Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Constitución de 97 años

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A escasos 3 años de convertirse en centenaria, la Constitución de 1917, “fruto del primer movimiento social que vio el mundo en el siglo XX”[1], ha perdido su esencia. Son muchas las causas que provocan esta percepción, pues más allá de reformas en textos tendientes a la “modernización” quizá la más maléfica es el abandono de muchos ciudadanos y gobernantes, del anhelo y el propósito de vivirla.

El nacimiento de este maravilloso texto, del cual aún quedan algunos vestigios, surgió de la decisión de mexicanos orgullosos de serlo y, por ende, decididos a preservar conquistas ganadas en el ámbito social, que en sí mismas conllevan la dignidad de la naturaleza humana. A lo largo del texto original de esta Constitución, la “libertad” nos atrapa aun cuando la palabra no sea explícita, por tratarse de un concepto abstracto que encierra la prerrogativa de la persona para conducirse acorde a su voluntad, sin más limites que el derecho de otros. Tiempos hubo en que frente a los intentos de grupos retrógrados que pretendían destruir el producto de “la obra más bella que se puede esculpir, una mente y un corazón que realizan un destino humano”[2], México en su conjunto reaccionaba defendiendo “La Carta Magna”, cuyo precedente significó llevar los anhelos de libertad —aderezados de justicia e igualdad— hasta el extremo de sacrificar la propia vida. Hoy esa obra parece una simple pieza de museo, de la cual hablan personajes indignos de representar los anhelos del pueblo.

En una retórica sin sustento, la libertad se ha convertido en instrumento de enfrentamiento colectivo. Unos exigiendo derecho a circular, a mantener su entono habitacional sin cambios basados en el interés crematístico o a recibir del gobierno vivienda, educación y servicios de salud dignos y otros a manifestar sus inconformidades desoídas, mediante escritos, juicios y en el extremo en marchas, bloqueos o toma de espacios que llamen la atención del funcionario irresponsable. ¿Cómo se puede pedir al ciudadano que ame su Constitución y la defienda, si autoridades judiciales usan sus textos para “darle palo”? ¿Pueden los padres que llevaron a sus hijos a la guardería ABC, confiar en una Constitución por cuya interpretación no se les permitió acceso a la justicia? ¿Cuántos comités vecinales, grupos organizados del DF o de zonas de conservación, han visto que los jueces, en largos textos les dan la razón —en litigios por uso de suelo— pero al final se excusan de condenar a los infractores buscando recovecos de formulismos puestos en la Ley, justamente para vulnerar la libertad de los gobernados?[3] ¿Aprenderá a ser libre un niño víctima de bulling, al cual sus maestros no defienden? ¿Qué entienden por libertad los menores considerados objeto y moneda de cambio entre cónyuges que se acusan mutuamente y solo pueden ver a los hijos con “supervisión” de un trabajador social adscrito al juzgado? ¿Es libre la madre a la cual un yerno, sin más sustento que su poder enfermizo, le impide ver o tener una conversación a solas con su hija? ¿De qué forma afecta el ejercicio de la libertad de otros, una persona que por la viudez o el divorcio, manipula la voluntad de los hijos para borrar de su memoria a familiares cuya presencia le resulta incómoda o le produce culpa?

El texto original de la Constitución de 1917 tenía como sustento el “anhelo colectivo de elevar el nivel de existencia y otorgar un nuevo modelo para entender la política, el derecho y la moral”[4] hoy, a escasos tres años de cumplir su centenario, se presume en el extranjero los cambios realizados y que en esencia son contrarios a su espíritu original. En dos días estarán listos los discursos preparados por quienes no vacacionaron en el impulso turístico del pasado fin de semana largo. Para desgracia del pueblo hablarán de dignidad los indignos, de justicia los injustos y de libertad los opresores. Unos defenderán la esencia dinámica de lo ahí plasmado por una comunidad, que decidió su forma de organizarse y otros dirán que es la norma de normas aun cuando por la influencia global se le dé mayor fuerza a los tratados internacionales; lo único seguro es que habrá fiesta, libertinaje discursivo, nota periodística.

Pocos reconocerán la muerte del Estado de Derecho, pues esa calificación solo la merece aquel capaz de “detener al poderoso y proteger al débil”, posibilidad inexistente, cuando en la norma básica y las secundarias, se ha nulificado la esencia social que fue orgullo para México hace 97 años. Esencia social para asegurar al hombre que “vivir no es sinónimo de sufrir” y que por el contrario vivir “supone aliento para gozar de la existencia y tratar de superarse… cada quien según sus posibilidades y necesidades a partir del concepto de igualdad de oportunidades”[5]. La tinta de los diarios y el software de las computadoras darán cuenta de libertad de expresión, religiosa, de enseñanza, de pensamiento y hasta sexual; pero poco se dirá con honestidad de la forma en que la libertad esencial —inclusive psicológica o metafísica— está siendo vulnerada en reformas estructurales decididas por minorías, cuya simulación extrema parte de la descalificación de las instituciones, dejando de lado a la mayoría de la gente.

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[1] Jorge Carpizo M. La constitución mexicana de 1917. Tercera edición, México, 1982.

[2] Ibídem.

[3] Coyoacán tendría muchos ejemplos y uno de ellos es el haber plantado una librería, en medio de zona habitacional, con un gasto injustificable y violando, no una sino muchas normas, incluso constitucionales.

[4] José Vasconcelos Que es la revolución México, 1937. p. 91

[5] Jorge Carpizo M. Op. Cit.