Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

¿Con que autoridad?

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Semana Santa en Guanajuato (Foto: Archivo)

Búsqueda constante del ser humano es el bienestar no solo económico, sino sobre todo aquel que nos retribuya emocionalmente madurez y espiritualmente paz, liberación de la culpa y en general autoridad integral para señalar —con bases y no con rumores y fantasías enfermizas— al que ofende, rompe equilibrios e impide a los justos crecer. El siglo XXI inició con la oferta de los poderes del mundo de que ¡por fin! las naciones alcanzarían bienestar social y financiero como resultado de la apertura sin límites al intercambio de mercancías.

El comercio ha sido, desde épocas muy remotas, una actividad inherente al ser humano. Los fenicios desarrollaron la navegación como resultado de su vocación comercial, seguida por griegos y llevada a diversas partes del norte de África y Europa; sin embargo la ambición por atesorar más de lo que es necesario para vivir con decoro, se ha convertido también en conductas individuales o grupales que se revierten en contra de la humanidad.

Construir con alturas inauditas y en suelos inadecuados para enriquecerse y lograr visibilidad e importancia y sin más inspiración que un anhelo enfermizo por ser adulado o colocarse por encima de alguien, no es asunto solo de las autorizaciones tramposas e interesadas de una oficina de la ciudad de México avalada por delegados que se burlan de las leyes, naturales, humanas, de protección al ambiente y respeto a quienes ahí viven. La incontable riqueza enterrada de pirámides que en su momento fueron causal de muerte de trabajadores esclavizados o guerreros derrotados, debiera ser analizada sobre todo en el tema del equilibrio natural que hizo reverdecer árboles talados y vegetación cortada, como prueba fehaciente de lo que ocurre cuando se violenta la autoridad en este caso del entorno. ¿Se hubiera evitado el colapso de edificios en India, Rusia y muchas otras naciones si estos temas estuvieran por encima de la histeria comercial?

Fenicia[1] —civilización antigua de negocios que no dejó huellas trascendentes de su existencia y adoraba a Nergal, dios de la caza y la guerra— no es el único ejemplo de cómo el comercio cuyos intereses son puestos por encima de  valores, termina por llevar a la ruina a personas y naciones. China —hoy mencionada como la causante del cierre de empresas textiles, zapateras y de otros muchos giros en América Latina— ya en algún momento cifró su éxito comercial en un solo producto: el opio. El intercambio de otros bienes —seda, té y porcelana con gran demanda en Inglaterra— propició un déficit de plata en Gran Bretaña que aprovechó el interés de los chinos en evitar la adicción al opio de su población, empezando a pagar con esta droga a los comerciantes poco honestos. El manejo inadecuado del comercio propició el crecimiento de adictos —con todo y la prohibición en 1829 que hizo el emperador Daoguang—, la disminución de ingresos —plata básicamente— provenientes del exterior de China y con el paso del tiempo la guerra del opio[2].

El afán crematístico es peor que el salitre minando muros y cimentaciones de nuestra mejor vivienda. Aun las estructuras religiosas pueden ser dañadas por un comercio manejado sin ética ni escrúpulos. Ayer la clerecía cristiana del mundo —católico, ortodoxo y evangélico— recordó que Jesús, quien se definió como “el camino la verdad y la vida” celebró su entrada triunfal a Jerusalén, entonces sometida por el imperio romano. ¿Hasta dónde esa emoción colectiva sacó a flote la inclinación materialista de Judas? ¿Cuántos jóvenes aprendieron entonces que para mantener un estatus —de rico, importante, pudiente o poderoso— se vale insultar, perseguir y hasta matar a quienes miran como espejo de las limitaciones personales? ¿Cuál fue la dosis de temor en fariseos que antes de revisar su conciencia se preocuparon de las posibles afectaciones financieras por la acción de volcar las mesas donde comerciantes vendían elementos para el culto?

Quienes sabían del principal personaje de lo hoy denominado  “Semana Santa”, agitaban ramas y daban voces de “Hosanna, bendito el hijo, el reino…” aunque seguramente al llegar al templo compraron palomas, corderos, harina y todo lo que creían necesario para su salvación de pecados tan simples como desconocer la autoridad del viejo, del familiar, del rechazado, del mal tratado, por ende de La Palabra misma. Jesús de Nazaret purificó, un día después, el templo que debía ser casa de oración y se había convertido en cueva de ladrones. Lo hizo con autoridad divina, afectando a escribas y sacerdotes que buscaron y lograron eliminarle. Muchos de los que entonces le conocieron, se apartaron y mantuvieron al margen de algo incomprensible para el alejado de las cosas divinas. Sus enemigos creyeron haber triunfado, pero luego de más de dos mil años, con todo y la continuidad de un comercio sin límites, capaz de convertir en producto incluso a las personas visualizadas como mejor mercancía que las drogas, las armas, lo pirateado o lo robado; a quien se recuerda es a El, el Cristo, el Emmanuel. ¿Tiene Usted en mente algún personaje que usó a su esposa, hijos o sirvientes para asegurar favores? ¿Cuántos casamenteros —de antaño y de hoy— son ejemplo como lo sigue siendo aquel humilde carpintero? ¿Con que autoridad algunos padres enseñan a su hijos a cuestionar al Padre de padres? ¿Entenderán que el lloro y crujir de huesos por ver a su descendencia insensible, intrascendente e incluso perversa, es propiciada por una educación que sobre-valora el tener sobre el SER? Ojala que esta Semana Santa le sirva de reflexión trascendente.

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[1] Los fenicios se nombraban a sí mismos cananeos o hijos de Canaán. En Grecia le decían phoínikes: “rojos, púrpuras”, muy probablemente por los tintes de color púrpura con que comerciaban.

[2] Como en toda disputa las visiones comerciales eran distintas. El emperador chino prohibió la compra y uso de una droga nociva a su pueblo y los ingleses la veían como el producto ideal para compensar déficit en su balanza.