Ana Cervantes y Canto de la Monarca

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Entrevista de Araceli Uriarte

Cuando conocí a Ana Cervantes y la vi tocar el piano por primera vez me impactó su claridad, su presencia, su espontaneidad, su frescura y espíritu de innovación con que ella explora la música. Ana y su piano se fusionan no solamente como metáfora, sino piel con piel. Si una pieza lo requiere, Ana se levanta del asiento y explora físicamente rincones de su piano como queriendo arrancar sonidos que se han mantenido mudos en esa fantástica estructura indescifrable para gente como yo: un piano de cola. Para quienes estamos presenciando el proceso, como público, el efecto es hipnótico. Es como ver a un shaman en trance que se olvida de sí y trabaja frente a nosotros para entregarnos esos sonidos secretos recién descubiertos, voz, poesía, piano se confunden para hacer eco en nuestra alma; ella lanza los secretos al aire para que nosotros, como público, compartamos esa magia. Esta es la mujer que ahora presenta al mundo el proyecto Canto de la Monarca, Mujeres en México.

Ana Cervantes (Foto de Guillermo Martínez Acebo)

Ana Cervantes es hija de padre mexicano y madre estadounidense y ha echado raíces en Guanajuato. Su repertorio incluye música contemporánea y clásica y su imaginativa programación le ha valido el reconocimiento de “embajadora de la música de México”. Ella ha incursionado en un terreno que estaba prácticamente restringido a clérigos y realeza en la antigüedad: encargar composiciones musicales. Hoy día los mecanismos han cambiado para comisionar piezas para proyectos determinados, aunque esto no quiere decir que ahora sea más sencillo. Su primera experiencia en ese terreno fue cuando surgió la idea hace unos años de hacer un homenaje musical a Juan Rulfo, uno de los más destacados escritores mexicanos, y el resultado fueron dos discos: Rumor de Páramo (2006) y Sólo Rumores (2007), un total de 23 composiciones encargadas por ella a 23 compositores de cinco países y tres generaciones. Para el 2008 comenzó la tentación de lanzarse a organizar otro proyecto, igualmente con el objetivo de conectar a México con el mundo y viceversa, pero en esta ocasión el tema sería Mujeres de México. En una conversación con un amigo, surgió la idea de utilizar a la Mariposa Monarca como emblema y metáfora. Él le dijo “la mariposa Monarca es embajadora de México en el mundo, cada año regresa con el polvo de mundo en las alas”. También en la mariposa Monarca se conjugan ideas como tesón, perseverancia, valentía, fortaleza, fragilidad y elegancia entre muchas otras. Así fue como Ana Cervantes, La Quijote, como ella se nombra, comisionó a compositores de Brasil, Colombia, España, Gran Bretaña, Estados Unidos y México, piezas para integrar lo que hoy es Canto de la Monarca. Ella dio la libertad a cada compositor para elegir como musa a una mujer mexicana, real o ficticia. Así, en Canto de la Monarca tenemos música inspirada en Sor Juana Inés de la Cruz, La Malinche, Frida Kahlo, la Adelita, María Sabina, Quetzalpapalotl, la Sandunga, Joy La Ville, Jesusa Palancares y la misma Ana Cervantes. Quienes seguíamos ese proceso de cerca vimos momentos en que el proyecto parecía imposible, hubo lágrimas, frustración, desencanto… pero como la mariposa que inspira el proyecto, Ana abrió sus alas y luchó contra viento y marea literalmente hasta hacer volar su Canto de la Monarca. Y hay alguien más que ha participado muy intensamente en este proceso, como amiga y artista, la escritora mexicana Lirio Garduño. Ella escribió poemas que compiló en un “Cuaderno de la Monarca” y que se incorporan en algunos conciertos. Ana tradujo esos poemas al inglés y se presentan en conciertos en forma bilingüe si así se requiere. Cuando así ocurre, Lirio lee los poemas en español y Ana los lee en inglés. Ana considera la poesía como manera de abrir otra vía de acceso a esta música. Hace unas semanas Ana Cervantes regresó de una gira internacional en donde presentó los materiales que integran el álbum doble Canto de la Monarca y conversamos con ella para conocer primero, si hubo una diferencia entre la forma en que la música se había recibido aquí en México y la respuesta que hubo en esos países.

