Ecos de Mi Onda

Muhammad Ali – Black Superman

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Para mi hermano Chacho (qepd)

 

This here’s the story of Cassius Clay, who changed his name to Muhammad Ali.
He knows how to talk and he knows how to fight
Johnny Wakelin, 1974

 

(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Los sábados por la noche mi papá los dedicaba a ver la función de box que transmitía por entonces Telesistema Mexicano, hoy Televisa. Teníamos el televisor en la sala de la casa y mis hermanos y yo nos íbamos a dormir después de disfrutar las aventuras de La Ley del Revólver con el Marshal Matt Dillon, su ayudante Chester, la señorita Kitty, y el herrero Asper, que protagonizaba el joven Burt Reynolds. Por curiosidad, una de esas noches, siendo casi adolescente, decidí quedarme con mi papá viendo la tele. Mis hermanos se fueron a la cama y pensé que me iba a mandar a dormir, pero no, no dijo nada y fue cuando empecé a conocer a los boxeadores del momento y a fines de los años cincuenta fue cuando inició esa afición por el pugilismo, que compartía y me acercaba de una manera muy grata con mi padre. Observábamos la destreza de los pugilistas en un deporte incluido por los antiguos griegos en los juegos olímpicos: el arte de conectar y esquivar los golpes del adversario para vencerlo, y que para bien, desde 1865 se fue guiando por las reglas del marqués de Queensberry, base de los reglamentos actuales que incluyeron un árbitro para hacerlos respetar.

Siendo todavía niño, fui testigo de la tragedia del pueblo mexicano cuando en noviembre de 1957, el Ratón Macías, tal vez el mayor ídolo del boxeo nacional junto al Puas Olivares, perdió la pelea por el campeonato mundial de peso gallo en Los Ángeles con el argelino-francés Alphonse Halimi y a pesar de la derrota, Macías fue recibido por una multitud que lo aclamó como si hubiera ganado. Luego por radio escuché la narración del duelo en el que José Becerra, peleador jalisciense, le arrebató a Halimi el título mundial en julio de 1959, también en los Ángeles, convirtiéndose en el primer mexicano campeón mundial absoluto, para el júbilo de la fanaticada nacional que saboreó la venganza por la derrota del adorado Ratón.

La televisión daba la oportunidad de conocer la calidad de los boxeadores mexicanos de la época en las sesiones sabatinas, las jóvenes promesas y los campeones consagrados, una larga lista de pugilistas destacados como José Medel, Toluco López, Vicente Saldívar, Battling Torres, Babe Vázquez, Canelo Urbina, entre muchos más, incluyendo a dos sensacionales peleadores cubanos que llegaron a México tras prohibirse el boxeo profesional en la isla por Fidel Castro, Ultiminio Ramos y Mantequilla Nápoles, quienes pronto se convirtieron en campeones mundiales. El Mantequilla tuvo incluso una pelea contra el campeón argentino Carlos Monzón, inmortalizada en un cuento del admirado escritor Julio Cortázar.

En el plano internacional, el gran campeón invicto de peso pesado Rocky Marciano, anunció su retiro del boxeo en 1956, dejando vacante el título. Floyd Patterson lo sucedió al vencer a Archie Moore, pero en junio de 1959, el sueco Ingemar Johansson, le arrebató el título. Un año después vimos en los noticieros del cine la revancha de Patterson, recuperando el título al noquear a Johansson en el quinto round, sólo para volverlo a perder frente al robusto ex presidiario Sonny Liston, quien lo venció con inusitada facilidad en dos peleas.

En este contexto irrumpió el campeón olímpico de Roma, Cassius Clay, quien con un récord profesional invicto, 19 peleas ganadas, 15 de ellas por nocaut, fue designado retador de Liston. Pero lo sorprendente era la arrogancia y los desplantes que exhibía Clay frente a los rivales desde antes de las peleas, provocándolos para imponer ventaja psicológica, pronosticando incluso el round en el que ganaría, estrategia especialmente explotada frente Liston, a quien apodó oso feo. Las apuestas estaban a favor de Liston y los expertos veían al retador como un joven locuaz, que soltaba la lengua sólo para sosegar su nerviosismo. Sin embargo, arriba del ring Clay comenzó a mostrar su grandeza venciendo al oso feo en el séptimo round, en febrero de 1964, flotando como una mariposa y picando como una abeja. Un año después lo volvió a tundir en la revancha y Clay se volvió aún más parlanchín y presuntuoso.

Antes de la primera pelea con Liston, se llevó a cabo un evento publicitario histórico en Miami, que reunió a Clay y a los Beatles aún en busca de la gloria. Los Fab Four pensaban que se iban a reunir con el campeón Liston, no creían que el lenguaraz retador pudiera vencerlo. Las fotos son graciosas y en una de ellas los ingleses están tumbados en la lona y Clay alza los brazos triunfante. Al terminar la sesión Clay preguntó ¿Y quiénes son estos mariquitas? Es interesante que en la genial portada del disco Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band, grabado tres años después, esté presente una figura de cera de ¡Sonny Liston!, en bata de boxeo y con los brazos cruzados, a la izquierda en la primera fila.

