Entre caminantes te veas

Camino a casa

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A la manifestación se sumaron ciudadanos en general (Foto: Archivo)
A la manifestación se sumaron ciudadanos en general (Foto: Archivo)

Hace mucho tiempo que dejó de prestar atención a las noticias. ¿Para qué hacerlo? En ellas solo hay muerte, corrupción y delincuencia. Finalmente es joven, un estudiante como tantos otros que disfruta de ir a los antros con los amigos, que espera ansioso los jueves para reunirse con ellos y tomar cerveza después de clases y despierta con cierta alegría los viernes para volver a casa junto a su familia.

Sin embargo, en la escuela, en la calle, en el cafecito de la esquina y en cada rincón hay una palabra que resuena insistentemente: Ayotzinapa. Los rostros se vuelven sombríos, los hombros caen bajo el enorme peso de la impotencia, las sonrisas se apagan.

Nadie se explica por qué tanta saña, se supone que la juventud es la esperanza del mañana, que debía ser el tesoro más grande y por lo tanto el más protegido de una nación… Con toda seguridad están todos muertos

El taxista también habló de ello todo el trayecto hacia la central camionera. Él escucha pero trata de pensar en otra cosa, sube el volumen de la música que traspasa las paredes de sus audífonos. ¡No quiere saber nada! No está en sus manos hacer algo. Piensa que sí, fue terrible lo que sucedió, pero pasó en Iguala. Iguala queda lejos. Su conciencia le responde: “no tan lejos como para no sentir su dolor”. Se defiende y afirma que tal vez se lo ganaron, que seguramente algo hicieron, que no es posible una muerte así solo porque sí. La voz en su interior es terca: “Ninguna acción justifica tanta maldad, no estaban armados, los cazaron, ¡Tenían tu misma edad!”.

Mientras se forma en la fila para abordar el camión se dice a sí mismo que en Guanajuato nada de eso sucede. “Aquí estamos seguros”. Pero en su mente duele la visión de los rostros sin ojos, la cara sin piel del joven desollado vivo, las lágrimas de los padres sosteniendo  los carteles que muestran las fotografías de sus hijos desaparecidos, temblorosas, adoloridas e incrédulas.

Por fin aborda el autobús, mientras recorre el pasillo observa los rostros de los demás pasajeros, casi todos jóvenes como él,  llenos de sueños, de amores posibles e imposibles, de alcohol, sexo y música… estudiantes como ellos, viajando en un camión.

Se desploma en el asiento sintiendo nada más que tristeza y decepción por aquella terrible realidad. “Seguramente eran delincuentes”, “No tienen nada qué ver conmigo” se repite mentalmente y cierra los ojos recargando la cabeza en el respaldo del asiento.

Cuando el motor del camión se pone en marcha los vuelve a abrir, observa a los hombres que caminan por el pasillo hasta la parte trasera de la unidad. Llevan el cabello tan corto como los militares,  la mirada hueca de quien ya no siente compasión. El estudiante se cubre la cara con las manos y empieza a llorar: “Ellos no son mi realidad”, “A mí nunca me va a pasar”. El camión se pone en marcha, sale de la central y dobla a la derecha perdiéndose en el camino.