Candil de la Calle

El miedo a las palabras

Compartir

Primero censuraron las revistas de historietas, las novelas policiales,

y por supuesto, las películas, siempre en nombre

de algo distinto: las pasiones políticas, los prejuicios religiosos,

los intereses profesionales. Siempre había una minoría

que tenía miedo de algo, y una gran mayoría que

tenía miedo de la oscuridad, miedo del futuro,

miedo del presente, miedo de ellos mismos

y de las sombras de ellos mismos.

Ray Bradbury

P1030249Al rector del Campus Irapuato-Salamanca de la Universidad de Guanajuato, Ernesto Alfredo Aguilar Camarena, no le fue suficiente interrumpir un ciclo de lecturas en voz alta del programa “Leo, luego existo” que se celebraban en la ex Hacienda del Copal, en Irapuato, con el argumento de que las lecturas seleccionadas “incluían malas palabras y albures”.

Quiso el rector Aguilar Camarena ir más allá. Creyó, seguramente, que estaba protegiendo el buen decir y el buen pensar. A las buenas conciencias.

Despidió a la responsable del programa con un argumento basado en supuestas inasistencias injustificadas. Ahora es difícil creer en el argumento, después de que sabemos que el rector suspendió el ciclo y se presentó en el evento final para, ante decenas de testigos, disculpar a la institución en su nombre por el lenguaje vulgar y prosaico ahí expresado.

Textos de Víctor Manuel González Fuentes cuya lectura corría a cargo del histrión Arturo Barba le costaron el puesto a la coordinadora de Gestión Cultural, Adriana Álvarez de la Cadena, quien programó este ciclo de lecturas en el campus.

Pero si a las y los lectores esto les parece suficiente, hay más.

Al día siguiente de la interrupción y la disculpa a nombre del castellano puro y libre de la mancha del albur, había otra lectura similar programada en la unidad Yuriria del campus. Se le hizo saber a Arturo Barba, de una vez por todas,  que tendría qué “omitir” ciertos pasajes. Barba, por supuesto, se negó y decidió suspender la lectura pública de un texto que alude a los personajes de los barrios bajos de la Ciudad de México.

El rector Aguilar Camarena se comunicó al Instituto Nacional de Bellas Artes, instancia que lleva este programa a todo el país, mediante convenios con instituciones de cultura y educativas de los estados, como en este caso.

Avisó que la funcionaria ya no lo era más porque ya no trabajaría en la Universidad, y pidió conocer cuáles serían las siguientes lecturas presentadas en el ciclo.

Cuando le respondieron del INBA que el siguiente autor sería José Revueltas, la noticia le cayó —me lo puedo imaginar— como un balde de agua fría.

O muy caliente, si consideramos la tesitura literaria y el pensamiento de Revueltas.

Y dijo el rector Camarena que no. Que ahí, en su campus donde él decide qué se lee en voz alta y qué no, qué palabras deben pronunciarse y cuáles deben enterrarse en sepulcros inquisitorios, Revueltas no tenía cabida “por ser un transgresor”.

Una cadena de decisiones y actos asumidos por el rector o a través de algunos subordinados, resultaron en un acto de censura.

En plena Universidad de Guanajuato.

En pleno siglo XXI.

¡Joder!