Cometer un error y no corregirlo, es otro error.
Confucio
Vivir en el error, puede convertirse en vivir también en el horror, sobre todo si no advertimos de manera oportuna que estamos actuando mal con respecto a una cierta referencia, que marca una diferencia cualitativa importante, y que los resultados esperados de la intención inicial, están muy lejos de corresponder con las expectativas. En muchas ocasiones hay fecundidad en redactar leyes, normas y reglamentos, con el fin de conducir las acciones de la conducta humana dentro de un orden constituido, pero es también evidente que en muchos casos esas leyes, normas y reglamentos no van más allá de la letra escrita y se violan para anteponer los intereses individuales o de grupos específicos, sobre su aplicación efectiva como reglas para guardar el orden y enfocarse al ámbito del bien común.
En la Carta a los Hebreos, que no es de origen paulino, el autor expresa con un tono helenista, que los hombres se han olvidado de la exhortación dirigida por Dios con respecto a no despreciar la corrección del Señor, ni desanimarse con la reprensión, puesto que Dios corrige a los que ama y da azotes a sus hijos predilectos, y luego pregunta ¿y que padre hay que no corrija a sus hijos? Prosigue indicando que normalmente la corrección no causa tristeza, sino más bien, pero que una vez asimilada la corrección produce en quien se corrige un estado de paz y de santidad. Es muy claro que la exhortación presenta la corrección como un medio plausible para rectificar el camino, reorientándolo a un orden establecido que no dejará de brindarle satisfacciones. Pero a pesar de esto ¿por qué nos olvidamos los seres humanos del valor de la reprensión?
La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, promulgada por el presidente constitucionalista Venustiano Carranza, fue producto de la Revolución Mexicana de 1910 y planteaba garantizar los derechos de los mexicanos dentro de la nueva realidad social generada por el movimiento armado, observando aspectos que no figuraban en la Constitución de 1857, enmarcando las garantías individuales, la división de poderes, la soberanía de los estados, la propiedad de la tierra y fundamentalmente el reconocimiento de los derechos sociales en campos como el laboral, educativo y de salud. Las reformas a la Constitución de la fecha del decreto a la actualidad han sido numerosas, con el fin de mantenerla vigente, y como para el caso de todas las leyes promulgadas, las faltas a la observación de este canon son susceptibles de reprimenda y castigo a quienes violen los mandatos de la Carta Magna.
Tras la Segunda Guerra Mundial, desarrollada de 1939 a 1945, y que constituye el conflicto armado de mayor impacto en la historia de la humanidad, cobrando un número de víctimas que asciende probablemente a setenta millones de seres humanos, las naciones triunfadoras se asociaron, con el fin de organizar una unión de naciones que impulsara la cooperación para establecer un Derecho Internacional en materia de paz y seguridad, que coadyuvara a desvanecer los conflictos entre las naciones que pudieran resultar en acciones militares. Hacía énfasis en la necesidad de promover un desarrollo económico y social homogéneo y la defensa firme de los derechos humanos al interior de las naciones y entre ellas. De esta forma, se redactó la Carta Internacional de los Derechos Humanos, adoptada en 1948 por la Asamblea General de las Naciones Unidas y firmadas solemnemente por los estados miembros. Por supuesto que aquí también está previstas las amonestaciones y las sanciones a las inobservancias.
La Biblia Cristiana y la Torá del judaísmo incluyen la narración del episodio de Moisés subiendo al monte Sinaí para recibir de las manos de Yahvé las Tablas de la Ley con el Decálogo, los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, que enumeran los principios de respeto y adoración a la Divinidad, así como los lineamientos de conducta que debe observar quien se precie de respetar y amar a Dios, pero es innegable que desde el principio de la Humanidad estos principios que se pueden considerar como naturales a la luz del razonamiento, se han desobedecido flagrantemente. Caín sintió envidia de la alabanza de Abel al Señor, quien le ofrecía las mejores ofrendas de su trabajo, mientras que Caín las escatimaba y de manera probablemente irreflexiva le dio muerte.
