El Laberinto

Catorce de Febrero

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Hace algunos años los calendarios se empalmaron para hacer que el año nuevo chino cayera en 14 de febrero, y su cándida servidora pensó que esto podría ser una excelente alternativa para huir de la melcocha comercial del día de los novios. Pocas veces he estado más equivocada que entonces.

En las dos pequeñas calles que nuestra ciudad llama con orgullo “Barrio Chino” cuando hasta “cuadra china” le queda grande, se apiñaban en dolorosa convivencia miles de parejas que además tenían que abrirle paso a un inmenso dragón humano que tenia la osadía de atravesar por el centro a un mar de gente, para colmo de males y como recordatorio de mi garrafal error, un globo de aquellos que se sostienen con un palito y tienen forma de corazón y mensajes cursis se restregaba sin piedad en mi cara como diciendo “toma tu festejo diferente”.

Si bien en ese momento hice un berrinche monumental mientras trataba de huir para salvarme de ser arrollada por los tortolitos o por el dragón imprudente, esta experiencia me sirve de lección para ilustrar lo que creo del Día del Amor y la Amistad.

Se trata de una fecha en la que se tiene la obligación de querer y ser querido y además demostrarlo públicamente desarrollando diversas actividades que son reconocidas como románticas (sin contar lo inútiles que a veces son los regalos), que pueden ir desde llevar flores, comprar globos, ir a comer, besarse en un parque, declarársele a la que te gusta, llevar serenata, dar tarjetitas o hasta visitar un hotel de paso. La cosa en sí no suena mal hasta el momento en que se nota, como me sucedió en el Barrio Chino, que un verdadero tumulto está haciendo lo mismo que tú, lo cual encarece, dificulta y hasta imposibilita cualquier posibilidad de disfrute.

No me malinterpreten, no estoy con esto diciendo que el amor apesta y que debemos quedarnos en soledad, llenarnos de gatos y vivir en internet, es simplemente que creo que el verdadero romanticismo no está tanto en hacer cosas extraordinarias por una persona ordinaria como en encontrarle lo extraordinario a hacer cosas ordinarias con una persona especial.