Entre caminantes te veas

Alucinaciones

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

Alguna vez en su vida fue feliz, sucedió en un tiempo tan lejano que se antojaba irreal. Hoy el sufrimiento dominaba su existencia. Eran ya demasiados años en lucha constante, en conflicto consigo mismo.

Todo comenzó cuando tenía 14 años, como consecuencia de un acto de rebeldía en contra de ese padre que no le permitía ser, de los maestros que buscaban imponerse ante él obligándolo a comportamientos absurdos y obsoletos. Nunca fue tan asediado como entonces: novias, diversión, alcohol, amigos, drogas y emoción. Todo ello dispuesto especialmente para él en bandeja de plata. ¿Quién puede despreciar tantos beneficios? ¿Acaso la vida no estaba hecha para ser vivida?

A la diversión le siguió la delincuencia, primero por retar al destino y después por necesidad, para poder pagar lo que consumía. Dejó la escuela sin remordimientos. Su padre terminó abandonándolos cansado de lidiar con él, harto de aquella madre que lo solapaba eternamente. Por eso, cuando ella supo que tenía muchos meses sin asistir a la escuela se derrumbó, aunque no fue nada en comparación al día en que se lo llevaron preso por robar una cartera en el camión. La impresión le ocasionó un ataque al corazón.

Sin embargo, Rubén nunca quiso ser así, nunca deseó ser un mal hijo. Creyó que había encontrado popularidad, que estaba disfrutando de su juventud mostrando a todos los adultos que le rodeaban que podía y tenía más que ellos.

Ya no había recuerdos en su mente enferma. No tenía noción de su edad, tampoco poseía un techo en dónde refugiarse para llorar y olvidar. La casa en la que vivió ahora estaba convertida en un OXXO, no quedó nada de ella. Su madre, víctima de un paro tras otro, había muerto ya, falleció por la tristeza, la vergüenza, y el dolor por este hijo que tanta decepción le causó. Sabía que era escoria, se lo recordaba la mirada de la gente que pasaba cerca de él, las madres que apartaban a sus hijos o los cargaban para evitar ponerlos en riesgo con la cercanía de este bulto humano que eternamente estaba tirado en la calle aspirando solventes para olvidar, para morir, para dejar de ser lo que era…

Un pobre drogadicto encerrado en un cuerpo deshecho que ya no controlaba movimientos ni esfínteres. Tan solo veía la vida pasar a través de esta mirada turbia como su alma. Viajaba encima de un carrusel que giraba y giraba enloquecidamente. Luchaba por bajarse, soñaba con no ser quien era y en medio de su agonía gritaba con palabras ininteligibles:

—¡Dios! ¿Por qué no me recoges de una buena vez? —pero también Dios se había vuelto sordo para él.

Entonces a Rubén solamente le quedaba un recurso, tambalearse por las calles hasta llegar al panteón para recostarse sobre la tumba de su madre. Su boca desdentada y podrida, cansada de estimulantes suplicaba perdón entre gritos y lágrimas, después aspiraba un poco más, y entonces, sólo entonces… volvía a sonreírle a sus alucinaciones.