Comencemos con una pregunta: ¿qué lugar creo que ocupo con relación a mi familia y a mi trabajo? La respuesta no requiere de altos vuelos conceptuales ni de explicaciones. Requiere más bien una imagen, la que se puede configurar si me imagino que una persona representa a mi familia, otra persona representa a mi trabajo, y una más me representa a mí. Las tres situadas en un espacio abierto, ¿dónde me colocaría yo, luego en qué sitio con relación a mí colocaría a quien representa a mi familia y también al representante de mi trabajo? ¿Qué figura forman, hacia qué direcciones están apuntando, quién quedó junto a quién, alguien está en dirección contraria?
Este sencillo acomodo brinda la posibilidad de mirar, sin intervención del raciocinio, la manera en que interiormente una persona sirve a la vida. Hay acomodos de una verticalidad rotunda, que son reflejo obviamente de esa fuerza en la persona, otros muestran la agudeza de una punta de triángulo, que dan cuenta de la incisiva voluntad lanzada en pos de algo, y también los hay en sucesión horizontal, que nos hablan de la estabilidad y el equilibrio, y aun los hay que muestran la dispersión, el desencuentro y el conflicto.
Esos acomodos también ponen al descubierto el grado de importancia que se otorga a uno y a otro elemento en la vida. Un acomodo muy frecuente coloca al representante de yo en la base de la figura, de tal suerte que se vuelve patente quién carga todo el peso, tanto del trabajo como de la familia, si bien hay configuraciones en las que el mensaje parece ser “yo me hago cargo de mi trabajo completamente para el beneficio de mi familia”. En sentido inverso, quienes colocan a su familia detrás son personas que aún no se casan o bien que han vuelto a su casa paterna después de alguna separación, y reflejan así que en ello se apoyan para buscar hacerse un lugar en el mundo.
Con respecto al trabajo, hay quienes lo colocan detrás suyo, con lo que reconocen la grandeza del mismo para su vivir, quienes lo colocan a su izquierda suelen tener una idea de superioridad laboral, de sentirse más grandes que el propio trabajo como queriendo decir que ellos le dan al trabajo, lo hacen ser, como si no ocurriese al revés. Y aun hay muchos otros acomodos, cuya información suministrada es en todos los casos valiosa.
Lo es porque permite mirar con meridiana claridad la fuerza y la dirección con que se vive. Si el planteamiento ocurre en el ámbito laboral, dejar ver el trasfondo de la actitud para con el trabajo, y cuál asunto puede estar provocando disfunciones o exigiendo atención de más; si se formula en el familiar, el acomodo señala con precisión cómo se siente la persona con su propia familia y qué lugar ocupa el trabajo, de donde pueden derivarse explicaciones para comprender circunstancias domésticas. Y hay veces en que muestra situaciones de aislamiento, en que le pone ante los ojos a la persona misma la magnitud de un empeño, pues no es lo mismo decir, por ejemplo, yo disfruto mi trabajo que acomodarlo fuera del ángulo de visión.
Y es que la mente tiene una forma de operar y de expresarse, y la vida interior uno muy diferente. La mente tiene en el discurso sus posibilidades, y éstas no siempre son completas ante la falta de detalles por ejemplo. La vida interior en cambio ofrece indicios más directos de comprensión, como es una imagen, como son las sensaciones de calidez o frío, como la percepción de cercanía o de distancia: cualquiera que sea su mensaje, encuentra modos de manifestarlos visiblemente, de volverlos tangibles. Por ese motivo, además de oír las razones de una persona, solemos pedirle que grafique sus asuntos, que muestre un acomodo de las personas involucradas en lo que quiere resolver, de las frases o los hechos mismos.
Este acomodo gráfico maneja un código de mayor precisión que la mente consciente no domina o no consigue controlar, pues responde a otras motivaciones, si bien emplea recursos que al paso de los minutos la mente raciona identifica y cae en la cuenta de cómo fueron ocupados. Momento en que tiene lugar, precisamente allí, un instante de comprensión que muchas ocasiones logra descorrer el velo de la inocencia para ceder el paso a una toma de responsabilidad que buscará acomodar de otra manera los hechos, a las personas, que intentará re-distribuir de mejor forma las responsabilidades y las cargas. Por eso la pregunta “¿qué lugar creo que ocupo con relación a mi familia y a mi trabajo?” no requiere de altos vuelos conceptuales, ni de explicaciones, ni es tampoco ingenua.