Histomagia

Vivir la leyenda

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Escribir sobre Guanajuato es siempre revelador. Las leyendas surcan las calles y plazas de boca en boca para conocer así la histomagia de la ciudad que los hace sentirse orgullosos de ser Cuevanenses, a decir del oriundo de este pueblo, Jorge Ibargüengoitia en su novela Estas Ruinas que ves.

Las leyendas hacen que la vida en Cuévano sea más llevadera: la vida y la muerte se unen a fuerza de desaparecer si no se narra algo de lo que saben los habitantes: el cómo muere de terror un estudiante al clavar una estaca en su capa cuando visita a las Momias en el Panteón de Santa Paula por la madrugada, la plática que tienen las dos comadres en un cerro contiguo al cerro de la Bufa (son unas piedras que evocan la forma de ranas y que están tan cerca que parece que dialogan), los jugadores de cartas en el callejón del truco, los carruajes fantasmas que pasan de rápido por la antigua entrada de Guanajuato Camino Real y el ulular del tecolote en el callejón del mismo nombre, los paseos de la Llorona por las calles de la ciudad, así como los ritos de magia que se hacen en los cerros, especialmente en la Cueva de San Ignacio de Loyola, santo Patrono de Guanajuato nombrado así en 1616 (de hecho, fue hasta 1624, dos años después de su canonización, que se formaliza el patronato) y fundador de la Compañía de Jesús en 1609, a quien se venera el Día de la Cueva un 31 de julio, día de su muerte, y se visita su Cueva en el cerro de la Bufa, el Hormiguero y los Picachos. El festejo dura toda la jornada y es común aquí recordar en estas fechas la leyenda del Pastor y la Bufa que narra la aparición de una princesa que se encuentra bajo un hechizo, y de una ciudad de incalculables riquezas oculta debajo del Guanajuato que hoy conocemos. También se cuenta que en las vísperas de la mencionada fiesta a San Ignacio, así como los jueves festivos, la cueva se abre permitiendo ver, a los valientes que se atrevan a entrar, dicha ciudad cubierta de tesoros. Pero, bueno, viéndolo bien, seguro de ahí deriva eso de cuevanenses, afectos a visitar las cuevas y vivir religiosamente esta festividad honrando el hecho de ser de por aquí.

Algunos cuentan que cuando suben al cerro de los Picachos, aunque vayan solitos, no van solos, siempre los acompañan otros espectros que salen a su paso, ya sea en forma de un perro negro, o se escucha un carruaje con caballos que pasa a su lado del estrecho camino que los lleva con San Ignacio. Otros dicen que son puras habladas y que como machos que son, suben al cerro las veces que sean y nada les pasa, pues diosito los cuida, dicen, del demonio que anda en esos cerros. No pasa nada ¿será?

Hay tantas y tantas leyendas, porque en Guanajuato todavía se llaman leyendas, no leyendas urbanas ni creepypastas, términos modernos que no podrían tener ni por asomo lo fascinante de una leyenda; no le hacen justicia al misterio y encanto de esta auténtica narrativa que mezcla elementos mágicos y reales, tradiciones y costumbres de los habitantes, quienes son los que viven y ven de cerca los gritos, gemidos, aullidos, espantos y aparecidos ya sea en sus casas, en los callejones o cerros.

Lo que es verdad, es que en Guanajuato pasan muchas cosas que quedan registradas en el imaginario social de las diferentes personas de diversos estratos sociales, por eso, la riqueza de historias que se ven de acuerdo a las costumbres y localidades, pues la Llorona sale cerca de un río, y como toda la calle subterránea era uno, la Llorona se aparece cada noche. Si pones atención la escuchas.

Apaga tu televisor, computadora, celular, y sumérgete en las vivencias festivas y nocturnas de este mágico lugar. Vive la leyenda, en Cuévano es de todos los días y todas las noches. Lee y anda Guanajuato.