Entre caminantes te veas

Algún día

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Andrés  fue un hombre trabajador a más no poder. Si había necesidad de quedarse en la oficina a terminar el trabajo era el primero en estar dispuesto, nunca dudó en dar y darse para sus directivos, incluso aportaba dinero de su propia bolsa para no entorpecer los procesos laborales con largos trámites aunque eso significara sacrificar a su familia.

MAQUINAAsí que cuando le dijeron que la empresa entraba en un proceso de expansión y ahora además, debería viajar, lo hizo sin pensar. Contento de poder ser un empleado eficiente, con la esperanza de que reconocieran sus sacrificios y su disponibilidad… algún día, todo valdría la pena porque sería parte del personal directivo y entonces arreglaría la casa que estaba por caerse de tan vieja, llevaría a sus hijos a la playa y le compraría zapatos nuevos a su mujer.

Cuando su hija pequeña le pidió que hiciera para ella un columpio que pendiera del gran árbol en el jardín, le respondió que sí, que algún día lo harían.

Después, cuando su hijo estuvo en edad de aprender a montar bicicleta se dijo que algún día lo llevaría al parque para enseñarlo, jugarían fútbol y le platicaría de su propia niñez.

Muchas veces, su esposa le pidió que llegara a tiempo para cenar con ellos, que se tomara unos días para estar con ellos y él prometió que lo haría, por supuesto que lo haría, algún día. Cuando se sintiera menos cansado, cuando no estuviera tan abrumado por los problemas del trabajo.

Y cumplió un año tras otro disfrutando de algunos ascensos menores y reconocimientos mínimos mientras su cuerpo envejecía y sus fuerzas disminuían. Hasta que la compañía decidió prescindir de sus servicios.

Cuando llegó a casa, destrozado, con el alma hecha pedazos, miró aquel gran árbol en el jardín de cuya rama debería estar meciéndose el columpio inexistente de su hija, el árbol había envejecido. Pero ahora tendría tiempo, y a pesar de las ramas cansadas el árbol podría sostener el columpio y el cuerpo ligero de su hija. Y también llevaría a su hijo al fútbol y a montar bicicleta e invitaría a su esposa a caminar por las calles.

Pero, al abrir la puerta de casa, ya sin más pendientes en sus pensamientos que el mañana incierto, descubrió que su hijo era un joven que rebasaba su estatura, que creció sin aprender a montar bicicleta y que tenía una vida ajena a su vida. Y su hija, su pequeña de trenzas morenas, era una adolescente con el cabello al hombro que lo último que deseaba ahora era pensar en columpios.

Aunque el dinero hubiera sido insuficiente, a pesar de sus ausencias prolongadas y continúas, y aun sin darse cuenta de que los años pasaron, de que sus hijos crecieron sin él, de que su mujer se desvivió y envejeció llenando los huecos que él dejaba vacíos; no comprendía cómo y cuándo su familia lo había abandonado. A él que tanto luchó, que tanto dio, que tanto hizo… ¿por ellos?

Tal vez algún día comprendería cómo fue que llegó a ser un extraño en su propia casa y asimilaría que la empresa por la que tanto hizo le hubiera dado la espalda como lo hizo él con su familia pretendiendo trabajar para que nada les faltara, aunque todo faltaba… especialmente él.

Algún día entendería… algún día, que tampoco era hoy.