El Laberinto

El sano imaginario

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Los médicos, salvo sus honrosas excepciones donde muestran vocación y humanismo, me provocan una profunda desconfianza pero no soy la única que piensa así.

(Foto: Especial)

Molière en El enfermo imaginario (1673) nos presenta a un hombre cuyas únicas dos prioridades son la salud y el dinero y que se encuentra con un médico y un boticario que se enriquecen de sus temores y de su hipocondría mientras él planea la boda de su hija con el hijo del primero con lo que espera ahorrarse el dineral que desembolsa en sus frecuentes consultas. Esta historia pone el dedo en la llaga (para usar una metáfora médica): es difícil confiar tu salud a alguien cuyos ingresos dependen de tu enfermedad. El autor llevó esta filosofía a sus últimas consecuencias y murió de un ataque justo después de la representación de la obra mencionada, convirtiéndose en una mala broma, en el “sano imaginario”, me imagino a los doctores brindando por el feliz suceso chocando sus copas y riendo siniestramente, aunque esto no esté documentado.

Pero además del argumento económico de mi escepticismo galénico, que se extiende a la industria farmacéutica cuya única intención real es enriquecerse antes que curar, existen más razones que me hacen sentir incómoda en los consultorios y hospitales y va por el lado de la deshumanización de los pacientes, que se convierten en una estadística, en una carga para un doctor- burócrata hasta el cuello de trabajo o en un simple y aislado órgano enfermo con su consiguiente cuadro clínico.

Sé que puede sonar obvio pero detrás de esa pulmonía, de esa gastritis o de ese dedo roto existe una persona con gustos, miedos y creencias que tiene una vida al margen de este padecimiento y que se encuentra de pronto en un lugar frio e impersonal con una bata que exhibe cruelmente su retaguardia obedeciendo órdenes avergonzado como un niño regañado. ¿Quién se puede sentir bien así?

La manzana al día que mantiene al doctor lejos según el refrán no se refiere a que la usen como proyectil contra el profesional de la salud (aunque a veces nos veamos tentados) sino a construir nuestra salud como un proceso diario en vez de vivir nuestra enfermedad como un imprevisto y tener el servicio médico como una red de protección de trapecistas, que nos detenga cuando nos desplomemos y mantener nuestra retaguardia bonita… por si se ofrece usar la bata aquella.