Es curioso que en la cultura occidental se contemple mayor escrupulosidad con respecto a los llamados pecados de la lujuria, sobre las faltas cometidas en perjuicio de la honra, dignidad y derechos del prójimo, aun cuando en la intimidad el rasero con el que se mide a los demás es demasiado holgado para el propio, y esta conducta que se puede considerar como inmoral, prevalece en los seres humanos que priorizan obtener el poder en los objetivos de los proyectos de vida.
A través de la historia, está visto que al parecer la norma que funciona es faltar a la norma, si el individuo no tiene conciencia clara de lo que significa disfrutar de la vida, bajo el concepto que lo declara como la oportunidad de convivir pacíficamente y de compartir los bienes necesarios para vivir con decoro, en un marco de respeto y solidaridad. Este concepto se maneja en el interior del ser humano, en esa parte que no logramos definir claramente que es la espiritualidad. Esa parte que aflora cuando nos damos cuenta de que somos más que únicamente un cuerpo físico con sus cinco sentidos, y que no sólo olemos, gustamos, tocamos, vemos y oímos, sino que existe una sensibilidad para descubrir que al ver el movimiento de las manos y de los dedos que responden a una orden, nos damos cuenta de que podemos ver lo que ocurre al exterior y reflexionar, más allá de los impulsos cerebrales del pensamiento, para elaborar un juicio sobre nuestra propia conducta. Por tanto podemos, cada uno de nosotros, ser nuestro propio corrector.
Los problemas generados por actuar de forma errónea en determinadas circunstancias, pueden reducirse a un ámbito personal y en ese caso podemos ejercer un proceso de auto censura del mal comportamiento que percibimos con respecto a los marcos de referencias propios de nuestra concepción cultural, el cual nos permite comprender el significado de las buenas y las malas acciones que realizamos, y si este proceso lo desarrollamos con humildad, es entonces posible cerrar el margen de incertidumbre en la verdad de nuestra conducta al ponerlo en la balanza y entonces emitir un juicio, que finalmente nos puede llevar a la pena de sabernos culpables de ciertas malas acciones, pero también a la facultad de corregir el rumbo y explorar nuevos caminos de mayores satisfacciones espirituales.
Cuando cerramos la razón y la soberbia domina el pensamiento, los resultados pueden conducir a la persona a pisotear los derechos de los demás para satisfacer sus propias necesidades. Si esto se hace desde una posición de fuerza y poder los resultados de los daños producidos pueden seguirse dando en el tiempo impunemente. Sin embargo, el debilitamiento en las posiciones de fuerza y poder se vuelven tarde o temprano contra la misma persona que se inclina por las malas acciones
Amor, verdad y humildad, son conceptos que están cada vez más en desuso, así como la noción de bien y mal, a sabiendas de que nunca dejamos de apreciar internamente cuando hacemos algo malo o bueno. Es algo que nace en nuestra conciencia, esa capacidad de discernimiento que desafortunadamente también se viene menospreciando en la actualidad.
Se necesita ser, y tener, una autoridad ética y moral para darse a la tarea de corregir un error en todas las circunstancias de la vida, tanto personal como social. En la actualidad los medios de intercomunicación cibernética brindan la oportunidad de opinar sobre todos los acontecimientos que ocurren en el mundo, algo verdaderamente impresionante. Haciendo un análisis cualitativo de la participación en las redes sociales, la crítica es el ejercicio preponderante. Si se trata de deportes, todos tenemos la receta del triunfo; en la política tenemos las mejores propuestas; en el arte las mejores observaciones, y los medios proporcionan una especie de desfogue a las insatisfacciones que nos provoca la vida real, en la cual existe una responsabilidad común, pero diferenciada.
La responsabilidad común nos exige pasar de la crítica inútil, a la acción participativa, brindando el esfuerzo de nuestra justa y honesta colaboración en los espacios que nos compete en el marco de la ley, para la solución de los problemas que nos aquejan como sociedad. La responsabilidad diferenciada nos permite ubicar el grado de compromiso individual en las fallas derivadas de las acciones mal conducidas y a las reprimendas o penalidades que merecen quienes cometieron las faltas con respecto a los marcos normativos. Sin embargo, parece que en función del incremento de la crítica, se reduce la importancia de la evaluación objetiva de las situaciones, lo que impide lo más importante, la corrección oportuna de los problemas que nos aquejan como sociedad.