Las cosas como son

¿Hasta dónde se puede crecer?

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Bert Hellinger (Foto: Especial)

¿Cuál es el límite de una persona en su crecimiento, en la expansión de su libertad, en los alcances de sus talentos y facultades? El consejo público dice que ninguno, que una persona es capaz de llegar tan lejos como quiera, que todo depende de su voluntad y empeño, que los límites no existen o que son derribables. Frente a ello, el creador de las constelaciones familiares señala que nuestros márgenes de movimiento son en realidad pocos y en algunos casos nulos.

Ese pensamiento, en apariencia pesimista, es sin embargo real a secas. Lo es porque mira sin titubeos la fuerza primigenia de una persona, la que le otorga el impulso vital, misma que no siempre es de expansión ilimitada. Tal fuerza, tal energía, se halla en la familia de la persona, cuya experiencia individual y colectiva marca los linderos del éxito, de la magnitud de una empresa, del alcance de una iniciativa.

Es cierto que puede verse como un avance dentro de una familia, por ejemplo, el hecho de que egresen de la universidad varios jóvenes, cuando sus papás o sus abuelos no consiguieron alcanzar esos niveles. También suele señalarse como notorio el cambio de residencia de una ciudad a otra o de una zona rural a otra urbana, o de un país a otro. Sin embargo en este balance cuenta también la vida interior, las marcas impresas en el alma, las heridas infligidas al corazón.

De esta manera hay abogados que dedican su vida profesional a ajusticiar a los que abusan de los que no tienen recursos, en cuyo caso suele haber (en la historia familiar) alguna víctima de esos abusos, a quien se trata de acompañar y favorecer (inútilmente) desde la vida presente, o bien uno que abusó de otros, y el descendiente trata de compensar a las víctimas de su antecesor con su hacer a favor de sus clientes actuales. Así sea que se realizó de modo inconsciente, ¿podríamos decir que ese abogado ejerce su plena libertad y que está en el camino de ampliar sus límites profesionales en ese campo?

En los cambios de residencia suele haber vinculaciones profundas que no desaparecen cuando se pasa de una casa a otra, de un ambiente a otro. Dichas vinculaciones tienen la forma de experiencias de vida, cuya hondura es variable pero categórica: el sitio donde se nace, el espacio donde se vivieron experiencias importantes de forja del carácter, ámbitos en que la contemplación de una persona amada encendía el vivir, lugares donde se perdió algo o a alguien muy importante, incluso la paz cotidiana. Habiendo estas vinculaciones, ¿qué tanto puede crecer una persona, cómo puede disfrutar de sus talentos y facultades atada al pasado?

Como estos, un sinfín más de asuntos, como el tipo de pareja, el rol dentro de la familia, el gozo del éxito, la complacencia en el fracaso, los reiterados intentos de conseguir algún tipo de estabilidad imposible. Y aún quedaría por enunciar cuestiones más banales, más rutinarias y cotidianas, que también están influidas por esa fuerza familiar. Si bien hay quien dice, y con razón, que este momento es el punto de poder y que todo instante es bueno para comenzar a mejorar, Bert Hellinger subraya en torno a este asunto los órdenes del amor, entendidos como las condiciones imprescindibles para que el amor prospere, dicho en términos más latos: la forma de ordenar el amor, de dotar al gran caudal amoroso de normas, de reglas, que permitan evitar la inundación, algún desastre. Entre estos órdenes del amor se cuenta dejar la responsabilidad en los parientes grandes que generaron el hecho, honrar los dones recibidos y comprometerse a hacer algo grande con ellos, no intentar ayudar en tiempo presente a quienes lo pasaron mal en su tiempo (que es nuestro pasado).

Por esta vía, esa materia con que hemos sido hechos, la de mamá y la de papá, puede no constituir un freno o un ámbito cerrado, sino una semilla propicia cuyo cultivo nos incumbe y el cual aderezamos con esa cosita de nada de novedad que incluye nuestro ser. Entonces, dice Hellinger, podemos disfrutar de una pizca más de libertad, de una posibilidad magra de crecimiento, que sin embargo, venturosamente, no estará vinculado a ninguna atadura y será entonces una consecución de la persona, un verdadero logro, que igualmente inundará hacia abajo las venas familiares, cuando uno tome su lugar y se vuelva ancestro. El ejemplo también cundirá y otros descendientes habrán aprendido a recorrer así los linderos del crecimiento, de la libertad, de sus cualidades. ¿No será formidable alcanzarlos y luego heredarlo?