AC: Sí. Aunque hay que añadir en seguida que mucho tiene que ver con mi propia presentación de la música, al menos así lo siento yo. Cuando toqué el estreno en Brasil de las primeras diez piezas, en el verano del 2012, me di cuenta de que pese a que estuve tocando esta música en un país de Sudamérica nadie necesariamente iba a saber quién era María Sabina, o Malintzin, o Sandunga. En ese caso pedí que se incluyeran en el programa de mano breves semblanzas de las musas que ya habíamos preparado en el 2010 para el portal Monarca. Lo mismo hice en Cuba, cuando toqué en el XXV Festival de Música Contemporánea de La Habana finales de noviembre 2012. En Colombia, donde interpreté el 30 noviembre 2013 una selección de piezas de todo el proyecto, tuve la sensación de que allí hay más acercamiento con México y mis explicaciones podrían tener otro giro. Los Estados Unidos fueron otra cosa: ¿Cómo explicar quién era —y es— Malintzin/La Malinche/Marina a un público que poco o nada sabía de México más allá de la dizque cocina Tex-Mex y las crónicas de terror que aparecen casi a diario en los medios de Estados Unidos? La primera vez que interpreté música Monarca en EE.UU. fue una semana después del estreno mundial, en el Festival Internacional Cervantino, de las primeras diez piezas. Pese a haber trabajado con esa música mucho durante gran parte del año anterior, en cierto sentido mis interpretaciones eran todavía algo verdes. La segunda vez fue en noviembre del 2013, en las presentaciones de disco en Washington, DC y Nueva York —después de tres años de vivir mucho con esta música: intensa actividad ante toda una gama de públicos, memorizar la mitad de las piezas, empaparme en ellas; finalmente grabar los dos discos en un año. Yo creo que mi interpretación de esta música ahora es madura, contundente, convincente de una manera que hubiera sido imposible hace tres años. Gran parte de la diferencia primordial, creo, es entre el mundo —casi se puede decir la cultura colectiva— iberoamericano y el mundo angloamericano o anglosajón, en su caso. De algún modo el público de Bogotá tenía otro entendimiento de la cuestión de La Malinche, o de La Sandunga, que el público de Nueva York o de Los Ángeles. Ha sido para mí una lección, al menos un recordatorio, de cuán distintos somos, México-Brasil-Colombia… y cuando agregas la parte angloamericana, vaya, más complejidad aún. De todo esto y con el buen consejo de Adriana Camarena, llegué a la idea de que hay que dejar que cada escucha establezca su propia conexión con cada musa, un poco como cada compositor y compositora lo hizo. Este proyecto, entonces, es una suerte de ensayo continuo.

Ana Cervantes con alebrije (Foto de Carlo Olmos Carrillo)

Ana Cervantes ha estado conviviendo con Canto de la Monarca durante algunos años, ¿cómo ha transformado este proyecto a Ana Cervantes como artista y como mujer?

Definitivamente ha sido una prueba de muchas cualidades que con los años yo intentaba cultivar: paciencia, iniciativa, resistencia, tenacidad. Incluso, por raro que suene: FÉ. Es muy trillado, muy cliché decir que las cosas que no nos destrozan nos hacen más fuertes, pero fue el caso con Canto de la Monarca. Ha sido un proyecto de muy largo aliento —cuatro años y medio, tú sabes— y sí, hubo momentos en que tuve que encararme con, o contemplar, la posibilidad de que no sería posible completarlo. Vale comentar que unos seis meses después de escribir esto, de salir del closet con ese acongojador momento de rozar con el fracaso, me hice acreedora del apoyo de EPROMÚSICA —de CONACULTA e INBA— para hacer la producción discográfica de esta espléndida música que yo había encargado. En ese sentido el proceso del propio proyecto ejemplifica su emblema: porque yo había escogido la mariposa Monarca por ser una potente metáfora para tenacidad y valentía.

¿Cómo se realizó la selección de los artistas que quedaron finalmente en el proyecto?

Ojalá y pudiera decir que fue un proceso muy científico y racional, pero no, fue más que nada, curiosidad: ¿qué haría una Gabriela Ortiz, una Joelle Wallach, un Mario Lavista, un Horacio Uribe, una Pilar Jurado, con esta encomienda? ¿Qué musa escogería cada uno, y qué música crearía?

