El Laberinto

Las cosas perdidas

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San Antonio de Padua Foto Especial
(Foto: Especial)

En el cuento “El suplicio de San Antonio” de Bruno Traven, el minero Cecilio Ortiz con arduos trabajos y sacrificios logra comprarse un reloj, que además le proporciona una nueva posición entre sus compañeros, así que como medida preventiva lo graba y bendice pero esto no evita la tragedia y desaparece, desesperado lo busca sin éxito y acude al San Antonio del pueblo vecino, primero de buena manera con sobornos y oraciones y después con amenazas y torturas. Estaba desesperado el pobre y lo entiendo, mucho más de lo que me gustaría.

Horrendo es saber que perdimos algo, buscar y rebuscar entre todos los lugares posibles, dejando una estela de desorden a nuestro alrededor, preguntar a todas las personas que pueden darnos luz sobre el asunto, sembrando la duda y a veces hasta rompiendo relaciones y haciendo memoria de la última ocasión en que vimos o utilizamos lo desaparecido para recrear las acciones y ver si, con algo de suerte, quedó en el camino.

La pérdida de un objeto, sobre todo si este tiene cierto valor económico o sentimental, representa mucho más que dejar de tener algo, implica perder las ventajas de su posesión ya sean utilitarias como ver la hora en el caso de de Cecilio o de estatus pues parte del respeto que le mostraban los demás provenía de su reloj, conlleva también una pérdida de tiempo en su búsqueda y reposición; pero peor aún que esto, que ya es molesto de por sí, es el hecho de perder la confianza en uno mismo por descuidado y mirar con cierto recelo a los que nos rodean.

Un segundo de distracción basta para que perdamos algo de vista y si estamos fuera de casa es muy probable que para cuando reparemos en la falta ya esté formando parte de las pertenencias de otro más afortunado, solo nos queda ser cuidadosos y en el mal caso ser desprendidos, finalmente las cosas son reemplazables, nosotros no.