Candil de la Calle

Una refinería, dos refinerías, una refinería

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Levantar un andamio no es rectificar.

Napoleón III

Refinería (Foto: Especial)

…O tanto jolgorio para cancelar la fiesta.

Hubo una vez un presidente de la república que puso a competir a dos gobernadores por una refinería.

Ambos se empeñaron en crear las condiciones más favorables para ser los favorecidos con la decisión final del rey… perdón, del presidente.

Se trataba de conseguir todo para la refinería: terrenos, recursos, etcétera.

Se trataba de demostrar cuál de ellos podía reunir en el menor tiempo posible lo requerido para ganar la competencia y llevarse el premio. Nada menos que una refinería de 10 mil millones de dólares, con todo lo que implicaba una inversión tan monumental.

El gobierno de Guanajuato y el gobierno de Hidalgo llegaron a la recta final y echaron mano de todos sus artilugios. En Guanajuato se puso el ojo en 900 hectáreas de tierra productiva, fértil, en la que periódicamente se cosechaba sorgo, maíz y frijol.

Se inventó una empresa con corredores que, ávidos de la comisión implícita, se dieron a la tarea de ofrecer, negociar, regatear y consumar la compra de las tierras a los campesinos y ejidatarios de la zona deseada.

En la guerra, como en el amor, todo se vale, se dijeron los gobernadores. Y entonces la empresa inventada acabó comprando a diversos precios —según el sapo era la pedrada—, con diversos argumentos (algunas historias que nada tenían que ver con el propósito) y con jugosísimas ganancias, de las cuales no rindieron ni han rendido cuentas a nadie.

Al fin y al cabo, nunca existieron.

Después de la consumación de la fantástica adquisición, todo se derrumbó. El presidente decidió que la mejor oferta era la del otro estado, llamado Hidalgo. Ahí gobernaba entonces, por cierto, el actual virrey… no, el actual Secretario de Gobernación.

Ni con eso.

“No se vale… nos chamaquearon… esto fue un compló” dijo, sumamente ofendido, el gobernador del estado de Guanajuato, un hombre llamado Juan Manuel Oliva.

Para consolar al desconsolado, el presidente le prometió que no se quedaría como el perro de las dos tortas: que hiciera con su terrenote lo que quisiera (cosa que aún no se conoce con certeza) y que a su refinería le harían las reparaciones necesarias para que aguantara otros añitos más.

Se acabó el reinado. Muera el rey, viva el rey. Pasó el tiempo y sobre el proyecto comenzaron a formarse las telarañas.

Y llegó el día en que el anuncio que ya se veía venir, llegó: la economía del país no está para una nueva refinería, ha dicho el sucesor del presidente aquél, y sí: Hidalgo se quedó como el perro de las dos tortas.

Pero en Salamanca tampoco pasa nada.

O nada bueno, diría la PGR.