Entre caminantes te veas

Afuera hacía frío

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RUTAAfuera hacía frío, dentro de Pablo también. Sentado en el sillón de su cuarto, con el periódico abierto como escudo protector y la puerta a medio cerrar, para disimular, observaba aquella recámara frente a la suya, a la que tantas veces entró a media noche para consolar el llanto que precede a una pesadilla. O cuando la fiebre amenazaba con no partir y estremecía aquel cuerpecito tan amado. Cuántas confidencias libraron entre esas cuatro paredes: la primera novia, el primer pleito entre amigos, la rebeldía de la pubertad, las lágrimas del arrepentimiento…

El tiempo es pariente de la muerte, no se detiene, avanza tan veloz como su crueldad lo permite, y en un abrir y cerrar de ojos, aquel chiquillo con la cara sucia que heredó los mismos ojos de mamá, era todo un hombre, un joven con ganas de salir de casa para no volver la vista atrás. Esa es la ley de la vida, lo mismo hizo él a su edad. Y así como él en su tiempo, su hijo no ocultaba ese entusiasmo enorme por el trabajo nuevo que esperaba por él, la Universidad en otro estado, vivir con roomies en vez de padres y hermanos, la novia que seguramente encontraría entre sus compañeras de estudio.

Atrás quedarían esos viejos que tanto lo amaban, que lo vieron dar sus primeros pasos, que le tomaron foto tras foto y video sobre video para captar cada minuto de su existencia, porque sabían que pasaría lo que estaba pasando en ese momento: un día solamente quedarían las fotos, los recuerdos, la nostalgia de lo que fue. En cuanto él partiera, ese sillón que ahora estaba orientado hacia su puerta, giraría hacia la ventana para poder tener la esperanza de verlo llegar de nuevo a casa algún día distinto a ese.

Sin embargo, a Pablo le parecía que su hijo era tan pequeño todavía, indefenso y temeroso ¿Y si tuviera pesadillas en la noche? ¿Qué pasaría con él cuando enfermara? ¿Quién le daría consejos y lo recibiría con una sonrisa y un plato de sopa caliente después de la jornada? Había que aceptarlo, cuando los hijos crecen los padres dejan de ser, así, tan simple como se escucha pero tan complicado de asumir.

Cuando el cierre de la maleta gruñó al ser recorrido, los ojos de Pablo se humedecieron, las manos comenzaron a temblar  y mirando a su esposa, que permanecía de pie frente a la ventana, silenciosa y triste, se incorporó con firmeza ofreciéndole su brazo para que se apoyara en él.

El abrazo de despedida dolió, lo mismo que esa sonrisa forzada cuando lo vieron subir al autobús. Las lágrimas que salieron sin ser llamadas acompañaron a la oración que en silencio recitaban cada vez que el hijo salía de casa.

Pablo y su mujer, tomados de la mano para sostenerse uno al otro, permanecieron de pie mirando el vacío, porque el autobús hacía rato que había partido. De pronto, simplemente dieron la vuelta y caminaron arrastrando los pies y diciéndose a sí mismos, que solamente se iba de casa, no de su vida… ojalá regrese algún día.

Afuera seguía haciendo frío… dentro de ellos también.