los primeros niveles del tabulador de la burocracia nacional y estatal, que ni suda ni se abochorna casi por nada.
Aunque se trata de un estudio que data de hace ya varios meses, tampoco es que haya cambiado mucho la realidad del mexicano. Si acaso ha ocurrido, ha sido para sufrir una escalada inflacionaria que tiene a la mayoría de los asalariados con el agua hasta el cuello.
Y a los no asalariados engrosando las filas del comercio informal, que ahora suma un número mayor de mexicanos que el de la población económicamente activa con un ingreso fijo. Un empleo, pues.
Así las cosas.
Hace unos meses —todavía estábamos en el penoso sexenio de Felipe Calderón— una firma de consultoría elaboró un informe sobre la clase media en México, en el que resultó que un 81 por ciento de la población de este país creía firmemente que forma parte de ese rango socioeconómico
Pero ¡oh, desilusión! en realidad, menos de la tercera parte de los mexicanos alcanzan esa categoría.
La consultoría tomó como rangos dos segmentos de clase media: uno cuyos ingresos oscilan entre los 13 mil 500 a 40 mil 599 pesos mensuales, y otro de los 40 mil 600 a los 98 mil 599 pesos al mes.
(Para muchos que leen esto, el segundo rango está más lejos de conseguir que la democracia plena).
Esta denominación de clase media fue tan festinada en tiempos del ex presidente Luis Echeverría Álvarez, cuando se nos hacía sentir que el petróleo nos colocaba en el cuerno de la abundancia, y que ser “de clase media” equivalía a tragarnos un eufemismo simpático entre rascarle al pobre y sentarse un rato en la mesa del rico.
Con este espejismo, la clase media entró de lleno a los rituales del compre ahora y pague después; del vocho y el microchangarro, y de aspirar a meter a los hijos en algún colegio de paga de ésos que comenzaron a surgir como matas por todos lados después de la época de lluvias (en el mismo desorden y con la misma anarquía para decidir cuáles cortar y cuáles no).
Muchos años después, en la decadencia del panismo en el poder (primera etapa, porque tal parece que la idea es mantenerse en Los Pinos en turnos) otro personaje de menores vuelos, Ernesto Cordero, decía desde su función como Secretario de Hacienda del calderonismo que la clase media era “un grupo solidificado”.
Petrificado, sería la acepción más apegada a la realidad.
Un 60 % de los clasemedieros no ejercen la profesión que estudiaron. Dato interesante del que asoman el desencanto vocacional o la vil necesidad.
Un 60 % de las mujeres de familias clasemedieras trabajan.
(Créame, un porcentaje de este dato está totalmente inconforme pero no tiene de otra).
De los 90 millones de mexicanos que según el estudio de la consultoría De la Riva Group creen ser “clasemedieros” (o creemos, dijo el otro) sólo 35.8 millones estaban efectivamente en ese rango.
Quizá, como lo revelan las recientes estadísticas de Coneval, ahora sean menos, puesto que el sexenio pasado dejó otros cientos de miles de pobres.
Ese es un miedo permanente de los clasemedieros, reveló el estudio. Siempre están con la angustia de que mañana se vean en la estadística funesta de los millones de pobres mexicanos. “¿Qué hice, le hablé de mal modo al jefe, me rechazaron la tarjeta de la tienda departamental y se supo allá arriba?», se preguntarán jalándose el pelo.
A Ernesto Cordero esa sensación lo tiene sin cuidado, claro está. Él pasó de ser Secretario de Hacienda a aspirante perdedor de la candidatura presidencial (unos cuantos meses sin empleo) y de ahí a cobrar en el Senado.
Que a todo dar.