Candil de la Calle

Serrana II

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La fuerza no proviene de la capacidad física, sino de la voluntad indomable.

Indira Gandhi

Reserva de la Biosfera Sierra Gorda (Foto: Especial)

En Xichú hay un ojo de agua del que hace años brotaba con fuerza el chorro que formaba un manantial.

El lugar conserva su belleza, pero ha sido invadido por la mano descuidada del hombre, muy a su pesar.

Doña Esperanza tiene recuerdos de ese ojo de agua desde sus tres años.

A sus 85, ha visitado y conoce todas las comunidades de su municipio.

(Yo no conozco todas las comunidades de mi municipio, debo reconocer).

Defiende lo que ella llama “sus cerros” —en realidad, las montañas de la Reserva de la Biósfera entre Xichú y Atarjea— con el convencimiento auténtico y férreo con que los Velázquez Benavides, sus hijos, valoran y defienden las herencias ancestrales, las tradiciones, la oralidad, el huapango, la voz comunitaria, usos y costumbres.

Los cerros.

“Ustedes no permitan que otros vengan a saquear nuestras riquezas, a llevárselas y luego ¿qué dejan? Por 150 pesos que les prometen pagarles trabajando en una mina, ¿saben cuánto se van a llevar ellos? ¿y luego sus hijos qué? Cuando haya saqueado y se vayan, ni agua, ni tierras, ni nada. Pura basura, puros residuos que apestan”, dice con esa vehemencia que suena a verdad serrana doña Pera a los ejidatarios que encontramos en el camino.

Es inaudito, absurdo y sospechosamente cómplice, que sea un funcionario que depende de la Secretaría del Medio Ambiente y que dirige la Reserva de la Biósfera quien aparece como personero de los empresarios mineros.

Los canadienses no han dado la cara formalmente, pero ahí están, detrás de los yacimientos que se ubican dentro de la Reserva de la Biósfera, que tiene áreas prohibitivas totalmente para la exploración y la explotación, y algunas abiertas para estas actividades con restricciones que… ¿cuándo se han respetado?

Vamos comiéndonos los tacos de frijoles y revoltijo que nos preparó doña Pera, y el café que tanto presumen sus hijos mientras la camioneta se forra del lodo del camino. Frente a nuestros ojos no hay más que verdor, niebla atravesada en estas montañas.

Ha transcurrido un largo tiempo desde que la mayoría de estas minas fueron cerradas, clausuradas, desmanteladas por algo. Las empresas dejaron sus desperdicios, jales, terreros, desperdigados aquí y allá.

Y ahora resulta que quieren volver, que prometen todo lo incumplido antes, que ahora sí van a limpiar, que se llevarán los residuos tóxicos que permean las montañas y llegan al lecho de los ríos, el Laja y el Guamúchil.

Hace no mucho tiempo, algún influyente pensó que podía edificar algo en los cerros frente a la casa de doña Pera, detrás de la iglesia de San Francisco de Asís y del Palacio Municipal.

Una llamada telefónica a las personas indicadas, fotografías y la publicación en el periódico, frenaron la avaricia inmobiliaria.

“¿A quién se le ocurre? Tan bonitos que son mis cerros”, dice doña Pera.