El Laberinto

La defensa equívoca

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(Foto: Especial)
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Hace unos días en España tuvieron que sacrificar a la mascota de la enfermera que contrajo el virus del ébola, y aunque es lamentable, creo que las reacciones de desaprobación han sido desproporcionadas, más pensando en que ha muerto una cantidad considerable de personas en África, ante la indiferente mirada de aquellos que ahora reclaman que pudo haber un remedio para el perro.

La discusión, y esto aplica no solo para los animales que conviven con nosotros y hacia los que desarrollamos importantes lazos afectivos, sino también para aquellos que criamos para alimentarnos y para los que aun sobreviven en estado salvaje, no es proteger o no la vida o procurar o no su bienestar, sino la escala en la que los colocan sus defensores.

Cuando me refiero a la escala estoy hablando de aquellas personas que, siendo vegetarianas, molestan a sus allegados para que dejen de comer carne, a esas que dicen que deberían torturar a los toreros en vez de a los toros, a esas que son capaces de alimentar a toda una colonia de gatos callejeros pero que no pueden ayudar a un pariente en necesidad o incluso a aquellos que no pueden comprender que el hecho de que su perro sea amigable con ellos no quiere decir que no sea un peligro potencial para los demás. Lo que tienen en común todas estas personas es que consideran que los animales valen más que las personas.

Pueden existir muchos argumentos en defensa de estas actitudes y la mayoría gira en torno a la conciencia y culpabilidad de los seres humanos ante la inocencia y vulnerabilidad de los animales, lo cual es cierto, pero es una verdad a medias, pues también una parte de la humanidad, la que posee más medios, conocimientos y fuerza es verdugo de la otra parte más pobre, atrasada y vulnerable. Y yo me pregunto: ¿A ellos quién los defiende?

La mayoría de los defensores de los animales olvidan que nuestros prójimos también son seres vivos y que deberían, en su justa medida, tener prioridad porque además ellos sí están conscientes de su sufrimiento y del origen de este. En muchos casos este amor a los animales es solo una coartada para la misantropía.