Candil de la Calle

La cantaleta de siempre.

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Como una película que por chafa y escasamente taquillera repetida innumerables veces en la televisión, la instalación de la Comisión mixta de transporte público en el gobierno municipal de la capital nos anunció –por más que todos los involucrados lo negaran- lo inminente:

camiones enviados al corralón (Foto Archivo)La rebatinga entre autoridad y concesionarios, los primeros para que se cumplan acuerdos establecidos año con año y trienio con trienio, y los segundos para recurrir al chantaje, la promesa de cada año y cada trienio de que esta vez cumplirán…si se les aprueba un incremento a la tarifa del pasaje.

Porque esta es la cantaleta que se deja oír cada vez que el nombre “comisión mixta tarifaria del transporte público” comienza a aparecer, reaparece pues en cada trienio, toma forma, sutil para soltar el fregadazo.

Viene un aumento al pasaje.

¿Cuándo han perdido una los concesionarios?

¿En qué etapa de la movilidad vivimos los habitantes de la capital?

No hemos pasado en decenas de años, de los enormes, desvencijados, estorbosos, ruidosos y olorosos camiones que en mucho han contribuido al deterioro ambiental, sonoro, vial en la ciudad.

Vimos la luz al final el túnel cuando entró la competencia con las urban y las van, destinadas primordialmente a rutas para escuelas y sedes de la Universidad de Guanajuato, pero que en mucho han comunicado a algunos rumbos antes inaccesibles…porque los señores concesionarios de siempre se habían negado –y se siguen negando- a modernizar el servicio, reducir el tamaño de las unidades para una ciudad reducida en el tamaño de sus calles y callejones, a fin de ampliar rutas de un servicio que debe cumplir con estándares mínimos.

Y los cumple, al mínimo requerido.

Cada que se acuerda un incremento a la tarifa del transporte urbano, escuchamos las veinte promesas de los concesionarios y el discurso de una autoridad, ambos en sintonía: juro solemnemente que ahora sí cumpliré y haré cumplir con uniformes, servicio ágil y oportuno, rutas adecuadas, limpieza, unidades renovadas, respeto a las paradas sin obstruir el tránsito vehicular.

Lo que se llama calidad.

Y nos sumergimos, antes de siquiera dar un parpadeo, en lo mismo de siempre: si acaso vemos uno o dos autobuses “nuevos” (la verdad es que la desconfianza ya es mucha, una pintadita y una hojalateada pueden hacer milagros); la oficina de atención al usuario abre una semana y luego desaparece; los choferes van a paso de tortuga entre Embajadoras y la Plaza de la Paz, valiéndoles sorbete la fila que lleven detrás; la fila interminable en la parada de la calle Alhóndiga, obstruyendo campechanamente la circulación…y párele de contar.

Lo único que cambia, al paso de los años, es la tarifa.

Ah, cambian algunas caras en el gobierno municipal; varía ligeramente el discurso de la autoridad garante con todo el peso de la ley del cumplimiento de los compromisos contraídos por los concesionarios, bla, bla, bla.

¿Y los concesionarios? Mismos rostros, nombres y apellidos. Porque hasta en la pura amenaza ha quedado la posibilidad de otra competencia que, esa sí cómo no, los obligue de verdad a la darle calidad al usuario.

Per secula seculorum.