El Laberinto

La muela apocalíptica

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Una de las opciones que plantean las teorías evolutivas es que los humanos al descubrir el fuego comenzaron a consumir alimentos más suaves y nutritivos lo que a la larga derivó en una disminución del tamaño de las muelas y un aumento del tamaño del cerebro.

Quiere decir que no necesitar tener mandíbulas de tiburón para poder comer y digerir los alimentos que requiere nuestro cuerpo ha contribuido a ser lo que somos actualmente: seres pensantes.

Hasta ahí todo perfecto, dientes que salen cuando somos bebés y que nuestras madres alivian con mordederas y demás trucos, dientes que se caen cuando somos niños y que un misterioso roedor valora lo suficiente para ponerles precio, para por fin llegar a la fabulosa cifra de 28 dientes los cuales parecen ser suficientes para todo; pero entonces, cuando ya estás entrando a la adultez y todo parece ser hermoso aparecen ellas.

Científicamente se llama “terceros molares”, coloquialmente les dicen “muelas del juicio” aunque a mí se me ocurren palabras poco decorosas para describirlas, los motes que si puedo mencionar son “muelas del juicio final” o “kamikaze” o incluso, poniéndonos dramáticos, “apocalípticas”.

Una muela que no necesitamos, en el rincón más recóndito de nuestras bocas que llega a atormentarnos de forma gratuita e inexplicablemente dolorosa sería una buena descripción de ellas, aunque podemos añadir que tienden a nacer chuecas e impactarse con sus hermanas, infectarse, romper mandíbulas y que al irse requieren macabras cirugías, que en el mejor de los casos nos dejaran como una especie rara de hámster que se alimenta  de analgésicos.

Yo, tardíamente por cierto, estoy viviendo en carne (o encía) propia todo este  absurdo proceso de dentición final y solo puedo decir que todo el razonamiento que ganamos con milenios de evolución se pierde cuando llega este dolor de muelas, ejemplo de ello es esta contribución que solo pudo hablar de dientes