El Laberinto

Qué raras prioridades

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El próximo viernes se celebra el Día de Muertos (Archivo)
(Foto: Archivo)

Hace una semana le pregunté a mis jefes (los del trabajo) que si tendríamos libre el primer día de noviembre y tras recibir un decepcionante negativa sugerí que tal vez me tomaría el día de todos modos, pues para mi es importante ver las ofrendas, hacer calaveras y vivir toda la parafernalia que la festividad de muertos trae consigo. Lo que ellos respondieron inspiró este laberinto.

Me dijeron que para justificar una falta tendría que haber un motivo importante y cuando les pedí ejemplos soltaron una letanía de desgracias que incluían una grave enfermedad, un problema familiar, un pariente muerto o un hijo en el hospital, resulta que mi historia no era lo suficientemente conmovedora para ameritar su comprensión. “Qué raras prioridades” dijeron riendo.

La lógica que enmarca esta respuesta es la misma que impulsa a decir a unos preocupados padres que su hijo pierde el tiempo cuando lo ven ocupado en cualquier actividad que no sea redituable o vital. Es la división que tenemos sobre lo que es importante y lo que no.

Resulta que nuestro tiempo, nuestros recursos y nuestra energía son limitados y que debemos usarlos “sabiamente”. A veces me pregunto si vale la pena ganar dinero para vivir para poder ganar más dinero, en un círculo vicioso bastante desalentador, donde metafóricamente uno vende su cabello para poder comprar un cepillo para peinarlo. Tal vez estamos fallando al dejar al último de nuestras listas de pendientes aquellas cosas que en realidad nos hacen felices.

Bien me decía mi abuela que para todo hay tiempo y que el error está en querer invadir los tiempos de unos ámbitos con las actividades de otros, como estudiar en una fiesta o bailar en una clase.

Finalmente, sí fui a trabajar el sábado, tan solo para descubrir que mi trabajo en ese momento era inútil, pues nadie en su sano juicio deseaba contestar una encuesta en un día festivo (con trabajos las responden en los días hábiles). Creo que esta vez la moraleja habla por sí misma.