Candil de la Calle

Un año sin ellos

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Francisco dice que prefiere no regresar a su casa, porque desde hace casi un año, le falta un hijo. Cuando está allá, se sienta a la mesa y nada más cuenta cuatro. Se sienta a comer, pero no puede estar, no se halla porque sabe muy bien que su cuenta, su familia, está incompleta.

“Si cuando se le pierde a uno un animalito, está uno buscándolo, buscándolo. Y cuando lo encuentra uno se pone contento… pónganse en mi lugar. ¿Qué harían si les falta un hijo?”.

Es padre de Magdaleno Rubén Lauro Villegas, quien a sus 19 años estudiaba en la Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa y desapareció, tras el ataque que entre civiles, policías y militares, como ahora se sabe tan bien, fue cometido en contra de un grupo de normalistas que habían viajado a Iguala para botear y conseguir camiones en los que se trasladaría a la capital del país para asistir a las manifestaciones por el aniversario de la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco 68.

Ocho mujeres y hombres, padres de esos 43 estudiantes de los que no hay paradero, destino, localización posible desde el 26 de septiembre del 2014, estuvieron el viernes 18 en el auditorio de la Facultad de Ciencias políticas de la Universidad Autónoma de Querétaro, uno entre las decenas de destinos del recorrido nacional e internacional que iniciaron desde esa fecha y que no se ve cuándo va a acabar.

“Hasta que nos entreguen a nuestros hijos vamos a volver a nuestras casas”, es lo que han dicho en todo México, en Estados Unidos, en Europa.

Lo han dicho a su paso por Guanajuato, por Querétaro.

Ha pasado casi un año y siguen cargando su coraje.

También sus lágrimas.

El gobierno municipal de Iguala les ofreció indiferencia, puertas cerradas.

El gobierno de Guerrero les ofreció los cuerpos de otros jóvenes que no eran sus hijos.

El gobierno federal les ofreció una “verdad histórica” imposible de sostener.

El mundo les ha creído. Les ha ofrecido solidaridad.

Después del 26 de septiembre, los medios informativos del mundo les ofrecieron ojos y oídos abiertos. Dejaron de hablar del gobierno de Enrique Peña Nieto como el regreso triunfal del PRI y comenzaron a visualizar la loza de autoritarismo, las verdades escondidas, la protección a militares involucrados en esta y otras masacres y otras desapariciones, las investigaciones desvirtuadas…

Muchas miradas periodísticas en México han estado en Iguala, en Ayotzinapa, en Tixtla, con estos padres, en los archivos, las indagatorias, el basurero en Cocula donde la versión oficial sostiene que los 43 fueron incinerados. Han hurgado y encontrado piezas del rompecabezas que el gobierno pretendió sepultar.

El viernes 18, en el auditorio de Ciencias Políticas de la UAQ, la mamá de Eduardo Bartolo está muy ofendida:

“Somos pobres, pero no tontos. Ya no queremos más mentiras”. Porque la PGR anunciaba la captura de un líder delictivo a quien responsabilizan de haber ordenado el traslado de los estudiantes y su desaparición, y porque anunciaba la supuesta identificación de un segundo normalista de entre supuestos restos que supuestamente fueron arrojados a un río.

La mamá de Julio César Mondragón, asesinado el 26 de septiembre del 2014 en Iguala, acompaña a las madres y padres de los desaparecidos.

“Vengo a seguir esta tarea de mi hijo, porque cuando me llamó por última vez, iba a ayudar a sus compañeros en Iguala cuando se enteró de que habían asesinado a uno de ellos. Me prometió que si le daba permiso el comité estudiantil, volvería al día siguiente a casa. Pero ya no me lo pudo cumplir”.

Tampoco los olvidamos.

También queremos saber.

Tampoco creemos en la verdad histórica.

También preguntamos dónde están.

No son nuestros hijos.

¿Qué haríamos si lo fueran?