Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Co-dependencia

Compartir
(Foto: Especial)

Con todo y las más de mil repeticiones publicitarias, cada vez es más difícil que tanto individuos como grupos de mexicanos se conviertan en crédulos convencidos de afirmaciones optimistas sin sustento. A la par de spots y gacetillas pagadas, lo que en otros tiempos fue una sección periodística denominada “policíacas” o “nota roja” se ha convertido en un recordatorio permanente —los críticos del nazismo le llamaban “lavado de cerebro”— del estado de salud de policías atacados por habitantes inconformes en una delegación en la ciudad de México, donde no solo se ha hecho costumbre linchar a quien un grupo supone culpable, sino se le quita la vida a un juez al llegar a su domicilio, iniciando sistemáticamente las especulaciones —que no indagatorias serias, científicas y en secrecía— acerca del posible móvil de robo o el porqué de su soltería a los 53 años.

Acorde con una visión de éxito que supone el aniquilamiento del otro —el competidor comercial, el militante de otro partido, el seguidor de otro credo—, los enfrentamientos llegan a absurdos como los ocurridos la semana pasada, donde un grupo que se unió para luchar en contra del secuestro, luego de afirmar que este delito ha aumentado —contradiciendo a la versión oficial— invita a “no atacar a las instituciones” en tanto otro defiende el derecho de los ciudadanos de llegar al extremo de manifestarse, cerrar vialidades y gritar consignas para que las instituciones hagan algo. ¿Alguien puede aclarar cuál de las dos reuniones respondió a las necesidades de seguridad de las personas? ¿Se $abe lo que propició el cambio hacia la institucionalidad de familiares que antes vociferaban contra policía y procuradores omisos por cuanto a datos del familiar desaparecido o secuestrado?

En la competencia de cifras y el round entre grupos de poder, las discrepancias no solo se refieren a aumentos o disminuciones de delitos como el mencionado, también los voceros de las bondades de la macroeconomía ya no son unánimes, como hace 20 años, cuya meta era el TLC y el viraje al neoliberalismo absoluto. Dos décadas después los textos reflexivos acerca de riesgos de un capitalismo furioso que haría más grande la brecha entre ricos y pobres y que no necesariamente se reflejaría en el bolsillo del pueblo, siguen siendo vigentes. ¿Será esto el sustratum detrás de reacciones violentas e irracionales de las masas? La “adquisición de un sentimiento de potencia invencible” —como afirmó Le Bond[1] — y la desaparición del sentimiento de responsabilidad” ¿es un fenómeno exclusivo de grupos populares en las calles? ¿No se puede inferir que el contagio mental y la sugestibilidad también están presentes en un conjunto de legisladores o el equipo de trabajo de un ejecutivo no necesariamente ducho en todas las materias que son de su responsabilidad?

Lo innegable es que tanto gobernantes como gobernados tienen miedo. De manera puntual en América Latina, y ello incluye a México, se ha perpetuado una dependencia colectiva en la cual las personas tienden a “perder de vista su responsabilidad individual”[2] como consecuencia de la pasividad que a sus demandas ofrecen tanto gobernantes como mercadólogos. El exceso de reglamentaciones descontextualizadas, los sistemas educativos sin esencia trascendente, las ofertas pseudo altruistas basadas en la caridad, por siglos condicionaron a la gente a esperar que sus necesidades fueran resueltas por el otro, lo cual es normal en etapas muy tempranas del desarrollo, pero se convierte en patología individual o colectiva si se mantiene hasta la edad adulta.

Como si se tratara de un juego de tenis de mesa, las personas son arrojadas de un lado a otro —la izquierda o la derecha, los cristianos o los musulmanes, los contribuyentes o los informales, los manifestantes libres o los reprimidos— soportando los golpes de raquetas cuyos dueños asumen que hemos aceptado ese rol frente a sus excesos, corruptelas e impunidad. ¿Clamar por el respeto a las instituciones supone que seguiremos de un lado a otro como pelota de ping pong, con los brazos bajos y sin contenido de materia gris? Cuando observamos en los más cercanos la ausencia total de decoro e incluso excesos en materia de pudor, ¿podemos acusar a los responsables de las instituciones de violar reglas internacionales protectoras de los derechos humanos? ¿Qué tanto nos corresponde a cada quien por el bullying escolar o cibernético si los propios padres convierten, o permiten que alguien cercano lo haga, la imagen de sus hijos en producto?[3]

Más que propiciar y en algunos casos incrementar el encono —de padres de familia contra maestros o autoridades educativas, de contribuyentes contra SHCP o de desempleados contra la STPS— lo que todos tendríamos que hacer es empezar a actuar en el ámbito de nuestra competencia. Trazar rutas de acción que incluyan el ejercicio de la experiencia adquirida por parte de los adultos, la enseñanza del respeto a jóvenes que han crecido sin límites, sin ejemplos de consistencia, sin valores trascendentes.

Terminar con la co-dependencia patológica supone esfuerzo individual y proyección colectiva. Si todos jalamos parejo seguramente venceremos al populismo mentiroso, la mediocridad burocrática y la delincuencia —oficial y organizada— que nos impide vivir libres, felices e inmunes al encono. Rompamos las cadenas que nos impiden crecer, impulsemos el auténtico desarrollo que va más allá del futbol comercial, las telenovelas o la fama.

 *

[1] Gustavo Le Bon, psicólogo social francés (1841-1931) conocido por sus teorías de las masas y sus discrepancias con Sigmund Freud.

[2] Reflexiones del Dr. Eduardo Dallal Castillo, en documento de trabajo acerca del homofragilis.

[3] Es imperdonable que se suban a las redes fotos o videos “Chistosos” de bebes o niños cuya autoestima será afectada para toda la vida.