Histomagia

Presas y niños vivos

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Panorama de Guanajuato ArchivoUna de las cosas encantadoras de Guanajuato, es la convivencia que todos tenemos con los espíritus y muertos sin darnos cuenta. A veces el sentir presencias o el encontrarnos en las calles personas que posiblemente sean fantasmas o alguna proyección astral de alguien que en ese momento esté dormida, es una experiencia inigualable. Eso sí, saber que la vida en esta ciudad es una aventura narrativa que se presenta en todo momento y que inevitablemente cae en la ficción, hace que no dejemos pasar la oportunidad de conocer y reconocer en cada discurso las semejanzas entre la diversidad de relatos que coinciden en anécdotas, por lo que es imposible obviar historias que escuchas en donde menos lo esperas. Por ejemplo, hoy una de mis alumnas narró una, cuya temática se desarrolló en torno a la presa que estaba en donde ahora se ubica la tienda departamental Mega, en Pozuelos.

De entrada pensé que iba a narrar el cómo de repente se aparecen duendes cortando hojas, leña o lo que necesitan para sobrevivir, o también el cómo se presentan los espíritus de los que se han ahogado ahí, no sé, algo así, pero no ocurrió.

Ella cuenta cómo su padre y un tío, cuando eran pequeños, se iban a jugar en esa represita y cómo se divertían bajando para encontrar a la señora que, según su madre, les había dicho que ahí vivía. Ella así justificaba lo que los niños escuchaban al andar jugando cerca de la presa: el llanto constante de un bebé, y de esta manera no espantarlos con la verdad: nadie vivía en el fondo de esa cortina de la represa.

Uno de esos días su tío y su padre, bajaron y se adentraron mucho más, ya casi al lecho de la cortina, y escucharon el llanto del bebé más próximo y fuerte. Asustado, su padre salió del lugar, pero su tío se quedó allá abajo, sin moverse, aterrado, y por horas no regresó a su casa. Cuando regresó, estaba lívido y sin querer hablar. Dice mi alumna que su mutismo le duró años, sólo hablaba lo necesario, y, en un dejo de confianza, le contó a una de sus hermanas que no recuerda nada de lo que vio, nada de lo que escuchó, ni mucho menos en dónde estuvo todo ese tiempo. Y ahí supieron que lo que sí se le quedó, es el escuchar el llanto del bebé cada que regresa a la casa materna desde aquel día hasta la actualidad.

Cabe recordar que durante las épocas anteriores, cuando se construía una represa, fuera del tamaño que fuera, se dice que uno de los rituales que hacían los constructores, era el emparedar un niño vivo, recién nacido, en una de las columnas o muros de contención que sostienen el vital líquido, así, si el agua llegaba a llenar tanto la presa que amenazara con romperla, el niño lloraría y les avisaría a los habitantes del pueblo, el peligro inminente al que estaban expuestos, evacuarían el lugar y escaparían de la fuerza del desfogue del agua sanos y salvos.

Al saber esto, cada que paso por una presa o la visito, evito estar atenta a los ruidos que en la cortina se escuchan, no quiero escuchar al bebé, prefiero ver el paisaje y recordar que gracias a las presas esta ciudad y muchas ciudades en el mundo, vivimos y tenemos agua en la comodidad de nuestras casas. Pero, de acuerdo al imaginario social,  también es gracias a esos niños, que son los guardianes de nosotros y de la gran fuerza del agua. Hay que recordarlo cada que usemos agua en esta ciudad y agradecerles, no vaya a ser que… No, no me creas, mejor ven, lee y anda Guanajuato.