Entre caminantes te veas

Siempre tuyo: José

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

José García es uno de los carteros empleados en la Oficina de Correos de la Capital. A pesar de los años transcurridos, su condición física sigue siendo inmejorable, aunque su ánimo ha decaído conforme los tiempos han cambiado. Estaba convencido de que todo lo grande termina por ya no estar. Dos meses atrás, en la cena de Navidad, un familiar a quien no veía desde hace años le preguntó en dónde trabajaba, a lo que él respondió con orgullo y dignidad: “Sigo siendo empleado de la oficina de correos”. Su interlocutor lo miró con extrañeza para después preguntarle: “¿De verdad? ¿Todavía existe Correos de México?”.

Y sí, todavía existe Correos de México, ese lugar maravilloso por el que han pasado grandes cartas, noticias buenas y malas, historias de lucha, de rendición, de amor, de odio, de amistades que resistieron la distancia y de tantas plumas que bailaron sobre las hojas a veces perfumadas, otras saladas y humedecidas, muchas con olor a tabaco, otras con manchas color carmín. Todas con un trozo de alma y corazón entre las líneas.

Correos existe aún, pero las cartas están en peligro de extinción. En esos veinte años de servicio, falleció la viejecita del callejón empinado que lo esperaba ansiosa con la esperanza reflejada en los ojos para preguntarle si había carta para ella, carta que solamente se hizo presente en tres ocasiones durante 7 años, y siempre breve, eternamente indiferente, lejana. Lo sabía porque la viejita no sabía leer y entonces José abría la carta para ella y disfrazaba las palabras convirtiendo los golpes de máquina en caricias y las letras forzadas en amorosas frases que hacían que la mujer llorara de emoción al escucharlas.

También se fueron a los Estados Unidos los familiares de Francisco, el joven que cruzó la frontera para trabajar y que nunca dejó de enviarles noticias hasta que pudo mandar por todos para darles una vida mejor. Y Lolita la que escribía largas cartas gordas y apretadas que después enviaba en sobres rojos hechos a mano que nadie abría porque siempre eran devueltos.

El mundo del correo ha sido apasionante para José, quien lo honra llevando sus zapatos eternamente brillantes, pulcramente lustrados, siempre dispuestos a dar los pasos necesarios para llevar… ahora nada. Solo cuentas, recibos, publicidad, papeles que terminan coronando las bolsas de basura en los contenedores.

Y él, que escribió 530 cartas de amor en su juventud para la madre de sus hijos con tal de conseguir que lo mirara, que lo aceptara, que le dijera al fin que sí; no comprendía cómo era posible ahora, prescindir de las letras, del papel, de la tinta, de las cartas… de él.

A pesar de todo, José García es un caminante que continúa recorriendo casas, tocando puertas, abriendo las ventanitas del buzón para dejar sobres que ya a nadie le emociona recibir, de los que no quieren saber, que no traen más que malas nuevas, fríos números salidos de un cálculo bancario y que nada tienen que ver con el entrañable “Siempre tuyo: José”.