¿Cuál fue tu mayor obstáculo?

Difícil decir. Hubo muchos obstáculos pero todos, TODOS, vistos a través de otra óptica, al final de cuentas se convirtieron en oportunidades. Por ejemplo, la dificultad terrible de recaudar los apoyos necesarios. Fue de veras uno de los momentos más difíciles de mi vida. Durante varios meses me sentí como un fracaso hasta que recordé que yo no soy una recaudadora profesional de fondos (profesional fundraiser) ¡y por lo tanto no tengo derecho a considerarme un fracaso en algo que no hago! En cierto momento de ese angustioso proceso decidí olvidarme de los apoyos y dedicarme a lo que sí hago: a la música, y en específico a la música Monarca. Decidí utilizar el tiempo para memorizar varias de las piezas y tocar toda la música muchísimo ante todos los públicos posibles. Y vaya, en su momento los apoyos sí aparecieron. No por ensalmo, claro, pero si aparecieron. Y fueron suficientes para hacer una producción discográfica hermosísima.

Hay piezas que rebasan el oído y se sienten en la piel, dentro de uno. En ocasiones música de tal poder causa “incomodidad” a quienes buscan comodidad al escuchar un concierto… ¿ha habido alguna reacción de este tipo con estos materiales?

Ana Cervantes con las compositoras Joelle Wallach y Anne LeBaron de Estados Unidos, Alba Potes de Colombia y Marcela Rodríguez de México (Foto: Especial)

Ara, yo creo que esa incomodidad a que te refieres es parte del efecto que el gran arte nos puede causar. Digo, hablando del gran arte, de un Beethoven o un Velázquez. Escuchas esos últimos cuartetos de cuerdas de Beethoven, o ves los llamados Cuadros negros de Velázquez, y tu primera impresión no es una belleza cómoda, es más bien de haber sido sacudido hasta la médula, que algo te ha partido el corazón y luego te lo ha remendado. Por esto yo siempre digo que el arte es peligroso: nos ofrece la oportunidad de conectar con partes de nosotros a que muchas veces tenemos poco o nulo acceso. Cuando se abre esta conexión, OJO: empezamos a ser más nobles, y entonces somos capaces de cualquier cosa. Lo que sí he observado es que muchas veces hay profunda conmoción. No ha habido un público que no se conmueva profundamente —digo, hasta el punto de las lágrimas— después de escuchar la pieza de Silvia Berg, aún sabiendo absolutamente nada de la historia tras esa obra. Y yo hablo tanto de públicos muy cultos como de escuchas en pueblos muy remotos aquí en nuestro estado de Guanajuato. Así que algo está obrando aquí, algo que es una conexión directa de corazón a corazón, independiente del vocabulario de la música.

¿Hay algo más que conciertos en la vida de Monarca?

Absolutamente. Desde un inicio he creído que las posibilidades educativas de este proyecto son formidables. Estas musas siguen siendo modelos, ejemplos muy potentes, aunque algunas vivieran hace siglos. Y hablo de tanto dentro como fuera del país, tanto en un contexto de equidad de género cuanto en uno de difusión de la nueva creación musical, tanto con chavitos cuanto con chavitas. Se cortaron todos los apoyos de Epromúsica para poder apoyar a un mayor número de proyectos; así que no hubo para este aspecto. Me encantaría poder hacer guías para maestros en español para programas educativos en México; y en inglés para lo mismo en Estados Unidos. Desde hace dos años empezábamos a trabajar en esto pero lo detuve cuando se puso en claro que no había el dinero necesario. No estamos hablando de una mega-lana: creo que con unos 200 mil pesos se podría hacer un trabajo más que respetable. Eso sí, alguien se tendría que encargar de contratar los conciertos, en museos y otras instituciones con programación para niños y jóvenes, y en escuelas.

Ana Cervantes en Bogotá (Foto: Teatro Mayor Julio-Mario Domingo)

¿Tienes alguna anécdota que te haya conmovido en especial en este proceso de Canto de la Monarca?