Cassius Clay no me cayó bien, pues a los catorce años me parecía que en el deporte era primordial el honor y el respeto a los rivales, así como el principio del barón de Coubertin, lo importante no es ganar, sino competir, cosa que a Clay se le resbalaba y se autonombraba El Más Grande —No es presunción cuando se cumple lo que se dice— afirmaba el bocón de Louisville. También miré con recelo el hecho de que se uniera a la Nación del Islam, que a diferencia de la ideología integracionista de Martin Luther King, predicaba la superioridad negra y el separatismo; pero a esa edad y en ese tiempo, las noticias llegadas de Estados Unidos no me resultaban claras. Lo que sí fue claro entre 1964 y 1967 fue la impresionante racha de ocho victorias contundentes, y la exhibición de un deportista fuera de serie, al que abruptamente le quisieron cortar las alas, sólo para que se empezara a tejer una leyenda.

Las razones del cambio de nombre se debieron a su convicción de que se desprendía de un nombre de esclavo. A los esclavos se les bautizaba y registraba con el apellido de los amos y para la Nación del Islam, como en el caso del famoso activista Malcom X, la X significaba liberarse del estigma. Cassius Marcellus Clay Jr. llegó a nombrarse Cassius X, pero dada su trascendencia en Estados Unidos y en el mundo entero, Elijah Muhammad, entonces líder de la organización religiosa y política islámica, mediáticamente le nombró Muhammad Ali.

Esa postura de arrogancia racial y notable autoestima amparada por sus extraordinarios logros deportivos, le acarreó el repudio de la aún significativa población con sentimientos racistas en los Estados Unidos, lo que hacía pensar que su llamado a incorporarse al ejército y viable traslado a Vietnam, tenía notorios tintes políticos. La negativa a enlistarse le valió una condena a cuatro años de prisión que evitó pagando una fianza, pero también le despojaron del título mundial y le cancelaron su licencia para boxear. Entonces, si como deportista no me gustaba su actitud, como ser humano Alí cambiaba mi opinión, había valor, sinceridad y lucidez en sus conceptos: ¿Cómo ir a la guerra para matar gente que nunca le había hecho daño, defendiendo los intereses de los esclavistas blancos, que en su tierra trataban a los negros como perros y les negaban los derechos humanos básicos? Desde su trinchera se convirtió entonces en un activista en defensa de los derechos humanos de la vasta población afroamericana y muy a su estilo despertó el orgullo de ser negro, de sus raíces, de su cultura. Su liderazgo carismático produjo también un efecto vivificante, marcando la distancia con un gobierno abusivo que exportaba jóvenes soldados e importaba ataúdes envueltos en una bandera de ignominia.

Las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam crecían en intensidad en el ambiente de inicios de los setenta y las comisiones de boxeo consideraron levantar el castigo a Ali, después de tres años y siete meses, y autorizar su retorno al cuadrilátero. Después de dos peleas ganadas por nocaut, quedó listo para pelear nuevamente por el campeonato mundial. Las hazañas logradas en el ring son parte de la historia del boxeo y sus batallas contra Joe Frazer fueron épicas y modelo del hambre de triunfo incluso hasta la posibilidad de perder la vida. Frazer fue el primer rival que lo venció, en una memorable pelea realizada en Nueva York en marzo de 1971. Posteriormente tuvieron dos salvajes peleas más; Ali utilizó su conocido desgaste psicológico hasta prácticamente el grado de bullying, generando en Frazer un rencor que albergó en su corazón hasta fallecer en 2011 víctima de cáncer. En la tercera pelea celebrada en Filipinas, Ali venció a Frazer en el último round, pero aceptó que el triunfo casi le había costado la vida y en reconocimiento a Frazer lo declaró “el mejor boxeador del mundo… después de mí”. Yo vi la transmisión en vivo de pelea de Manila en 1975 y varias veces por repetición, quedando siempre impresionado de estos dos hombres pegándose y defendiéndose como dos verdaderos gladiadores en la arena.

Con el tiempo el boxeo me ha ido resultando un espectáculo inhumano que debería desaparecer. No me parece justo que dos personas (ahora el boxeo femenil es popular) se golpeen para darle gusto a un público sediento de violencia, pues el boxeo es un espectáculo violento. En 1963, Bob Dylan compuso una canción, sensibilizado por la muerte del boxeador norteamericano Davey Moore por los golpes recibidos peleando con el cubano-mexicano Ultiminio Ramos y pregunta: ¿Quién mató a Davey Moore, ¿Por qué, cuál fue la razón? Nadie, fue la respuesta del réferi, del manager, del apostador, de los reporteros, del mismo Ultiminio. Nosotros no, dice la eufórica multitud, / Cuyos gritos estridentes inundaron la arena. / Es muy duro que haya muerto esa noche / Pero nos gustan las peleas. / No suponíamos que él se encontraría con la muerte, / Sólo queríamos ver un poco de sudor, / No hay nada malo en ello. / No fuimos nosotros quienes lo hicimos caer. / No, tú no puedes culparnos a todos, fue el destino, así lo quiso Dios.