Las cosas como son

Fácil y complicado el día de la madre

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Referirse al día de la madre no es difícil, más bien lo complicado es comportarse de verdad como hijo o hija. La madre está allí, la vida traspasada está en la descendencia, pero el procreado ¿hace honor a su condición? En este sentido, la mejor celebración del día de la madre es aquella que proviene de quien se siente un hijo cabal, una hija cabal, y permanece en ese sitio y desde allí honra el destino, celebra la presencia de la madre.

Desde esta perspectiva, lo claro es que la madre siempre lo es para los hijos, a partir del momento en que les otorgó la vida; en contraste, muchos de los hijos e hijas no consideran siempre a la madre en su magnitud real. ¿Por qué puede ocurrir tal cosa? La respuesta más evidente lleva la atención a hechos que provocaron disgustos entre la progenitora y su descendencia a causa de innumerables razones. Y el tal disgusto suele prolongarse indefinidamente, permanecer latente, y aun explotar de vez en cuando.

Sin embargo, la experiencia con personas muestra un abanico mucho más amplio de posibilidades. Así por ejemplo figuran situaciones como el dolor de la madre por algún suceso de su historia, la desventura con que se considera que ha pasado su vida desde la perspectiva de los hijos, la necesidad ciega de brindarle ayuda porque se cree que no puede esto o aquello, la igualación con ella en el infortunado divorcio que conduce a la existencia de varios inocentes victimados. En todos estos casos, y en otros cuya descripción sería prolija, lo que llega a ocurrir es que se disloque el sistema familiar, es decir que pierdan su lugar, cada uno, los miembros de la familia, de tal suerte que lleguen a disolverse los límites y se quiera en consecuencia querer ayudar a la madre en desgracia, para lo cual se requiere sentirse más grande y fuerte que ella, pues si no es así ¿cómo se la protege?; o bien se consideren de condición similar aquellos que perdieron al padre, en cuyo caso hace falta estirarse, parecer más grande de lo que se es para estar a la altura de la madre, sino es que disminuir el tamaño de la progenitora para que sea como otra niña en la casa, agredidos por un mismo victimario.

Estos ejemplos bastan para mostrar que la disparidad entre madre e hijos, entendida como el no respeto a la jerarquía natural entre ellos (la madre siempre es la grande y los hijos siempre son los pequeños) produce invariablemente algunos efectos. Es decir, un hijo cabal es aquel que respeta a la madre, que honra la historia de ella sin involucrarse de ninguna manera en la misma, que toma la vida otorgada por la madre como un don, a cuya dadora le rinde gratitud, y en honor de la cual hace con su vivir algo valioso. Mejor que todo regalo es esa actitud, esta posición ante la madre.

Pero también es cierto que, en contraste, aunque la vida traspasada ya está en la descendencia, hay madres que no consiguen permanecer en el sitio que les corresponde dentro de su sistema familiar. Unas veces porque el infortunio marcó en ellas, podría ser que durante su infancia, una desconfianza profunda, un no saber cómo ser madres ellas mismas (tal vez porque no estuvieron con su propia madre el tiempo suficiente y la carencia se instaló) que viene a ser como un freno de mano por obra de cual se detienen algunos metros atrás de sus posibilidades. ¿Qué puede hacer un hijo ante circunstancia como la descrita? Poco en verdad, solamente aprender a vivir conforme la madre puede.

Esos hijos o hijas en no pocas ocasiones consiguen extraer de esa experiencia un impulso, un brío, una iniciativa, que les lleva a felices puertos, en ocasiones también a mejores destinos. Del modo que sea, la respuesta es la misma: hace falta que los hijos permanezcan en su lugar de hijos, brindando la honra a su madre, respetando sus elecciones, y confiando en que (haya sido como haya sido) procuró en todo momento tomar las mejores decisiones, tanto para ella como para sus vástagos. Al hijo o a la hija les correspondería entonces darse cuenta de la edad que tienen, de los talentos y facultades con que cuentan, de sus conquistas, de sus caudales en todo sentido (no exclusivamente monetario), y repetir desde su interior (para que su ser lo escuche) que valió la pena vivir como se ha vivido, que así como lo hizo mamá fue bueno, que la vida adquirió matices e inflexiones que de otra forma no tendría, que la vida otorgada por la madre ha prosperado. ¿No sería el sentir esta seguridad la mejor manera de celebrar el día de la madre, no sería el mejor obsequio que un hijo o hija podría dar, el cual además, cuando se consigue, se queda para siempre, y cada día se refrenda?