Caramba, hay muchísimas, como puedes imaginarte, después de los cuatro años de vida de Monarca. Esta es una de tantas. La primera fue durante un concierto que Lirio Garduño y yo dimos en West Point. Era un micro-resumen de la historia de México, a través de seis piezas Monarca, para un grupo de seis cadetes de West Point, la academia militar élite de Estados Unidos. Todo un rollo a cuyo final me di cuenta de que esta también es una población con poco acceso a la cultura, tanto de este país como de los Estados Unidos. De manera espontánea, unos cadetes dijeron algo de agradecimiento. Bello, desde el corazón: no fueron palabras formales ni ensayadas. Pero hubo más: después, cada uno se me acercó para decir algo, al parecer más íntimo y más cerca al corazón: menos público, quizá. El primero fue el que se veía más militar de los cinco: apuesto, erguido, seguramente de una envidiable condición física. Me dijo (en inglés), algo tambaleante, “Pues, le quisiera agradecer porque… porque pues nunca en mi vida he estado tan cerca de un piano. Ni… ni a alguien que lo toca como usted. Fue increíble.” Larga pausa, y luego: “Sabe que nosotros, pues nosotros tenemos una vida bien lineal, ¿sabe? Y esto que ustedes nos dieron esta noche fue, bueno, fue algo fuera de serie, a mí me hizo consciente de otras cosas que suceden dentro de mí…”. Después, durante el convivio que siguió nuestra presentación, se acerca otro cadete, esta vez la única mujer de los cinco y de ascendencia mexicana. Me dice, también tambaleando un poco como hacemos cuando hablamos en un vocabulario inacostumbrado, “Le quisiera agradecer porque bueno, ustedes me hicieron consciente de una parte de mi patrimonio… bueno, usted ha de saber que soy de papá mexicano, y fue hace poco que vine a México a conocer mis raíces… y bueno, yo no sabía de todas estas mujeres… la obra sobre la Casa Azul de Frida Kahlo… ay chin, me voy a poner emocional…” y se ven las lágrimas en sus ojos. Con mis ojos también algo mojados le toqué en el hombro, y le dije “Está bien, esa es la idea”. A sabiendas de cómo nos ponemos en esos momentos y de qué es el remedio, le asigné una tarea. Le pasé mi cuaderno y pedí que todos apuntaran sus nombres y direcciones de correo electrónico. “Yes, ma’am”, dijo; Sí, señora.

Después, estuve pensando en mi propio estereotipo de esos cadetes. Confieso que yo no sabía qué esperar de este grupo. Mi propio estereotipo del cadete élite de West Point es que les toman y logran la manera de eliminar a palizas toda cuanta huella haya de empatía, sensibilidad, y actividad de hemisferio derecho, léase debilidad. Como cualquier estereotipo, con algo de verdad y también exageración hasta el punto de falsedad.

¿Cómo ves en estos momentos el futuro de Monarca? 

Confieso que en este momento todavía estoy bastante cansada de todo el trabajo del año pasado —¡probablemente de los cuatro años pasados!— así que no te puedo dar una larga lista de actividades ya concretadas. Pero en definitivo: seguiré con conciertos en todos los foros posibles, tanto dentro como fuera de México. Me atrae mucho la posibilidad de llevar esta música a Asia, Canadá y otros países del Continente Americano. Mi plan para los siguientes tres años es tomarme un gran descanso de la labor administrativa que implicaron tanto Monarca como Rumor de Páramo. Lo que toca ahora es llevar esta maravillosa música a una extensa gama de públicos, la más extensa posible, en varias combinaciones, en programas mixtos con piezas del repertorio, una enorme celebración de este caudal de creatividad musical. ¿Sabes que en total entre estos dos proyectos de encargo, es un total de 39 piezas nuevas para el piano, escritas efectivamente a mi petición? Soy una suerte de partera. Y ahora toca ver cómo crecen estos niños.

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Agradecemos a Ana Cervantes el tiempo que gentilmente nos dedicó para esta entrevista. Confieso ausencia de objetividad, ya que tuve el privilegio de seguir ese proceso paso a paso, y ver cómo Ana Cervantes logró lo que en algunos momentos parecía imposible. Ahora, Canto de la Monarca se presenta en álbum doble y puede conseguirse en las Librerías Gandhi, Fondo de Cultura Económica, Educal y en MixUp a nivel nacional y aquí en Guanajuato el álbum está disponible en El Viejo Zaguán y las tiendas del Museo Iconográfico del Quijote.